725 PALABRAS

Ni longanimidad ni palinodia

La grandeza y la constancia de ánimo ante las adversidades forman parte de las virtudes de los humanos desde que el sapiens es sapiens, si es que alguna vez lo fue

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

De más en más me centellean ausencias que estarán por siempre unidas a una Navidad que cada año es más larga, aunque el calendario se empeñe en demostrarme que sigue teniendo los mismos días. La Navidad, poco a poco, va perdiendo sus esencias y con esa pérdida se nos apagan unas emociones y se nos encienden otras. El pesebre de la adoración, aquel paritorio de fortuna tan presente en la cultura católica, fue posible gracias a que toda la oferta turística de Belén se había desbordado aquel sagrado día. Puede, qui lo sa, que aquel sucedido fuera la primera mención expresa de que un overcontracting mal gestionado irremediablemente conlleva su consiguiente overbooking.

El overcontracting es una técnica, el overbooking un accidente dimanante de la mala gestión del overcontracting. Aquellos tiempos, los del pesebre betlemita, ya eran tiempos de desacuerdos y muertes a manos de los que pretendían catequizar al mundo demostrando así que ellos eran los que la tenían más grande. La razón, obviamente me refiero a la razón, amable leyente, a esa razón que reside en la bisectriz inguinal de los hombres y las mujeres que, por naturaleza o por cuna, cada día de sus vidas pretenden demostrar la falsa necesidad de cada una de sus guerras, las antiguas y las modernas.

La grandeza y la constancia de ánimo ante las adversidades forman parte de las virtudes de los humanos desde que el sapiens es sapiens, si es que alguna vez lo fue. La grandeza y constancia de ánimo, como la benignidad, la clemencia y la generosidad nunca, históricamente, fueron virtudes bien repartidas. Y así permanecen en una especie de limbo de los justos solo accesible a los sapiens más arriesgados, aquellos que ya desde in illo tempore fueron capaces de remar contracorriente, de versear un pensamiento y de bisbisear una emoción.

El título que encabeza el presente artículo hace tiempo, mucho, que viene ganando su sentido, especialmente en el ejercicio de la política patria, cada vez más chabacana, cada vez más carente de respeto, cada vez más ogresa y agresiva, cada vez más perversamente inhumana... En síntesis, la esencia de la política patria varias veces cada día da fe de haber naufragado en las profundidades abisales de los mares limpios de la inteligencia, de la pulcritud, del sentido de estado, del ingenio, de la elegancia, de la nobleza, del refinamiento estiloso, del respeto a sus electores y a sus opositores, y de la buena educación desde ha tiempo desaparecida en el cotidiano combate en la ciénaga del gatuperio en que se han convertido nuestras cámaras, la alta y la baja, habitadas y ninguneadas por las descarnadas huestes de los diestros, de los siniestros y de los ambidiestros que pasito a pasito las convierten en más bajas y más bajunas con sus actuaciones. Penoso el espectáculo.

Uno, debidamente aseado y ataviado con el traje de la comprensión del prójimo, cada mañana se incorpora al circo de la información, que cada vez verifica más aquello que denominamos «en tiempo real». Y cada mañana se pasma ante el panorama de la impresentable reata adocenada de aquellos que, torpe, muy torpemente, fueron elegidos entre sus iguales para representar al respetable y, sobre todo, «para salvar a la patria» según los decires de algunos de entre aquellos que se pretenden infalibles emperadores cuando, por etapas, son los que más debieran aprender a sobrevivir en el menos falible mundo de los callados. ¡Maldito roedore...!, que diría el gato Jinks.

La mudez se convierte en un principio activo del pueblo cuando el sentido común y la voluntad de actuar hacen agua. Incluso puede que fuera esto que acabo de escribir lo que le rondaba en la cabeza a Martin Luther King cuando nos legó aquello de «El final de nuestras vidas comienza el día en que nos volvemos silenciosos sobre las cosas que importan».

El que le escribe, amable leyente, por simple curiosidad basada en las distintas formaciones y deformaciones que lo habitan, alguna vez intentó comprender el porqué y el para qué algunos «abnegados seres» dedican su vida al ejercicio de la política profesional como modus vivendi y como modus operandi, y, con franqueza, aún sigo en el intento, especialmente cuando trato de validar la prevalencia en la dicotomía disciplina-principios.

Lo que sí llegué a averiguar es lo del título de este artículo, es decir, ni longanimidad, ni palinodia.

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