Opinión | Viento fresco

El bombazo y los culturetas

Idea distópica en ciudad imaginada

el bombazo y los culturetas

el bombazo y los culturetas / Jose María de Loma

Hubo en aquella ciudad un congreso de mujeres y hombres de la cultura: poetas, narradores, escultores, flautistas, diletantes, listos y tontos, escenógrafos, mecanógrafos, actrices y actores, directores de cine, monologuistas, concejales, diputados y hasta modistas, músicos y cocineros. Y una vez que en una sala estuvieron todos metidos cayó una bomba. Una bomba inopinada y certera, casual, pum, un bombazo. Cosas que pasan. Mejor dicho, bombas que caen. La ciudad quedó entonces desierta de culturetas. Hubo que emplear diez días para enterrarlos a todos y otros doce para enterrar a sus egos.

Pero el tiempo y las ambiciones hicieron su trabajo y a las pocas semanas los poetas nuevos ya habían florecido y en parterres y jardines, paredes y parques brotaban versos buenos y malos, sonetos, odas, epitalamios, haikus y hasta imitadores de Quevedo o Garcilaso. Irrumpieron escultores, mejores y sin apriorismos ni vanidad, escultores que esculpieron estatuas a los viejos muertos por bomba en aquel congreso, que no todos eran viejos pero ya sí sin remedio quedaban retratados como gentes del pasado en los nuevos manuales escolares y libros sobre la cultura que una nueva raza de hombres estaba ya redactando. Surgieron nuevos actores, también, algunos de los cuales consiguieron un papel en el que interpretaban a los bombardeados. Los teatros sustituyeron pronto a los directores, las editoriales emplearon rápido a nuevos responsables, los articulistas de la nueva hornada comenzaron a ganar premios a cuenta de columnas donde lloraban, o se mofaban, de aquellos a los que les cayó la bomba.

El olvido fue alcanzándolo todo y un alcalde eficaz propuso erigir en el sitio donde cayó la bomba un hotel con spa. La cuestión se discutió en el pleno y la oposición dijo que se oponía a que tuviera 22 plantas. Quería solo 21. El grupo mixto pidió un sandwich. Luego propuso que un pequeño monolito recordase a la gente que se fue a la porra con la bomba, aunque hubo que explicar a la concurrencia de quienes se trataba. Un niño preguntó si eran futbolistas. Finalmente, el interventor puso reparos y propuso mejor un parking subterráneo, un local para una peña, otro para la tuna y un restaurante con una pequeña terraza de solo 3.432 mesas en el exterior. Luego anunció que estaba preparando la publicación de un libro de poesía.

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