DESDE EL SIGLO XX

A veces llegan cartas con sabor amargo

José Jaume

José Jaume

El marido de la nieta del conde de Romanones, político de la primera Restauración que el 14 de abril de 1931 indicó a Alfonso XIII dónde se situaba la puerta de salida de las Españas, cantaba, con notable éxito, una melodía cuya letra explicaba que a los encelados (as) en ocasiones les llegaban cartas (ahora no le arriban a nadie, salvo excepcionales ocasiones como la presente) rezumando melancolía, amargura por el amor extraviado nunca se sabe del todo por dónde. La que el presidente del PP Alberto Núñez Feijóo le ha remitido a Pedro Sánchez es un completo compendio de la inmensa frustración que anida en quien daba por hecho haber alcanzado el anhelo perseguido, el que desde el 28 de mayo saboreaba, con o sin la alcahueta de Vox, pero ya suyo. El 23 de julio ha sido para las derechas tan inmensa decepción que no hallan forma de salir de la postración presente y futura: se devanan la sesera cavilando sobre qué ha sucedido para que ellas, ya puestas, tan seguras de sí mismas, con Madrid, el inabordable Madrid, rompeolas de todas las Españas, de estandarte, sigan a la intemperie, relativa, puesto que su poder territorial es sustancial, se queden sin tener acceso al Boletín Oficial del Estado (BOE), que es el que decide de verdad por qué senderos transita la gobernación del Estado. Feijóo ha sucumbido, dejémonos de perífrasis, no ha ganado las elecciones, aunque el suyo sea el partido con más votos y escaños en el Congreso de los Diputados. Ganar es disponer de los diputados suficientes para formar gobierno. Eso no está al alcance de Feijóo, sí de Sánchez, por difícil y enrevesada que sea la fórmula para hacerse con el botín.

La carta de Feijóo al presidente del Gobierno en funciones es quejido, lamento, frustración. Cuando reivindica el derecho a que gobierne la lista más votada soslaya que en la monarquía parlamentaria, que es lo que hoy hay en España, las cosas no son como pretende. No lo han sido en Extremadura, tampoco en Canarias, ni en tantos ayuntamientos, entre otros el mallorquín de Calvià  (municipio turístico importantísimo). El de Feijóo es implícito reconocimiento de impotencia al quedarse las derechas a cinco diputados de derogar el execrado «sanchismo», para lo que se tendrá que aguardar mejor ocasión. Además, los fraternales enemigos del PP, la alegre muchachada de Vox, le ha jugado una nueva mala pasada al hacer pública la reunión que mantuvo con Abascal, la que trató de hurtar al conocimiento de la opinión pública la amortizada secretaria general de los populares Cuca Gamarra, desabrida en todas y cada una de sus intervenciones, consciente de que su tiempo ha pasado, por algo no fue a las elecciones en la lista por Madrid, sino que Feijóo, que se la tiene jurada, la desplazó a La Rioja.

La respuesta de Pedro Sánchez, también en carta, hay que ver, está repleta de displicencias, hartazgo, hasta desprecio hacia quien, cree con firmeza, ha tensado la vida política española hasta hacerla muy poco acogedora. Emplaza a Feijóo para verse las caras pasado el 17 de agosto, cuando sabremos quién preside el Congreso de los Diputados, asunto que posibilitará discernir hacia dónde se balancea la mayoría parlamentaria. Sánchez es un kamikaze, lo tiene acreditado: se lanza al vacío sin atender a consideraciones. Convocar las elecciones generales al día siguiente de haber sido vapuleado (las derechas de PP y Vox sumaban en autonomías y ayuntamientos, recordatorio de lo que es la democracia parlamentaria) en las elecciones del 28 de mayo ha sido, lo sucedido lo corrobora, nueva constatación de que el presidente del Gobierno (en funciones, por supuesto) es político de rara aleación. Los medios de la derechas afirman que desecha cualquier escrúpulo, que es amoral, capaz de traicionar sin inmutarse, mentiroso, al que solo guía su supervivencia, que, en fin, España le importa un bledo. La descalificación es tan extrema que por fuerza se transmuta en alabanza hacia quien en tiempos tan convulsos como los que vivimos ocupa y parece desempeñará, si hilvana la mayoría en el Congreso de los Diputados, la presidencia del Gobierno.

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