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Un puesto en el mercado.EDUARDO PARRA

Viento fresco

Jose María de Loma

Redactor jefe

Tendencias malagueñas

Serían las diez menos cuarto de la mañana. La terraza de Aranda estaba repleta, gente tomando churros. Enfrente, o al lado, un local modernito, grande, en el que te dan cosas verdes para desayunar. Y zumos. Mucha cola para entrar. Y ahí, sentado en Aranda, claro, como buen observador burgués y nativo, atisbé la guerra cultural. O de tendencias si queremos ser menos pedantuelos. A un lado lo típico y tradicional y al otro lo moderno, vanguardista y un punto rupturista.

Algunos de los jóvenes delgados y nórdicos que mordisqueaban lechuguinos sandwiches estaban tan alejados de la idea de probar un churro como El Perchel de Casiopea. No pocos de los que se entregaban a las delicias del mitad y dos churros no entrarían nunca en ese otro local. Tal vez en la creencia de que la quinoa es un alpiste para los gorriones. Hay que elegir bando. O no. No seamos radicales ni saquemos conclusiones apresuradas. El churro del café sí hay que sacarlo rápido porque si no te chupa todo el líquido y el churro queda sabroso pero no te queda café. Lo ideal es alternar. Mezclarse, no ser previsible, lunes churro pero martes aguacate; miércoles Dios dirá y el jueves, pitufo a la catalana. Aunque no parecía una clientela muy intercambiable. Había turistas en Aranda, claro, y muchos, delgados y jóvenes. Varios japoneses que no faltan nunca también estaban allí. Se llama oferta y se llama turismo. Tipismo al servicio del turista y modernez al servicio del turista. Al final, todos turistas. Menos yo que estaba allí porque no tenía nada en casa para desayunar y porque de cuando en cuando hay que tomar unos churros en una terraza céntrica con el bloc de notas para cazar conversaciones, observar tendencias o simplemente tomar el fresco y ver pasar a turistas, conocidos o gentío anónimo.

La ciudad se debate entre ese casticismo (en algunos locales, de pega) tan nuestro y tan del gusto de muchos que nos visitan y esos nuevos establecimientos alternativos que, dando una amplitud a la oferta, en cierta medida uniformizan mucho las urbes. O vaya usted a saber.

Aranda lleva ahí más tiempo que la Catedral, aunque no se sabe si es un signo de pujanza (en su caso parece que sí) o de numantinismo. Si emerge o resiste. Convivencia o asimilación. Les dejo las conclusiones a ustedes -pero no los churros ni el café- reconfortado por el magnífico desayuno en Aranda. Sin descartar que almuerce en el local de enfrente, que tiene unas maravillosas e imaginativas ensaladas. Si lo hago, escribiré la columna desde allí, o sea, desde el otro lado de la trinchera. Prefiero la lechuga a la sociología de bolsillo. La vida es del color del plato con el que se mira. O a mí es que me gusta todo.

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