TRIBUNA

Los mundos de Yupi

En cuanto alzas la voz para decir que el emperador desfila desnudo, sales medio linchado. Si aquí en Andalucía he experimentado esas angustiosas sensaciones, no quiero ni pensar cómo se sentirá esa mitad enmudecida en Cataluña

José Luis Raya

José Luis Raya

La disensión se paga cara, casi con el ostracismo. De hecho, numerosos intelectuales tuvieron que pedir asilo o alejarse de nuestro país durante la posguerra, cuando no se permitía discrepar. Si no comulgas con unas determinadas ideas, como mínimo te expones al rechazo.

Cuando era un crío, me regalaron una colección de cuentos de H.C. Andersen, entre ellos me llamó la atención «El traje nuevo del emperador», no supe apreciar su doble lectura o mensaje, hasta que las circunstancias de la vida te muestran que hay gente que, por temor, gregarismo, interés económico, falta de personalidad o de carácter, falta de espíritu crítico o por múltiples motivos, no ve la evidencia. Cuando, incluso, lo evidente es confuso u opaco podríamos hablar de decadencia social. El emperador, narcisista y ostentoso, decidió salir desnudo para que todos apreciaran su maravillosa y lujosa vestimenta imperial. Hasta los sastres fingían que cortaban patrones y cosían las impresionantes telas invisibles. Después, en las calles, todo el mundo adulaba y aclamaba el impresionante traje. Hasta que un niño advirtió, entre la multitud, que iba desnudo. Entonces abrieron los ojos. El rey y sus chambelanes tuvieron que concluir el pomposo desfile real para no caer aún más en el ridículo.

Levantar la voz para manifestar la verdad puede ser arriesgado, pero este crío ayudó a la gente a discrepar y a apreciar la evidencia.

Desde siempre, he ido advirtiendo de los peligros que entraña un nacionalismo excluyente, avaricioso, egoísta y agresivo. Los dos partidos principales lo miraban de reojo y otras veces lo adulaban para conseguir apoyos; entre tanto, esa niña de ingenuas coletas se iba convirtiendo en un monstruo que devoraba todo lo que se le ponía por delante, sin miramientos ni recato hacia las necesidades de otras comunidades. El espíritu de la UE se ha basado siempre en el apoyo a los países más pobres o menos desarrollados. Todos hemos comprobado cómo recibíamos de Europa una serie de ayudas o créditos para el desarrollo desde que ingresamos en esta institución, allá por el 86. Para los nacionalismos periféricos esto no existe. Solo piensan en su exacerbado beneficio. Las demás regiones son de segunda o de tercera. El reparto de la riqueza y la equidad, algo tan sólido y tan establecido en la izquierda ideológica, resulta que ya no es así. Incluso se puede pactar con un nacionalismo de derechas de tintes autoritarios. Pero nadie lo ve. Alguien ha decidido que esto es lo correcto y así debe ser. Si disientes ya eres un tremendo facha o un traidor.

La cancelación se experimenta a diario. Se ha de ir en bloque, sin matices ni disensiones. La discrepancia solo se admite en partidos plenamente demócratas. Si discrepas, como antaño, te aíslan o te apartan. La hecatombe económica que puede producirse en España por esta serie de medidas, injustificadas condonaciones o pagos millonarios adicionales en detrimento de otras comunidades, seguirá abriendo esa grieta, que se ha producido en otros países, o ese muro como ya lo han llamado en muchos medios, entre las dos Españas. El mismo presidente ha alimentado esa inquina y le ha dado la espalda a más de medio país.

En cuanto alzas la voz para decir que el emperador desfila desnudo, sales medio linchado. Si aquí en Andalucía he experimentado esas angustiosas sensaciones, no quiero ni pensar cómo se sentirá esa mitad enmudecida en Cataluña. Me consta que se han roto relaciones de amigos o hermanos por estas cuestiones, que no son baladís. La sociedad está absolutamente dividida, me consta igualmente que mucha gente se ha marchado de Cataluña, se han auto exiliado porque le hacían la vida imposible. Ese odio interno de allí se está trasladando aquí. La imagen resultaba borrosa hace años, pero ahora un servidor ha llegado a experimentarla ligeramente. Solo me quedan dos opciones: callar o seguir defendiendo la verdad, mi verdad. Sigo viendo la realidad tal y como es: injusta. Me resulta chocante que la mayoría de mis «camaradas» haya sido abducida por el mandamás y callen, otorguen y permanezcan ciegos ante la evidencia. Alguien tiene que decir la verdad. Esta dichosa amnistía la hubiera entendido mucho más si se hubiera concedido antes de los resultados electorales. Yo sería el primero en apoyar una independencia si me hallara ante un pueblo pobre y oprimido. Pero no es el caso. La tiranía viene desde aquella hermosa región. La democracia les ha permitido sentarse y tener voz y voto en un parlamento plural, rico y democrático. Nunca he entendido, por otra parte, su auto inclusión. Es como aceptar a un grupo de homófobos en un congreso de homosexuales. No tiene mucho sentido. No obstante, esta es la grandeza de la democracia, que se acepta a todo el mundo, incluso a los extremistas de ambos bandos, o mejor dicho de todos los bandos. Es obvio que el resultado de todo esto es legal absolutamente, ni lo cuestiono. Solo cuestiono su ética. A priori, me parece inmoral. Pero esta discrepancia me está acarreando algunos problemas, tanto directa como indirectamente a través de las fatídicas RRSS. Los contraargumentos suelen ser de lo más variopintos y se remontan a otra suerte de pequeño autócrata que coincidió con una banda terrorista para tomar unas ginebras. Venga a echar balones fuera. Así no se puede debatir, ni tan siquiera dialogar. A menudo, cuando tratamos un problema actual, las disertaciones se retrotraen a otros tiempos u otros actantes. Así no se puede. Como cuando nuestras madres nos regañaban y para defendernos acusábamos a nuestro hermano pequeño o mayor. La infantilización de los argumentos me enerva. Me enerva igualmente que haya ciudadanos-as que cambien de opinión igualmente como muñecos que son controlados por sus ventrílocuos. De los nervios y de las nervias.

A veces pienso que nos estamos aproximando a una suerte de mundo distópico orwelliano donde todo se desea controlar, incluyendo tu propia opinión. Decía mi santa madre que es mejor callar. Supongo que serían esos suspiros del miedo que provocaban las dictaduras. Curiosamente las dictaduras no tienen color.

Estoy recordando, mientras escribo, al gran Émile Zola, que llegó hasta sus últimas consecuencias intentando destapar la verdad, encarnando la figura del intelectual comprometido. En «Yo acuso», Zola desenmascaró todo el entramado que se había cernido en torno al caso Dreyfus. Ambos pagaron con la cárcel. Zola se enfrentó a todo un sistema judicial, político, religioso y militar. Al final venció la verdad y se restituyó el orden y la moral. La verdad que el niño ingenuo, libre de dogmatismos, fue capaz de ver. Lucharé y seguiré luchando como un humilde Zola con la única arma que tengo -la pluma o el ordenador- para desenmascarar a los impostores y conseguir una sociedad más libre, equitativa y justa. Entre tanto, sigamos brincando y disfrutando en estos mundos de Yupi donde todo vale y todo da igual.