Opinión | El desliz

Kate, Sofía y otros amigos de los retoquitos

Kate Middleton, en una imagen de archivo.

Kate Middleton, en una imagen de archivo. / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Antes de tomar cualquier decisión que suponga mentir a conciencia conviene hacerse la gran pregunta: ¿qué necesidad? Desde luego, la princesa de Gales, heredera de un título que apareja escrutinio público de primer nivel, no se la planteó antes de mandar al mundo el fin de semana pasado una foto manipulada de ella con sus tres hijos para celebrar el día de la Madre. Mira que debe disponer Kate Middleton de un álbum nutrido de imágenes con sus descendientes que la sitúen en la cúspide de las familias felices, sumarán miles, qué necesidad tenía de retocar burdamente la que difundió. O se aburre en su largo y misterioso postoperatorio tras la cirugía abdominal que le practicaron en enero, o ignora que en los tiempos que corren ha quedado obsoleto el segundo gran asunto que debe una cuestionarse antes de mentir a conciencia: ¿me van a pillar? Te van a pillar con total seguridad, máxime cuando la falta de transparencia que dirige la política de comunicación de la institución arcaica a la que perteneces activa al público y abona las interpretaciones peregrinas. Nadie puede creerse que la pluscuamperfecta esposa del también desaparecido durante semanas Guillermo se haya metido en un lío de este calibre para borrar una simple cremallera. La futura reina de Inglaterra ha falseado la realidad en una cosa tan tonta como una estampa de amor bucólico que se le supone como progenitora de tres niños pequeños, ¿qué no será capaz de fingir en temas más serios?

Antes que Kate, Sofía de Grecia envió como felicitación de Navidad una imagen junto a su marido y sus siete nietos convenientemente tuneada. Era diciembre de 2005, y la falsificación resultaba flagrante porque Victoria Federica aparecía sin brazos y a su pequeña prima Irene la habían recortado de otra foto y pegado encima de uno de sus hermanos. También en aquel momento se aludió a un interés inocente de la hoy reina emérita por disponer de una postal de todos los niños, solventando con tecnología la dificultad de reunirlos. La madre de Felipe VI conoce el valor de una imagen, para siempre quedará para la posteridad el rifirrafe con su nuera en la Catedral de Palma en abril de 2018, cuando Letizia se interpuso para impedir que se inmortalizara con la heredera Leonor. El escándalo fue de tal calibre que proporcionó a la abuela montones de instantáneas posteriores con las hermanas Borbón Ortiz que desmintieran las pésimas relaciones entre los miembros de la familia, y las quejas de la abuela griega porque no le dejaban ver a sus nietas. En 2022, fue Juan Carlos I quien publicó una foto retocada en Abu Dabi rodeado de hijas y nietos, para demostrar que seguía gozando del cariño de los suyos pese al exilio en el desierto. En ella no aparecían las piernas de Pablo Urdangarin, un misterio. Las risas planetarias obligaron al emérito a facilitar otra donde todos los miembros lucían todos sus miembros. Aparentar normalidad parece ser, entonces, un motivo que se repite entre la realeza para la adulteración de pruebas. Una felicidad trucada que no pasa la prueba del algodón.

«¡Esas cosas no son mías!», exclamó en público la actriz británica Keira Knightley cuando vio el anuncio de un perfume de Chanel en el que a su cuerpo le habían añadido dos tetas de buen tamaño. Harta de protestar cada vez que le aumentan la talla del sujetador con programas informáticos, posó desnuda en una revista. Cómo no verla, sin filtros, en el papel de Kate Middleton en la próxima temporada de The Crown.

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