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Doñana y otras catástrofes

Vista aérea de una finca de regadío en Doñana.

Vista aérea de una finca de regadío en Doñana. / EFE

Marc Llorente

Marc Llorente

En abril nada de aguas mil. La sequía y las temperaturas por encima de lo normal avanzan progresivamente si el tiempo no lo impide, y los embalses están a medio gas. Los terrenos de cultivos pagan las consecuencias del cambio climático, que se ha ido forjando aquí, allí o allá con los méritos propios de la actividad humana y del desarrollo insostenible. La depredación ecológica, la polución y el consumismo, ingredientes propios del sistema nuestro de cada día, dejan una huella difícil de borrar. He ahí las consecuencias puntiagudas. Los negacionistas lo tienen claro. Es un proceso del ciclo natural porque el dióxido de carbono forma parte de la vida y su impacto en la atmósfera es mínimo. Todo sea por rendir culto al dios de los intereses económicos. Y no es que haya que desatenderlo. Sea como fuere, el resultado, en fin, salta a la vista.

El ahorro de agua en casa no es un capricho. Es muy necesario. El consumo internacional del líquido elemento ha crecido durante el último siglo, y la escasez deben tenerla en consideración los principales dirigentes para poder salvar la vida de millones de personas. ¿Y el hambre? Esta es otra historia que siempre describe un paisaje desalentador. Respecto al gasto hídrico que supone el uso de internet, se consumen 200 litros de agua por 1 GB. Estas computadoras requieren mucha energía y se calientan excesivamente. Los centros de procesamiento se refrigeran. Y eso exige utilizar agua. Solo Google necesita 16.000 millones de litros anuales. Por tanto, es preciso una conciencia medioambiental e invertir en tecnología que derroche menos. A ello, claro, se suman las plataformas de TV. La tupida red atrapa al usuario y así está la situación.

Mucha gente en el mundo sin agua potable mientras otros la derrochan. Se puede dar la circunstancia de que nos falte agua y estemos rodeados de tecnologías que la gastan. En la producción de alimentos, consume agua la carne, la leche, la pasta, la cerveza, el vino o la ropa, e incluso un litro de agua embotellada gasta tres litros de agua. ¡Todo! Cumplir con la Agenda 2030, aprobada en septiembre de 2015 por la ONU, implica, entre otras cuestiones de sostenibilidad económica, social y ambiental, la eliminación de la sed mundial y acceder a los servicios adecuados de saneamiento. El ritmo actual y la falta de voluntad política no producen mucha confianza hasta ahora.

A todo esto, éramos pocos y parió la Junta de Andalucía con Moreno Bonilla al frente del alumbramiento de una proposición de ley del PP y de Vox, que consiste en legalizar los regadíos ilegales y en ampliar las hectáreas de regadío en el parque nacional de Doñana, lo que choca con el criterio científico y de los ecologistas por el peligro para el ecosistema que supone esa norma. La Comisión Europea también lo advierte y señala la «violación flagrante» del derecho comunitario. Así que esto justifica de sobra que el Gobierno central tome cartas en el asunto. Uno de los líderes de esta epopeya, Núñez Feijóo, acusa al vecino y dice (colgándose una medalla) que «la Junta quiere una solución para centenares de familias». Es el victimismo de unas derechas que pretenden ganar peso político en las comarcas afectadas y solo satisfacer beneficios particulares.

Bajo esa «benévola» actitud, todo le sirve al desesperado aspirante a ocupar la Moncloa, una propiedad del PP que sigue en manos del okupa Pedro Sánchez, quien advierte de que se puede intervenir en Doñana para revertir el declive ecológico de la natural reserva, cuyos daños vienen de atrás. Es decir, la adopción de todas las medidas legales en defensa de la biodiversidad de ese entorno cada vez más seco. El proyecto del presidente andaluz no respeta los usos del agua y tiene poco recorrido. La jurisprudencia está igualmente en contra. Si la ampliación del regadío se aprobara, Bruselas podría imponer a España una sanción económica considerable, como ya ocurrió con la mala gestión de las aguas residuales de Matalascañas. ¿No se pueden hacer las cosas, entre todos, de una manera más racional en lugar de ir cada uno a lo suyo simplemente?

A propósito de nuestro inefable Feijóo, siempre pescando en el río revuelto, como único recurso, y enturbiándolo más, vuelve a la carga la salida de Ferrovial a los Países Bajos y culpa al Ejecutivo porque, según él, se legisla «en contra de la captación de inversiones y de su mantenimiento». Al parecer, cimentar el crecimiento de esta empresa al abrigo de importantes contratos públicos no tiene ninguna importancia. Ni la tienen tampoco las ayudas públicas recibidas durante la pandemia. O sea que la mejora de la economía de nuestro país no cuenta. Pagar menos impuestos es uno de los objetivos. Y montar el número circense (y político) para que los héroes de la oposición tengan balas de fogueo y continúen disparando contra Sánchez en busca de votos.

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