Opinión | Málaga solidaria

Patricia Chamizo

Desempleo, salud mental y exclusión social

Los problemas de salud mental pueden ser la causa de la exclusión social y el desempleo pero también pueden ser la consecuencia

Imaginemos a una persona desempleada, imaginemos también que esa persona sobrevive en un ambiente hostil que afecta a su entorno familiar en su cotidianeidad; imaginemos, además, que su salud mental anda tocada cuando no hundida.

¿Cuesta imaginarlo? A los/as que trabajamos en una organización como INCIDE no. En marzo de 2024 la cifra de desempleo alcanzaba a 2.727.003 personas. Desde el covid es cierto que las políticas de empleo ocupan un lugar destacado en la agenda política y también es evidente que la priorización de ciertos colectivos para ofrecerles una atención especializada que colabore en su proceso de inserción o reinserción laboral es un hecho. Ahora bien, existe un factor prácticamente invisible que es consecuencia directa o indirecta de la falta de empleo: la repercusión en la salud mental.

Los problemas de salud mental pueden ser la causa de la exclusión social y el desempleo pero también pueden ser la consecuencia. Es en esta idea donde pretendo ahondar por estimar que se invisibiliza, a pesar de ser un hecho que afecta a gran parte de la población activa. Una persona desempleada, una vez que se identifica como tal (tras un periodo de escepticismo y negación) puede desarrollar estados emocionales que afecten gravemente a la salud mental. Esto es así porque el desempleo impacta sobre varios frentes: el social, el psicológico y el patológico. La concatenación de los mismos supone un cóctel molotov en la vida de cualquier persona. El aislamiento social, el estrés, la ansiedad, la baja autoestima, la sensación de no sentirse útil, ni individual ni colectivamente, unido en muchos casos a la falta de redes de apoyo familiares, a la escasez de recursos económicos y a la necesidad de acudir a las instituciones para obtener ayudas de emergencias acaban por pasar factura en la salud mental e incluso física de la persona afectada. Este menoscabo incide directamente en la búsqueda de empleo donde el factor emocional y/o el desarrollo de una patología influyen de forma latente. Esta parte de la población, con pocas posibilidades de acudir a ayuda profesional privada, se ve atrapada en un bucle en el que se encuentran perdida, con pocas expectativas y falta de motivación para salir. En este sentido la orientación laboral supone un servicio fundamental para detectar necesidades y actuar de manera conjunta con el usuario/a y coordinarse con otros recursos existentes en la zona. Si la labor del/la orientador/a se limitara exclusivamente a proporcionar información sobre las herramientas para buscar empleo y su manejo fracasaría y sobre todo si estamos hablando de colectivos en riesgos de exclusión social. Un/a orientador/a laboral no puede dejar al margen el estado emocional o de salud en el que llega una persona desempleada. Solo desde una perspectiva integral y basada en la confianza mutua pueden alcanzarse las metas programadas; desde ahí y, por supuesto, desde un sistema público que dote a la sanidad de más profesionales que se ocupen de la salud mental. Con ello no solo estaremos potenciando el bienestar y la mejora de la salud individual sino reforzando el aporte social del ciudadano/a que se sentirá preparado/a para afrontar los retos laborales y productivos que acabarán repercutiendo en un bien común.