Notas de domingo

Feliz y vertebrado

Domingo de verano en las playas de Málaga

Domingo de verano en las playas de Málaga / Gregorio Marrero

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. A la tarde, en la playa, veo a lo lejos hidropedales y recuerdo cuando en esta misma zona los alquilaba alguna vez con mis padres, mi hermana, mis tíos, mis primos. Ahora son más modernos. Los hidropedales. Tienen un tobogan algunos. Presentan un poco más de empaque y seguridad en su diseño. En algunas costas de España los llaman pedalos. Pédalos, en esdrújula, tampoco estaría mal. A mí me parece que se están extinguiendo en favor de gigantes bananas que flotan, motos acuáticas, lanchas, yatecitos, tablas de kitesurf o similares y toda suerte de artefactos para surcar el agua, flotar sobre ella, juguetear con las olas y almacenar recuerdos veraniegos que saben a sal, al beso de una prima de Castellón, a cucurucho de helado a media tarde y a digestión de dos horas. Me sacan de mis pensamientos dos turistas que plantan la toalla a escasa distancia de la mía. Hay gente que monta tal infraestructura en la playa que tras erigirla les deberían conceder el estatus de municipio y tener ayuntamiento. La familia que monta una carpa unida permanece unida. Incluso luego en el agua.

Martes. Alguien propuso una vez una cátedra de ucronías. Lo que pudo haber sido y no fue. No le hicieron caso. Y por lo tanto somos menos capaces de intuir el futuro. Ese es el comienzo, más o menos, de El estrecho de Bering, libro de Emmanuel Carrere reeditado que me salta a la mochila luego de haber entrado en la Casa del Libro solo por el buen aire acondicionado que tienen. Podría haber entrado al Granier casi contiguo y me habría hecho con un bollo de crema, pero así es la vida y el azar. El entrar en uno u otro establecimiento, impelido por el calor, ya tiene algo de ucronía. En tiempos de Stalin, cuenta Carrere, los dirigentes recibían periódicamente una actualización de la Enciclopedia Soviética. Cuando Beria, el terrible jefe de la KGB, cayó en desgracia, los jerifaltes recibieron una hoja con la entrada correspondiente a Bering, el estrecho de Bering, y la orden de que arrancaran la página de Beria y pegaran en su lugar la de Bering. Luego seguiré leyendo. Ceno escarola.

Miércoles. Ir al fisio o al quiropráctico por primera vez es una experiencia que todo diarista debe experimentar para tener un material interesante que trasladar al lector. Tiene todo un aire mixto entre gimnasio y clínica, huele a linimento, digo yo, que tampoco sé muy bien a qué huele el linimento. Solo por recuperar esta palabra merece la pena la visita. El público es variado. Se ve que la columna, las vértebras y las cervicales se quejan en muy diversas etapas de la vida. Me siento algo ridículo sin camiseta, sin zapatos (solo llevo calcetín en un pie, vaya por Dios) tratando de estirar mucho el cuello o la pierna, obedeciendo órdenes, oyendo crujidos, hablando de posturas. Salgo aliviado y con buenos propósitos. Sin embargo, la calor derriba mi intención de volver andando a casa. Tres mil pasos que no voy a dar. En el autobús, el aire acondicionado está a tope. Una señora, a mi lado, va diciéndole por teléfono a su Alfredo que por favor no deje que el niño se beba todo el gazpacho que hay en la nevera. Me duele el cuello. Al columnista con amor propio le duele la columna. Al mal columnista le tienen que enderezar la columna.

Jueves. Era muy goloso: lo proclamaba a bombón y platillo.

Viernes. Esa friki emoción por la política. Veremos.

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