DESDE EL SIGLO XX

Vox no se diluye, El Yunque lo mineraliza

El secretario de Organización de Vox, Jorge Buxadé, interviene durante una rueda de prensa, en la sede nacional de VOX.

El secretario de Organización de Vox, Jorge Buxadé, interviene durante una rueda de prensa, en la sede nacional de VOX. / Fernando Sánchez

José Jaume

José Jaume

Los medios de la capital de las Españas, casi todos alineados en formación de combate con el PP, han corregido la estrategia de acoso y derribo: ya no es prioritariamente contra el «sanchismo». El PSOE ha salido incólume de la cita con las urnas. Es Vox, quién lo iba a decir, el objeto de su fuego graneado: la extrema derecha recibe las andanadas. El caso tiene fácil explicación: la dimisión de Iván Espinosa de los Monteros, la jibarización de lo que representa en Vox, ha cortado de cuajo el cordón umbilical que le unía al PP. De los Monteros era algo así como la derecha de la derecha popular, para entendernos, alguien acuñado a imagen y semejanza de Esperanza Aguirre, solo que radicado en Vox. Ultraliberal en lo económico y ultraconservador en todo lo demás. Bien, al irse tras ser apiolado por Buxadé, que hace y deshace sin miramientos, se aclara el panorama. Vox es ya nítidamente un partido de la extrema derecha católica, en todo semejante a los que gobiernan en Polonia y Hungría; también en Italia, solo que Meloni lo hace en coalición con otra extrema derecha y con el partido mafioso del extinto Berlusconi. Vox, con Buxadé, y a la espera de la jubilación de Abascal, encarna el peculiar neofascismo católico español (aquello de «mitad monje, mitad soldado» que proclamaba el aristócrata y muy católico José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, marqués de Estella, fundador de la Falange), anclado en la tradición reaccionaria de la que se puede echar mano en España, y las hay para elegir.

No es buena noticia para el PP; de ahí las proclamas de los medios adictos de que Vox se encamina raudo hacia la extinción. Deseos contra realidades. Con Buxadé, Vox establece sólido vínculo con El Yunque, la organización execrada con virulencia por el profeta mediático de las derechas hispanas, el inabordable Federico. El Yunque procura operar desde las sombras. Sus tentáculos empiezan a ser poderosos en sectores importantes de la vida pública, incluida la Judicatura y las Fuerzas Armadas. Los acólitos de El Yunque niegan su pertenencia. Vienen obligados por juramento. Las sombras son su hábitat predilecto. Demuestran ser muy efectivos en la cuestión del agit prop, la agitación y propaganda que en tiempos caducados tan buenos dividendos dio al movimiento comunista. El Yunque tiene en Vox ya a su partido político: más de 30 diputados en las Cortes. Sin competencia. Los Espinosa de los Monteros, lo «liberales» (qué sarcasmo) han sido laminados. Si pueden, arramblarán con las libertades públicas: postulan que la denominada «ley natural», la tradición católica, están por encima de la Constitución. No es casualidad que un policía en Murcia obligue a taparse los pechos a una cantante. Gesto de resistencia el de Eva Amaral, valiente, un grito de libertad. Ha intentado ser ridiculizada por los comentaristas de la derecha. Solivianta que una mujer muestre sus pechos declarándose libre. No es gratuita la ofensiva desatada contra determinadas manifestaciones culturales en ayuntamientos gobernados por PP-Vox. El partido de Feijóo está asumiendo casi sin darse cabal cuenta de lo que hace algunos de sus postulados.

Y no es cosa menor, como diría Mariano Rajoy, que alguien llamado Gabriel Le Senne ocupe la presidencia del Parlamento balear, no lo es al constituir el gozne que lubrica la conexión entre Vox y El Yunque. No se ha calibrado lo suficiente lo extraño que resultó que quien accedió de rebote a la Cámara legislativa autonómica fuera aupado de inmediato a su presidencia. Fue una orden taxativa de Buxadé, un ucase, lo que condujo a tan chocante desenlace.

Vox no desaparecerá por el desagüe como Ciudadanos ni será trasunto laminado de Podemos. Mutará tal vez de siglas o de formato, pero no desaparecerá. El PP hará bien en desechar vanas esperanzas. Hay Vox para rato y su objetivo primordial es el de disolver en su seno a las derechas tradicionales. En Hungría e Italia lo han logrado. Más que a la desaparición de Vox atendamos a la posible mutación del PP. Se atisba en comunidades autónomas y ayuntamientos en los que Vox tiene vara alta.

Suscríbete para seguir leyendo