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Tres con las que saques

En política cualquier agujero es trinchera, en todos los sentidos, dicen. Pero, lamentablemente para ellos, no hay agujeros para todos

Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados durante una sesión plenaria. | EUROPA PRESS

Vista del hemiciclo del Congreso de los Diputados durante una sesión plenaria. | EUROPA PRESS / L.O.

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Uno pulsa el botón on de la radio o la televisión ––marchando una de pareado–– o fija su intención lectora en algún medio escrito, y es como si España y el mundo enero cantaran bingo. El patio político del terruño patrio es un universo en el que lo más florido de la política profesional del país se juega el todo por su gloria, la de cada uno, en un escenario mucho más propio de los esperpénticos e inolvidables Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio, que alumbro Ibáñez, el genial historietista tristemente desaparecido el pasado julio, que en un escenario políticamente profesional y profesionalmente político.

Pareciere que los políticos patrios salen cada día a la calle con la única y sacrosanta intención de extirparles el páncreas político a sus oponentes externos y de comerse vivos a sus feroces lobos disfrazados de cordero acechantes en los intersticios más recónditos de sus partidos. En política cualquier agujero es trinchera, en todos los sentidos, dicen. Pero, lamentablemente para ellos, no hay agujeros para todos.

–Da igual, Tarzán ser fuerte y hacer agujero nuevo –reza el chiste.

Las ultimísimas sesiones parlamentarias son una perfecta representación en sesión continua de cómo el caballo de blancas descaradamente pretende comerse en presente a una negra mediante la reglas del juego de damas y como una ficha verde de parchís se empecina en darle jaque al rey de negras. Todo un escenario descerebrado de aquellos endiosados que con sus guerrillas de Pinypon pierden el tiempo en la misma medida que nos lo hacen perder a los más torpes del firmamento, léase en este caso los votantes de a pie.

Unos más y otros menos, pero todos capitalizando el talante chulesco de los que, con cierta perspectiva, se erigen en los jefes y adláteres que tienden a mover ficha para pasar de la casilla de partido político a la más ruidosa, barriobajera y desafinada casilla de banda política con carnet por mandato del pueblo soberano. Un mandato dimanante de una biblia constitucional que unas veces cuenta y otras no. La política, en general, aunque yo hoy, aquí, me refiera expresamente a la española, cada vez desvirtúa más a Kant, don Immanuel, especialmente desde que nos legó su pensamiento condensado aquel de «obra de tal manera que trates a los demás como un fin y no como un medio para lograr tus objetivos».

¿Qué tendrán los despachos eborarios de los partidos para los aspirantes a ellos? ¿Futuros ebúrneos, tal vez?

Y, parafraseando al «Monstruo de la Naturaleza», como lo llamara Cervantes, ¿qué tendré yo que mi amistad procuran?

Visto lo visto a lo largo de los años con la suficiente perspectiva respecto del cientifismo artificial de algunos asuntos de índole perentoria aprobados por nuestras cámaras Alta y Baja, mejor y más práctico habría sido que nuestros representantes se hubieran jugado sus cuitas a piedra, papel o tijera. Por lo menos habríamos ganado en tiempo, en credibilidad y en resultados.

El mundo, los mundos, de pequeño a grande y viceversa se han convertido en incomprensibles recintos legislados que impiden que todos ganemos o todos perdamos, lo que facilita que la sobrevivencia vaya robándole espacio terrenal a la razón de prohijar el sistema, conciliándolo, para que la pervivencia de los grandes principios sean compartibles. En síntesis, se trata de trabajar en pos de lograr que para que unos pervivan el resto no deban sucumbir.

Cada vez aplaudo más a menudo a Carlo Goldonni, el comediógrafo veneciano del s.XVIII, que afirmó aquello de que «el mundo es un bello libro inútil para los que no saben leerlo», lo que me hace revivir a diario la sinrazón de los peligrosamente lamentables Putín y Netanyahú a los que acentúo por si los afilados acentos de la lengua castellana sirvieran para algo.

El patio patrio no es huérfano de personajes perfectamente definidos y polarizados que bien merecen una mano de vaselina. Obviamente, sin ninguna intención obscena, se trataría simple y llanamente de, en primera instancia, proponer una partida de chinos entre Vox, que ha perdido sus voces más «autorizadamente brillantes», y Sumar, que está empezando a verificar que más por más es menos. Y, en segunda instancia, otra partida entre el PSOE y el PP. Que tanto montan... en estridentes torpezas

Imagínelo, amable leyente:

-Salgo yo: ¡¡Tres con las que saques...!!

Quizá el resultado sería el mismo, pero mucho menos grosero.