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La semejanza de lo diferente

El actor John Malkovich interpreta a Séneca.

El actor John Malkovich interpreta a Séneca. / L. O.

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Curioso, hoy, transcurrido un mes desde inicio de la Navidad, he amanecido transpirando vigorosamente las excesivas esencias del espíritu navideño, y las de sus espirituosos, supongo. A pesar de la fecha, al levantarme, como si fuera un cuento navideño, todo me sonaba a lotería cantada a compás por los niños de San Ildefonso, e incluso ahora que ya es media tarde todo me sigue oliendo a anís, a alfajores, a roscos, a mantecados, a roscón de Reyes y, ¿cómo no?, a polvorones. Por cierto, siempre me he preguntado ¿por qué será que al niño que vive en mí «polvorón» le sigue sonando a aumentativo ecoico de una picardía muy picardeada gritada en las estancias intestinas de una cueva?

–Polvorón... –le grita mi niño a la cueva.

–Polvorooooón..., polvoroooón..., polvorooón..., polvoroón..., polvo... –tal que así es la siempre excitante respuesta de la cueva.

A veces, sin que sepamos evitarlo, el eco natural de las cuevas se convierte en sombras, como las de la alegoría de la caverna de Platón en La República, en la que los hombres permanecían prisioneros y encadenados de espaldas a la salida y a la luz, y sin posibilidad ninguna de mirar y ver la realidad externa de la cueva, con lo que la única realidad visible para todos ellos se reducía a las sombras caprichosas de los objetos proyectados por la luz venida de la hoguera que ardía a sus espaldas. En síntesis, para los prisioneros en la caverna la única realidad posible era la irrealidad de las sombras que ellos contemplaban. El mundo real es un mundo tan sombrío como luminoso, y lo uno y lo otro son, simple y llanamente, el resultado de una serie de consecutivas elecciones que dura toda una vida.

–¿A que, así, a vuelapluma, pareciere que Platón, el visionario, hubiera pensado y escrito la alegoría de la caverna inspirado por las sutiles y dantescas sombras venidas y vinientes a nuestras Cámaras Baja y Alta de todos los tiempos?

–Po-zi, que diría el exótico personaje que hace años nos presentó un exitoso programa televisivo dirigido por Javier Sardá.

Pero no, sufrido leyente, puestos a opinar, parece más evidente que Platón hubiera escrito La República con casi veinticinco siglos de antelación pensando en evitar sandeces retóricas, estupideces pueriles, políticas contrahechas, razonamientos peregrinos y endiosamientos envenenados, que es lo que conlleva el convertir el conocimiento político, la empatía política, la educación política y el buen gusto político en indeseables sombras proyectadas por la luz de unas hogueras de aquelarre más pensadas para incinerar las ideas colaborativas que para avivar el calor útil alrededor del consenso.

«Lo que no prohíben las leyes puede prohibirlo la honestidad» dijo Séneca, probablemente el primer sabio universal de la que, a posteriori, muy a posteriori, se convertiría en nuestra bendita tierra andaluza, una tierra que ha venido benditamente premiada con sucesivos sénecas ciclópeos, grandes y pequeños a lo largo de los tiempos.

Pero ocurre que la honestidad con mayúsculas, a la que se refería don Lucio Anneo, es decir, la honestidad sin paliativos ni condicionantes, por su propia naturaleza, es un bien escaso tirando a inexistente en las organizaciones sometidas a la disciplina de partido, a la disciplina de credo político, a la disciplina de credo religioso, a la disciplina de raza, a la disciplina de color..., que expresamente nos prohíben ser diferentes. La semejanza de lo diferente, cuando ocurre, en esencia, es un avance, una riqueza, un regalo, un rien ne vas plus aun más escaso que las perlas más escasas, pero cuando no ocurre verifica el fundamentalismo en cualquiera o todas sus manifestaciones posibles. Y, sépase, el fundamentalismo, en esencia, es incompatible con la vida.

La semejanza de lo diferente es la proyección especular de la diferencia de lo semejante, porque, en el fondo, en el asunto al que me refiero, tanto monta, monta tanto,... Todo se resume al punto de vista del que mira, como verseara el benjamín de los Machado: El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve. En síntesis, amable leyente, lo que pretendo expresar hoy es que el secreto de lo que proponen mis palabras de hoy reside en comprender la semejanza de las personas y las cosas diferentes, y, por ende, vía proyección especular comprender la diferencia de las personas y las cosas semejantes.

Sí, así de simple,