360 grados

De la suerte de Julian Assange depende la del periodismo de investigación en todo el mundo

Sus doce años de reclusión, primero como refugiado político y luego aislado como un vulgar terrorista en una prisión londinense han convertido al australiano en una especie de muerto viviente

Manifestantes en apoyo al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, en Londres

Manifestantes en apoyo al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, en Londres / EFE

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

La suerte del creador de Wikileaks, Julian Assange, está íntimamente ligada a la del periodismo de investigación no ya sólo en EEUU, que pretende juzgarle por alta traición, sino también en el resto del mundo.

Sus doce años de reclusión, primero como refugiado político en la embajada ecuatoriana en el Reino Unido y luego aislado como un vulgar terrorista en la prisión londinense de Belmarsh han convertido al australiano en una especie de muerto viviente.

Si es puesto finalmente en libertad o es entregado a la Justicia norteamericana, que pretende juzgarle de acuerdo con la llamada Ley de Espionaje, que data de la Primera Guerra Mundial, es algo que decidirá en última instancia el Alto Tribunal Británico los días 20 y 21 de febrero.

Demasiado ignorado últimamente por algunos de los grandes medios que se aprovecharon de las revelaciones de su ONG, Assange es hoy un “preso político”, según reconocen muchos periodistas de investigación, entre ellos el por desgracia fallecido John Pilger, que luchó hasta el último momento por su liberación.

El Gobierno de Washington ha presentado dieciocho cargos contra Assange, entre ellos el de haberse infiltrado en los ordenadores del Gobierno para obtener todo tipo de informaciones confidenciales o secretas.

Assange, sin embargo, se limitó a lo que ´habría hecho cualquier periodista serio y valiente: divulgar a la opinión pública documentos reservados del Gobierno y las FFAA que le proporcionó un analista del Ejército mientras tanto perdonado y que demuestran, entre otras muchas cosas, gravísimas violaciones de los derechos humanos en Irak y Afganistán por parte de EEUU.

Así, Wikileaks filtró el vídeo titulado “Asesinatos colaterales”, relato visual completo de cómo los tripulantes de un helicóptero Apache de EEUU asesinaban a sangre fría a doce civiles iraquíes en un suburbio de Bagdad, entre los que estaba un fotógrafo de la agencia Reuters.

Cientos de miles de documentos filtrados revelaron a la opinión pública las más horrendas prácticas de tortura por parte de la CIA así como otros comprometedores para EEUU y varios Gobiernos aliados que colaboraron en aquel momento con EEUU para encubrir sus abusos.

Las revelaciones de Wikileaks hicieron que EEUU temiera por su prestigio y con él, su influencia, en todo el mundo, lo que explica el furor contra Assange de personajes como el jefe de la CIA bajo la presidencia de Donald Trump, Mike Pompeo, que supuestamente tenía un plan para secuestrarle e incluso asesinarle.

Pompeo, conocido halcón que se dedicó entre otras cosas al espionaje de líderes extranjeros, llegó a considerar a Assange como un peligroso “terrorista”, pero nada parece haber cambiado con el relevo de Trump por el demócrata Joe Biden en la Casa Blanca.

Si el Alto Tribunal británico dictamina a favor de la entrega de Assange a sus perseguidores en EEUU, no sólo estará sellada su suerte, sino también la de un tipo de periodismo absolutamente necesario: el dedicado a denunciar los abusos del poder en cualquier lugar del mundo, ya se trate de dictaduras o de democracias.

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