Opinión | La vida moderna Merma

En Málaga la culpa siempre es de otro

Que la gente se rasga las vestiduras porque en Pozos Dulces y esos entornos solamente hay turistas. ¿Pero antes qué había?

La entrada a un alojamiento turístico, con una pegatina en contra de este tipo de viviendas pegada.

La entrada a un alojamiento turístico, con una pegatina en contra de este tipo de viviendas pegada. / L. O.

Nuestra ciudad se encuentra en una situación compleja por la disparidad de sensaciones que en ella se suceden día tras día. El de la vivienda es un problema grave. De calado. La gente no tiene dinero para pagarse una vivienda. Ni comprada ni en alquiler. Resulta que la demanda es altísima y, como suele ser habitual, nos regimos por la ley de la oferta, la demanda y el mejor postor.

Como es lógico y natural, ante este tipo de circunstancias los que suelen controlar el tema son los que más posibles tienen. Y nuestra ciudad no tiene a su vez un tejido empresarial estratégico -al menos aún- que haya asentado en la capital a muchísimas personas altamente cualificadas como para salir delante de manera solvente y poder pagar cosas caras.

Así, las cosas ahora mismo son tan difíciles que se pone en cuestión el obviar que se trata de una ciudad con extraordinaria tensión en el plano inmobiliario. Ahí, ese palabro, entra también en juego el curioso asunto de los conflictos políticos pues, desde Madrid, se obliga a que los alcaldes reconozcan tensionados sus espacios para poder otorgarles cualquier tipo de ayuda. O lo que es lo mismo, reconocer cosas malas, pisarte el cuello y después ayudarte.

Igual de regulinchi resulta usar tu posición ventajosa para lo anteriormente descrito que no reconocer que las cosas no van bien en esta materia. Y aquí de ambas tenemos un poquito.

Pero a todo ello se le suma una segunda cuestión que nos acompaña en el día a día: el golpe turístico. De esto hemos hablado y opinado todos. Hace catorce o quince años -qué mayores estamos-, publicaba un artículo bajo el título de “La gentrificación malaguita” en el que aún todavía no se había sumado a esta historia la manada de hombres con chanclas y tote bag para parecer más leídos pero que sientan cátedra sobre cualquiera de estos temas en una defensa a ultranza de nuestra ciudad como si el resto de personas fuéramos de Valladolid.

Al grano. De todos es sabido que la situación en Málaga es la que es. La ciudad está siendo conquistada por la industria turística con sus mil problemas y sus tantas bondades.

Por lo general, de todo siempre salen ganando las personas con más posibles. Ha pasado siempre. En las grandes crisis los ricos hacen negocio. En la pandemia, los ricos pudieron sacar tajada. En las guerras, lo mismo. Y en las invasiones de guiris, tres cuartos de lo mismo.

Por el contrario, las clases más sencillas y la nueva clase media malagueña está pasando por grandes dificultades para meterle mano al asunto. Alquileres estratosféricos por pisos chungos en sitios regulares y precios de venta de inmuebles por las nubes.

Y así, nos encontramos a su vez con la incomodidad que supone presenciar el desalojo de una ciudadanía de sus espacios más icónicos. El centro, como sucede en mil millones de sitios del mundo, está siendo homogeneizado por la apisonadora turística de tal manera que en Barcelona, Sevilla o Berlín tienes más o menos las mismas tiendas en las calles más representativas de estas capitales.

Lo impersonal se impone y solamente sacan beneficios los que alquilan sus locales y pisos, los que explotan apartamentos turísticos y el comercio y hostelería en general. Tras estas hectáreas ocupados por el drama y la queja constante ante esta situación que destruye todo yo me pregunto: ¿Y qué podemos hacer? ¿Hay algo en nuestra mano para revertir esta situación?

Y la realidad es que no. Rotundo. No hay absolutamente nada para poder cambiar el giro de los acontecimientos y que de repente la gente en Málaga tenga salarios enormes, todo el mundo tenga un piso en propiedad, se desplace en bici y compre productos en comercios tradicionales.

¿Por qué los gobiernos municipales son malvados y responsables de esta deriva occidental y nosotros nunca tenemos nada que ver? Quizá sea necesario, además de asumir la realidad en la que vivimos, que todos nos carguemos con algo de culpa de toda esta historia. Que aquí la gente dejó a ir a las tabernas y bares de la ciudad para llenar a reventar las Sureñas, 100 montaditos and company. Que aquí la gente prefiere un centro comercial en el puerto que pasear sin tiendas ni aparcamientos. Que lo que vende de puertas hacia dentro es Zara y no CEISA o Pérez-Cea. No nos llevemos a engaño ni tampoco nos dejemos engatusar por los flautistas de Hamelin de nuestro tiempo que, con evidentes intereses políticos y de desestabilización nos llevan por donde quieren con cuatro tuits y tres canutazos.

Que la gente se rasga las vestiduras porque en Pozos Dulces y esos entornos solamente hay turistas. ¿Pero antes qué había? ¿O ya nadie se acuerda que por ahí no se podía ni pasar? ¿Se nos han olvidado los edificios podridos, los solares llenos de basura, la prostitución y la gente drogándose en los portales y callejones?

¿Dónde estaba ahí el malagueño aguerrido para defender la deriva de todo aquello? Ojo. Que las ciudades no solamente se pueden regenerar con el turismo. Pero en Málaga ha tenido que ser el dinero y los intereses de los particulares los que han hecho que zonas muertas y degradadas vuelvan a la vida.

Debemos lamentar la situación actual pero siendo siempre conscientes de que somos los responsables pasivos de todo esto. Aquí y donde sea. Porque no podemos pretender que el universo funcione de una manera y nosotros de otra. Ahora, sin ir más lejos, con la extraordinaria noticia de que la Virgen de la Esperanza procesionará por Roma no paro de ver a personas reservando apartamentos turísticos allí. Pero son los mismos que aquí rajan sin parar del turismo, los Airbnb y la ciudad vendida. Pero en Roma se quedan en un apartamento. ¿Qué os creéis que sois fuera de Málaga para los demás? ¿Vecinos? No, amigos. Sois exactamente lo mismo de lo que os lamentáis.

Ser antisistema comprando todo en Shein y durmiendo en Airbnb es igual de ridículo que ver a un inmigrante ilegal votando a VOX.

Pues eso. Que calma con el tema. Que la culpa es de todos.

Viva Málaga.