La vida moderna Merma

El error de cálculo rociero

En Andalucía sobran Hermandades filiales de la Matriz de Almonte. Sobran. Literal. Y muchas

El error de cálculo rociero

El error de cálculo rociero / Gonzalo León

Gonzalo León

Gonzalo León

Las sociedades evolucionan, avanzan y crecen en todo momento condicionados por la realidad que engloba a sus entornos. Las vidas paralelas son solamente eso. Un eco irreal de algo que únicamente crece en las individualidades pero que, una vez lo echas al terreno de la verdad, se disuelve como una aspirina en un florero.

Las expresiones populares tienen en este sentido una dificultad quizá mayúscula pues se trata de actividades que poseen en esencia estilos y modos del pasado y que no siempre encajan bien en las nuevas generaciones.

En este sentido, la Romería del Rocío quizá sea una de las grandes celebraciones religiosas y populares que tienen lugar en nuestro país y, por seguro, la mayor y más relevante de Andalucía.

En este sentido, estamos como diferentes circunstancias están modulando el devenir de una fiesta y un entorno adaptándose a las nuevas realidades.

La aldea del Rocío es hoy un espacio de celebraciones y fiestas colectivas. No lo digo de manera despectiva. Pero sí asumiendo esa realidad. No se trata exclusivamente de un lugar de culto y oración que eclosiona al llegar la primavera. Que también. Pero es cierto que la línea entre parque temático de fiestas y un espacio con cierto sentido común comienza a ser extremadamente delgada.

Y no me refiero únicamente a esos espacios «vacíos» en el calendario rociero en los que en la Aldea no hay actividad de las hermandades filiales sino también a esa etapa anual en la que todas las corporaciones acuden y peregrinan para celebrar su misa anual.

Casas llenas de adolescentes en continuo botellón bajo techo, fiestas con grupos contratados cantando música pop, altavoces con Reaggetón, cachimbas y guarreo. Sin más. Eso existe. Se organizan fin de semana tras fin de semana con la llegada de los «rocieros» venidos de diferentes puntos del país y muy especialmente de Andalucía.

Estas acciones nada tienen que ver con el Rocío, la Virgen y la Romería. Que estar feliz es bueno y positivo. Eso lo sabemos. Pero se trata de algo más. De contribuir al control relativo de un espacio y unas prácticas que pueden acabar desprestigiando una realidad ciertamente en peligro. No de extinción, pero sí de perversión.

No estoy descubriendo la pólvora. En Almonte son los primeros en saberlo y por eso limitan de manera extraordinaria las acciones a llevar a cabo durante la romería con un bando que llega a prohibir el estilo de la música que se escuche en las casas. Es decir, que todos somos conscientes de lo que está sucediendo.

El modelo está cambiando. Las nuevas generaciones viven condenadas bajo la dictadura del placer y lo inmediato. Quieren cosas buenas. Fáciles. Rápidas. Que sean placenteras y baratas. Y la Aldea del Rocío se lo está poniendo en bandeja.

¿Alguien hace algo para cambiarlo? Seguro que sí. Pero servir, lo que se dice servir, no está sirviendo para mucho.

Y las opciones son pocas: o asumir las nuevas realidades o intentar controlarlas y limitarlas.

Es sencillo sobre el papel. Y quizá en la práctica. Pero si incluimos en la ecuación la losa del dinero y los beneficios la cosa cambia muchísimo.

Las casas del Rocío son un negocio extraordinario para sus propietarios. Alquileres turísticos a bajo coste que constituyen un ingreso no declarado, pero sí real de una zona aparentemente deprimida económicamente, pero con una economía solvente en esencia.

Tú sabes qué casa alquilas, a quién se la alquilas y lo que allí se va a hacer. Y eso tiene poca discusión. Por lo tanto, quizá sea el momento también de asumir que ante el mercado y su poder poco se puede hacer. Ni si quiera ese virtuoso espacio en torno a la Virgen del Rocío y Doñana se podrá resistir a las garras del dinero.

En ese sentido, estamos perdidos. Pero también resulta curiosa la evolución (¿) de las hermandades filiales y su aumento progresivo frente a una cuestión que nos lleva a la idea del comienzo de este artículo. ¿Son conscientes de la realidad unos y otros?

¿Es lógico aumentar la cuota de hermandades filiales que, en muchos casos y con todo el respeto, llenan un par de autobuses? ¿Alguien ha visto las estampas por los caminos de esas hermandades de nueva hornada y cuántos son?

Desconozco en esencia los criterios para reconocer a estos nuevos grupos pero, sea cuales sean, evidencian un error de cálculo absoluto a la vez que dejan claro que algo no está funcionando de la manera correcta.

¿Qué sentido tiene crear Hermandades a dos pasos de otra que ya existe y que flaquea de personal y tirón? La Hermandad de Montequinto y la de Torremolinos son las últimas en sumarse como miembros filiales de la Matriz de Almonte y reconozco que no encuentro razón alguna para que esto suceda.

Quizá el problema sea compartido. Por un lado, las hermandades grandes lo están haciendo mal hasta el punto de no ser capaces de aglutinar a los «rocieros» del entorno. Y a ello le sumamos el nervio de los de fuera para crear una Hermandad como el que pone la mesa para cenar.

Cuidado. Porque el futuro es complicado e incierto. En Andalucía sobran Hermandades filiales de la Matriz de Almonte. Sobran. Literal. Y muchas. Y están desmembrando a otras sin darse cuenta para dispersarlas en grupúsculos que, sobre el papel, son similares a una excursión del IMSERSO. Y eso acarreará, seguro, grandes carencias en un futuro no muy lejano en el que las nuevas generaciones no se conquisten tan fácilmente como hasta ahora.

Vender como sumas lo que realmente son divisiones es, en definitiva, un grave error de cálculo.

Viva Málaga.

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