Arte-Fastos

Arquitecturas (casi) naturales

Miguel Ferrer demuestra la querencia por el gesto mínimo que resalta valores cromáticos y delicadas grafías en el Hotel Lima  

Una de las obras de la muestra de Miguel Ferrer, 'Fragmentación'.

Una de las obras de la muestra de Miguel Ferrer, 'Fragmentación'. / L. O.

José Manuel Sanjuán

José Manuel Sanjuán

¿Se puede ser original apelando al mismo tiempo a la tradición y a la modernidad? O por centrar la cuestión en el ámbito artístico: ¿Es viable esa conexión en estos tiempos poshistóricos, donde toda voluntad apropiacionista late como una pulsión necesaria, imprescindible casi? Sin embargo, ese afán de originalidad –tan presente en el arte contemporáneo- alberga en su ser un apego a los orígenes, como advierte Rosalind Krauss; de manera que la modernidad se sustenta sobre una infraestructura imaginaria basada en el hecho de que «lo que es más nuevo no cambia» (Walter Benjamin). Esta lucha dialéctica es la que opera en la nueva individual de Miguel Ferrer (Tandil, Argentina, 1955) en el hotel Lima, de Marbella, dentro del ciclo Lima Contemporánea, comisariado por Paco Sanguino.

A pesar del título, Versus, que denota enfrentamiento o contradicción, las 23 obras aquí reunidas mantienen un hilo conductor común: la querencia por el oficio, por el gesto mínimo que resalta valores cromáticos y delicadas grafías; dualidad que divide la exposición en dieciséis pinturas (acrílicos y técnica mixta sobre lienzo) de las series Naturaleza y Fragmentación, y siete dibujos a tinta, fechados en 2023, que revisitan Lisboa, Málaga y el medio natural. Y decimos «revisitan» porque el autor descarta una imagen panorámica, estereotipada, y busca perspectivas insólitas de monumentos civiles o religiosos (Catedral de Málaga, Plaza del Comercio, Lisboa), con especial interés en contraponer formas orgánicas a estructuras ortogonales; criterio que cambia en los motivos vegetales (Piña, Hojas de eucalipto), donde la retícula, cerrada y envolvente, potencia volúmenes y gradientes lumínicos.

La obra pictórica, en cambio, experimenta una evolución desde sus primeras creaciones (2020): masas arbóreas, casi monocromas, solapadas bajo líneas horizontales, blancas y de diferente longitud, invocando cadencias de una floresta todavía apacible y rumorosa. Pero esta faz reconocible desaparece en su obra reciente (2023 y 2024) donde, a más de una reducción brusca de tamaño (20 x 20 cm.), introduce una Naturaleza «fragmentada» y cercana a formulaciones geométricas, cuya vista aérea descubre una imagen inobjetiva (mejor que abstracta) de polígonos oblicuos, sometidos a fuertes diagonales y zonas de contraste con diferentes texturas. Las líneas blancas, ahora sí, cumplen una doble función: actúan como líneas de fuerza y diseminan planos cromáticos. Contemplando estos paisajes me vienen a la memoria el suprematismo dinámico de Liubov Popova o El Lissitzky y aquellas composiciones dividuales de Paul Klee (1929), quien, por cierto, se inspiró en el postulado de Karl F. Schinkel: «La arquitectura es la continuación de la naturaleza en su actividad constructora». Máxima que Miguel Ferrer, también arquitecto, suscribiría con agrado.