Tribuna

Lecciones gallegas

Una imagen de la jornda electoral en Galicia del pasado domingo.

Una imagen de la jornda electoral en Galicia del pasado domingo. / Salvador Sas

F. J. Cristófol

F. J. Cristófol

Las elecciones siempre son fuente de valiosas lecciones, y los recientes comicios en Galicia no han sido la excepción, dejando tras de sí un podio de claros vencedores y un purgatorio de ánimas derrotadas que difícilmente podrán expiar sus faltas. Desde Andalucía, identificamos tres aprendizajes cruciales que la política nacional haría bien en analizar y adoptar.

La primera lección destaca la ineficacia ocasional de la política de bloques. El 18F ha demostrado que la estrategia de alianzas no es infalible. Mientras el PSOE y el BNG se enfocaban en su frente común, los populares gallegos tomaron su ruta en solitario haciendo la guerra por su cuenta. Es probable que esto nos suene ya en Andalucía, piedra de toque de esta realidad: la derecha, cuando juega en bloque, pierde. Vox, que no pertenece puramente a ningún bloque más que al populista, resta más que suma a esa supuesta amalgama de la derecha. Incluso, algo así ya vimos en las últimas autonómicas andaluzas. El PP, tras casi cuatro años de comandita con Ciudadanos, dejó caer a su compañero de gobierno y acabó enterrando los restos del proyecto liberal. Los siguientes capítulos de la historia ya los tiene tatuados Moreno en la muñeca izquierda. Los 58 diputados populares se tragaron a los liberales y dejaron a la derecha a su derecha hecha unos zorros.

La segunda lección se centra en la habilidad del PP gallego de adoptar un nacionalismo moderado, convirtiéndose en un referente de identidad gallega sin confrontar el sentimiento nacional español. Esta estrategia, cuyo máximo exponente fue Manuel Fraga, tiene al PP en el espectro galleguista, superando -por ahora- al histórico BNG. Es este manejo de los sentimientos identitarios nacionalistas los que Juanma Moreno ha comprobado como útiles para su estrategia electoral: los populares andaluces han sabido capitalizar el regionalismo con una nueva sensibilidad. Mientras, la izquierda andaluza y andalucista sigue enfrascada en luchas infructuosas y a la búsqueda de un líder que abandere la resurrección.

La tercera lección advierte sobre los riesgos de una estrategia electoral poco reposada. Salir a perder para ganar no es buena cosa. Aunque llevamos más de una década hablando de política de bloques y no de partidos, a los socialistas les ha salido rana la apuesta. Urdir una mayoría a costa de desplumar un partido tradicionalmente con fuerza no ha dado sus efectos. El PSOE se arriesgó a encanijarse para inflar al BNG, pero la derrota ha sido incontestable. Sorpresa para nadie: salió mal. Los socialistas, como pasa con la mayoría los equipos que salen amedrentados a buscar un empate en un partido de fútbol, se llevaron una goleada que los ha dejado noqueados. Algo así pasó en Andalucía, cuando un PSOE andaluz sin liderazgo lo fió todo a una coalición de izquierdas que nunca llegó.

Un análisis a vuelapluma que viene a concluir que el PSOE es fuerte cuando en las periferias es fuerte. Ahora que apenas retiene alguna presidencia autonómica, no hay contrapoderes a la Secretaría General de Pedro Sánchez, un liderazgo que se concentra tanto que ha diluido a la que históricamente ha sido una de las principales fortalezas.

Coda: terminamos con Galicia citando a Iván Ferreiro: «Vuelvo a casa. Estaban todos los que importan», que son ustedes, los lectores.