Opinión | El palique
Estado de inquietud
Desde que se permite cierta movilidad me siento como más inquieto. Anoche soñé que tenía una pierna en Sevilla y otra en Málaga, pero me desperté justo a tiempo de mirar dónde andaba la entrepierna. Y muy preocupado por si la cabeza se me había salido de Andalucía, que está perimetrada. Figúrense el susto si voy a levantarme y resulta que tengo un ojo en Ciudad Real y otro en Extremadura. Me desperté, sí, alarmado, o sea, en estado de alarma, un estado que solo me puede durar hasta el día 9. Dice el Gobierno que tras esa fecha no me puedo alarmar, eso va a ser el paraíso de los tranquilos. Para tranquilo, Urkullu, quién lo ha visto y quién lo ve, el líder de los vascos pidiendo al Estado un estado de alarma, o sea, que los intervenga, es decir que gestione la emergencia y el virus que ellos tienen desbocado. Desbocado es un adjetivo que pega mucho con caballo, salvo que vayas montado en él, claro. Pero suena a bocado arrepentido, a bocado que uno lamenta haber dado. Los nacionalistas catalanes por su parte andan pergeñando una ley nueva y propia que pueda ser instrumento para litigar en los tribunales si el Gobierno toma medidas que no les gusta. Nada nuevo bajo el pop. Tal vez Sánchez recapacite (parezco Casado) y cuando haya resultado electoral en Madrid tome algunas medidas. Nos referimos a medidas sobre el estado de alarma no a medidas como despedir a Gabilondo, patriarca de la sosomanía, hombre sabio fuera de sitio, electrocutado por los extremos y los extremistas. La gabilondez no está de moda, pero quién sabe. El analista Kiko Llaneras habla de que las posibilidades de que gane la izquierda son de un 14%. O sea, una entre siete. Es decir, la misma posibilidad de fallar un tiro libre en baloncesto. Cosa que no es probable pero que sucede. La campaña de Madrid lo impregna todo. Hasta tal punto que quería escribir sobre un mal sueño y estoy ya adentrado en el comentario sobre Madrid y su pugna electoral. O sea, un poco desbocado, también alarmado, temiendo igualmente las ocurrencias de las comunidades, que son como el gato del hortelano. Siempre se cita al perro pero el gato hacía lo mismo, ni comía ni dejaba comer. Hay gatos que incluso se desbocan. A los de Madrid se les llama gatos. O sea, un lío. Alarmante.
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