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¿Armas de la OTAN para un Ejército sin hombres y sin ganas?

Soldados del Ejército ucraniano durante un funeral.

Soldados del Ejército ucraniano durante un funeral. / L. O.

Según un reciente sondeo, un 90 por ciento de los ucranianos no quieren ir a luchar al frente y sólo un 8 por ciento se dice dispuesto a dar la vida por la Patria.

Estos datos no son propaganda o desinformación rusa, sino que proceden del Instituto de Investigaciones Sociológicas de Kiev.

Los encargados de encontrar a los varones en edad de prestar servicio militar encuentran cada vez más dificultades en esa tarea.

Se ha visto cómo en ocasiones sacan por la fuerza de vehículos particulares o transportes y locales públicos a quienes se resisten a acudir a la llamada de la Patria.

Y, sin embargo, frente a las dudas crecientes de Estados Unidos, sobre todo del Partido Republicano, los gobiernos europeos no parecen tener más estrategia que seguir enviando armas a Volodímir Zelenski.

De nada sirve saber que Rusia no ha dejado de avanzar, desde el fracaso de la contraofensiva ucraniana, en la línea del frente y que cada vez será más difícil recuperar el territorio ocupado.

El presidente Zelenski ha advertido a Occidente que si no se apresuran los países de la OTAN a enviarle más armas, sobre todo cazas militares y sistemas de defensa aérea, terminarán cayendo más ciudades.

Rusia está lanzando al parecer hasta siete veces más proyectiles que Ucrania, aprovechando que su capacidad de producción de municiones supera a la del conjunto de Occidente.

Y el número de bajas entre los ucranianos es mientras tanto muy superior al de las fuerzas rusas, según reconocen ya medios occidentales que hasta hace poco reproducían, sin contrastarla, la optimista propaganda de Kiev.

¿Tienen los gobiernos europeos alguna estrategia para Ucrania que no sea la de seguir enviándole armas? ¿Qué harán si el republicano Donald Trump gana las próximas presidenciales y decide entenderse con la Rusia de Vladimir Putin?

Y sobre todo, ¿por qué se permitió que el Reino Unido, entonces gobernado por alguien tan poco serio como Boris Johnson, presionase a Kiev en 2022 para que no aceptara un acuerdo que estaban negociando los ucranianos con Rusia?

El Kremlin se comprometía entonces a parar la guerra si Ucrania aceptaba a su vez recoger la neutralidad en su Constitución y aceptaba la pérdida de Crimea y de las regiones rusófonas del Donbás.

Animado por Occidente, que le dijo a Zelenski que con el armamento que le proporcionarían los países de la OTAN, podía ganar la guerra, el Gobierno ucraniano insistió en la total retirada rusa de los territorios ocupados, incluida Crimea, que había votado mayoritariamente en un referéndum la adhesión a Rusia, además de exigir reparaciones de guerra. Los resultados están a la vista: ya no sólo Crimea y el Donbás sino otras dos regiones, también ocupadas; cientos de miles de ucranianos muertos, millones en el exilio, y lo que algunos califican de «suicidio económico» de Europa por culpa de una guerra que debió evitarse. Pero la diplomacia parece seguir siendo aquí anatema.

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