Viento fresco

Mirando a Cuenca

Qué nos gusta una coronación. Ya sea en Dinamarca

Federico X de Dinamarca al ser proclamado nuevo monarca: "Espero ser un rey unificador".

Federico X de Dinamarca al ser proclamado nuevo monarca: "Espero ser un rey unificador". / EFE

Jose María de Loma

Jose María de Loma

La globalización era esto. Medio país, el nuestro, pendiente este fin de semana de la coronación de Federico X como Rey de Dinamarca tras la abdicación de la Reina Margarita, de 83 años. Pero claro, esa coronación tenía un tufo español: el del supuesto lío en Madrid entre una celebridad española y el nuevo Rey, que podría ser calificado con un piernas, por utilizar una acepción en desuso de tal palabra. Cela la usaba mucho, la palabra, no la celebridad. Fulanito es un piernas, decía con su vozarrón o escribía a propósito de alguno de sus personajes. Pese a todo, parece que el tal Federico le da con las dos piernas: la de la familia feliz y la del juerguista que coge un avión como el que pilla un taxi y se va a tomar el té con alguna señora que le agrade.

No sé muy bien dónde quiero ir a parar con todo esto, si bien no quiero ir a Dinamarca, país civilizadísimo, frío y de buen salmón que ya visité de mochilero en esos tiempos en los que contemplabas la sirenita pero no tenías un móvil para hacerte un selfie. En Dinamarca pasa como en ‘Amanece que no es poco’: la mitad de la gente va en bicicleta y la otra mitad lee a Faulkner. Allí aprecian mucho la monarquía. Y la sangría y la Costa española.

La realeza, los cuentos de hadas, y de traicionadas, siguen siendo interesantes para el pueblo llano. Incluso para el esdrújulo. Por eso contemplamos las imágenes de palacio, de la reina consorte haciendo la cobra, contemplamos oropeles y vestidos, casacas, guantes, uniformes, pompa y boato. Un mundo inaccesible que nos saca del nuestro en una tarde de domingo que nos aplasta y en la que a veces pulsamos el mando por no pulsar un gatillo. Con ese mando saltamos de un telefilme a un concurso y de ahí a una tertulia para llegar a la coronación danesa, que pudiera tener un regusto como sus galletas: a mantequilla. Engordan mucho, no como la monarquía, que lo que engorda son los sueños. Y las pesadillas de los republicanos.

Contra todo pronóstico y a favor de la anacronía, se siguen coronando reyes. Algo hemos progresado: antes los decapitaban y ahora comentan qué ropa llevan o a quien ponen mirando a Cuenca. En esta columna nos hemos puesto a mirar a Dinamarca, teniendo como tenemos aquí dos reyes, que eso sí que es una marca. «Empezando por la Monarquía y siguiendo por la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo», nos dejó dicho Ortega, que no dejó nunca de pensar. En nada y en todo. Tal vez contemplando la coronación danesa habría escrito: no es esto, no es esto.