El malecón

El fútbol contra el fútbol

El VAR, un carajal, va contra la esencia de un juego reglamentado de forma difusa e interpretativa

Un árbitro revisa el VAR.

Un árbitro revisa el VAR. / EFE

José Sámano

De cante en cante, el fútbol puja por cargarse al fútbol. Un juego cuya normativa básica metabolizaba cualquier crío en un santiamén es hoy un sindiós. Prevalece un conglomerado arbitral galopante cuyos cesaristas cambian a capricho la exégesis reglamentaria un día tras otro. El VAR, justicia poética, profetizaban. Pero la barahúnda es mayúscula. Este deporte es más babélico que nunca. Cháchara y más cháchara: que si “penaltitos”, que si ahora miro la pantallita y luego no, que si hoy me chivan y mañana no… Un carajal.

Esa pomposidad del VAR no es más que un arma discrecional que manejan entre tinieblas árbitros y más árbitros que ni entre ellos concilian. Todo depende del que tire los dados. Cada jornada, una zapatiesta. Como ese marciano gol anulado al Sevilla en Mallorca porque le rebotó la pelota a un ariete que estaba de espaldas y sin que quedara verificado si el rechace fue en una nalga de En-Nesyri o en un codo taladrado al cuerpo. A un celoso juez le dio por abrir un caso, un chute de protagonismo. Como al colega del Cádiz-Osasuna, que se alarmó por un balón que rascó las uñas de un zaguero. Dos charlotadas entre otras muchas. Nada que ver con la esencia del fútbol. Con Madrid o Barça por el medio, una guerra nuclear.

Los árbitros reciben las misivas -hoy unas, mañana otras- sin taquígrafos. Apenas hablan. Hasta que se retiran, cuando algunos no callan. Si acaso se desfoga el sumo páter arbitral contra los infieles atolondrados ante tanto caos. Vaya usted a saber por qué a fulanito le cargan un fuera de juego por el pelo de una gamba, o por qué hay manos, manitas, manazas o nada de nada. Los jugadores no son maniquíes de futbolín. Ni los hinchas debieran sentir en diferido. Muchos tantos no se oficializan hasta que un sanedrín se toma su tiempo y los bendice. Despojar al gol de la espontaneidad es desnaturalizar la suerte suprema del fútbol. Gritar un gol es hasta mejor que verlo.

Este juego, metáfora de la vida con sus justicias e injusticias, sobrevivió de maravilla más de un siglo ante una demoscopia popular que daba por descontada que las decisiones, para bien o para mal, obedecían al peritaje de un colegiado. El cientifismo solo ha agregado revuelo. El artefacto del VAR lo controlan humanos tan arbitrarios como cualquier árbitro, lo que irrita aún más al personal. El reglamento es tan difuso e interpretativo que no hay IA que valga. ¿La maquinita tiene poderes sobrenaturales para disociar al que recibe un leñazo del bribón que simula una muerte transitoria? A los árbitros, pese a las broncas, decidir a solas y al instante les humanizaba.

Dejen en paz al fútbol.