Opinión | Málaga de un vistazo
Truco o trato
![Impacto visual del rascacielos tras la Farola, según una recreación del profesor de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Málaga, Matías Mérida.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/903f4ee1-a636-4ce5-b956-bc4cfc31581c_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Impacto visual del rascacielos tras la Farola, según una recreación del profesor de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Málaga, Matías Mérida. / Matías Mérida Rodríguez
Mientras los operarios municipales se afanaban en terminar la instalación de unos paneles en los que puede leerse el poema que Aleixandre dedicó a la Ciudad del Paraíso, Málaga presenciaba la más estéril de las polémicas: aquella en la que se trataba de dilucidar si la presencia de un rascacielos de ciento y pico metros emplazado en el sitio hacia el que convergen siempre las miradas va a tener mayor o menor impacto visual. Admitámoslo: nuestra percepción de la «ciudad de los días marinos» de don Vicente, a la que el premio Nobel veía siempre «colgada del imponente monte, apenas detenida en su vertical caída a las ondas azules», nunca será la misma si se erige la torre. La cuestión no es si el rascacielos va a verse mucho o poco, ¿cómo no va a verse?, ¡y muchísimo! La pregunta es qué Málaga queremos, aunque el Ayuntamiento no quiera conocer nuestra respuesta, desechando la posibilidad de un referéndum al respecto. Una respuesta, por cierto, ajena a criterios partidistas, ya que atañe a nuestra misma identidad. Aleixandre era sevillano y, como tantos que se dejaron caer por aquí procedentes de otros lugares, se enamoró de «… jardines, flores». De un «mar alentando como un brazo que anhela a la ciudad voladora entre monte y abismo». Por cierto que, en términos más prosaicos, la Unesco ha dicho lo mismo: que el paisaje de Málaga es un bien, cuya conservación es una fuente de desarrollo socioeconómico.
Claro que puede que ya nos hayamos cansado de días marinos y de ser la Ciudad del Paraíso; a lo mejor, ahora queremos parecernos a Hong Kong o a Nursultán. Lo cual es, por supuesto, legítimo; y, también, irreversible. Desde Lévi-Strauss sabemos que el progreso no es un trayecto único, sino un camino de senderos que se bifurcan, de opciones por las que apostar. Eso sí: si escogemos el modelo de ciudad del sudeste asiático (por favor: no vuelvan a citar a Nueva York, no es el caso) el gesto de instalar el poema de Aleixandre habrá sido tan bonito como inane, a menos que consideremos al cinismo como uno de los rasgos de nuestro carácter. No se trata de si cierto fotomontaje tiene truco: no lo tiene. Se trata de que nos pregunten si nos interesa el trato.
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