Tribuna

Un paso de peatones como la vida misma

Mercè Marrero Fuster

Mercè Marrero Fuster

Que nuestros gestos dicen mucho de nosotros es una verdad de Perogrullo. Tengo más que confirmado que la forma de dirigirnos a los profesionales que nos prestan sus servicios como camareros, dependientes o personal de limpieza da información relevante sobre nuestro grado de educación y respeto por los demás. Si soy incapaz de dar las gracias o monto un número porque me han traído un café con leche de vaca en vez de soja, soy un impresentable. Aquí, en el bar de la esquina o en una recepción en una embajada. Igualmente sucede con la forma de conducir. Alguien que se cuela, que aparca en un espacio para minusválidos o que pita constantemente no es de fiar. Mi última observación recae en la forma en la que un viandante se enfrenta a un paso de peatones. Dime cómo cruzas una calle y te diré quién eres.

Veo a los adolescentes con sus patinetes sobre los hombros y sus calzoncillos de marca sobresaliendo del pantalón de chándal. Cruzan sin mirar. Los problemas no van con ellos. Su paso es seguro, un poco arrastrado y sacan pecho. Ríen y chocan manos. Viven sin conocer los riesgos y saben que tienen toda una vida por delante. Bendita adolescencia y esa sensación de que, salvo uno mismo, nada importa.

La mujer está parada. Mira a un lado y a otro. A lo lejos se ve un coche acercándose a poca velocidad. Ella podría ir y volver varias veces, pero prefiere esperar. El conductor, que cree que está allí porque espera a alguien, no se detiene. Ella le sigue con la mirada y resopla. Se queja sin llamar la atención. Seguramente vive así. Discreta, sin expresar sus emociones, sin arriesgarse, sin querer molestar.

El niño va a su ritmo. Se para y señala el cochazo que está esperando a que él y su padre atraviesen la calle. Va agarrado de la mano del progenitor, que le aplaude y anima. El conductor les saluda y sonríe. Me fijo en este último. Un hombre majo, paciente y sonriente es sexi. Hay esperanza en este mundo.

La pareja mira de reojo y cruza. Como no levantan lo suficiente la vista del celular, no se han enterado de que la moto ya estaba rebasando las franjas blancas. El motorista pita y les grita algo, la pareja le hace una peineta y blasfema nombrando a todos los antepasados del conductor. Supongo que, además de un problema de adicción al teléfono móvil, tienen poca capacidad de autocrítica y son de los que echan la culpa siempre a los demás.

¿Cómo sería la manera de cruzar de una buena madre? Apuesto a que revisaría el entorno, pero permitiría que sus hijos cruzasen solos al ritmo que quisieran. ¿Y una buena pareja? Seguramente, caminarían juntos, pero mantendrían cierta autonomía. Irían a la par o uno iría más rápido que el otro. Lo importante aquí es saber si se esperarán al llegar a la otra acera. ¿Y un buen jefe? Dejaría claro el rumbo y alentaría a cruzar de la mejor manera posible. ¿Y alguien tóxico? Sería ese que te estira y te hace ir con la lengua fuera. O ese que se cuelga y no te permite avanzar. Bien mirado, un paso de peatones es una fuente de sabiduría.

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