Pregones que no fueron

Barrio

Es Martes Santo Victoriano. Ahora, de siempre y hasta el final de los días. Con los pies bien hundidos en la tierra. Raíces, mientras sostenemos a hombros al que continuará otra generación de mojar pan en la sartén de las almejas salteadas del Chupaytira divino

Jorge Salinas

Jorge Salinas

Como cuando uno se despierta y abre las ventanas para que se renueve el aire en casa, esa brisa fresca, nueva y llena de vitalidad entra por el barrio cada mañana cuando Antonia abre San Lázaro o Nieves hace lo mismo con La Victoria. Las cafeteras empiezan a entonar la marcha cotidiana y el olor a pan tostao compite con los azahares que aún resisten robustos a los primeros compases de la primavera. La tostada mantequilla y mermelada del Samoa acude fiel a la cita. Un sol tímido sacude el rostro medio dormido de los niños camino a los colegios. Cogidos de la manita en alegre procesión con el peso de las mochilas como martirio se despiden con los besos en la frente que se añoran. Los carros de la compra ya forman legión dirección centro. Saludo obligado al Rescate.

Los cajeros automáticos renuevan cartillas de los abuelos superados por la tecnología. Eugenio va con la bicicleta tambaleante, mientras en el Jardín las latas de cerveza empiezan a conformar el zigurat de la derrota. Cabreos en el Centro de Salud por las citas no demorables. Alguien compra unos guantes blancos en la mercería de Ferrándiz. El traqueteo de las bombonas de butano en el camión improvisan un molesto carrillón. Repartidores, obras y más obras. Olor a cazuela de fideos. Un cuarto y mitad de almejas para saltearlas. El gazpachuelo del Nerva. Huele a magro con tomate en el Pedroso. El Ángelus ya indica que se puede. El saludo y el preguntar por los tuyos. El apocalipsis en forma de salida del cole. Los cláxones conforman la sinfonía de la hora nona. Mojar esa piña en la sopa elaborada con montilla moriles y el molusco nacional del barrio. El sesteo con la brisa del mar que sobrepasa Gibralfaro. Extraescolares, deporte y heladito en Casa Mira. Deberes y academias, la compra de la cena. Santuario de partidos de fútbol mezclado.

Columpios más solicitados que una cita en el SEPE. Catequesis. Entrada rápida para tirarle un besito al señor guapo de la Humildad. Gimnasios y llegadas a casas del trabajo. Duchas, besos. Un campero de pollo que hoy toca homenaje. Acostar niños. Cansancio en la mirada. Un rato corto para amarse. Bullicio en el Universitas. Salida de la cofradía. Silencio en la calle. Ojos cerrados. Todo esto, 24 horas al año se detiene. Se encapsula y da paso a la identidad sacrosanta del día Nacional Victoriano. Un grito remueve las entrañas de las casas, como un pregón de exaltación de los ánimos patriotas, un hombre un poco desaliñado de mediana edad y tinte negro en el pelo, aparta el cigarro para decir: Al rico Coqui. Un crisol de colores afloran por todas las calles. Desde Hurtado de Mendoza hasta Coto de Doñana, blancos, morados, amarillos, rojos conforman la bandera del país. Un país que ve con ojos llorosos la vuelta de sus emigrados. Los que no consiguieron piso y buscaron fortuna en ladrillos vistos. Más allá del río seco donde el acento se pierde. En duplex de la soledad o casa mata impersonal. La banda en alegre pasacalle insufla en el corazón la felicidad.

Los globos de helio son el ejercito del aire. Abuelas de punta en blanco. Miguel de los Reyes lanza la biznaga perenne a la Virgen niña. La Tota sonríe, seguro que sí. Porque los difuntos como si fuera la fiesta mexicana vuelven ese día a habitar entre nosotros. La luz es diferente. Las palmas en los balcones lucen orgullosas de pregonar que ahí vive una familia cristiana. Los bares derraman la santificación obligatoria de la fiesta. Con talante y mesura, pero con orgullo de Rey de Reyes, prestamos un rato a Málaga los tesoros de los sagrarios victorianos.

Las Totis, Vickys, Vitos y Victorias de genética imperial alemana se dan la mano con las Rocíos altaneras, bravas y orgullosas, para guardar con celo la puerta del cielo de la capilla Catedral de los sentimientos. El epicentro y kilómetro cero del barrio entre los barrios. Con Santuario, faro, capilla y Basílica y presidiendo en la gloria de un monte, la rosa temprana del Calvario. Que manando la sangre que regó de amor las calles de los regentes católicos, nos dejó tan solos al pie de tu Cruz.

24 horas nacionales donde todos caben. Desde un alhaurino de los verdes hasta un rubio con piel cuarteada del Palo. Nación no excluyente con el idioma de la felicidad de un domingo soleado por la mañana en el Rogelio. Ya suenan los toques de campana. Ya cae el mejor de los nacidos. Es prendido en el huerto. El gótico no cabe en la calle estrecha. Las manos abiertas en ese eterno abrazo de amor a sus hijos arropados en mantilla blanca y melena negra de las mujeres victorianas.

Es Martes Santo Victoriano. Ahora, de siempre y hasta el final de los días. Con los pies bien hundidos en la tierra. Raíces, mientras sostenemos a hombros al que continuará otra generación de mojar pan en la sartén de las almejas salteadas del Chupaytira divino. Es Martes Santo y el Rocío está en la calle. Victoria