Opinión | Viento fresco

Ponga un megayate en su vida

Atraca en el Puerto de Málaga Yas, uno de los megayates más exclusivos del mundo

Atraca en el Puerto de Málaga Yas, uno de los megayates más exclusivos del mundo / DANIEL PÉREZ

Cuando un hombre mira las estrellas, el firmamento, los planetas lejanos y las estrellas remotas se siente pequeño e insignificante. Eso y cuando uno mira los yates de lujo del puerto. Atraca en Málaga uno de los más grandes del mundo, propiedad del príncipe de Dubái. Tiene 141 metros de eslora y se estima que su precio ronda los 160 millones de euros. Se estima también que uno es un tieso y que a lo más que puede aspirar es a navegar en el velerín de 8 metros, o doce, de algún amigo. Pero en fin, ya decía el clásico que mirar es una forma de posesión. Paseando por la dársena de megayates uno ve la majestuosidad del barcazo del príncipe y fantasea sobre cómo serán los camarotes, cuánto cobrará la tripulación y si el príncipe estará atizándose un cordero con papas en el comedor principal o echando la siesta mirando por un ojo de buey desde el que se divise la Alcazaba o en su defecto el Málaga Palacio, buen sitio también para quedar varado. En una de sus habitaciones o en el bar, donde dan un Negroni estupendo y unos bloody marys que abren el apetito, euforizan y alientan las ganas de vivir, de invadir Polonia o de pedir otro. Los megayates: el lujo a nuestro alcance. Visual.

ponga un megayate en su vida

ponga un megayate en su vida / Jose María de Loma

El malagueño está rodeado de lujos por todas partes menos por la que da a su casa. Somos ya una península rodeados de la bonanza de otros. Esperemos que los tripulantes y pasajeros echen pie a tierra, compren un souvenir, se tomen un gazpachuelo, visiten un museo o alquilen un coche. Peor sería ver cómo estaba el puerto antaño, claro. No hay crítica, tampoco añoranza. Abrumación, si acaso y si se me permite el palabro.

Antes, cuando uno quería ver lujo y yates se iba a Banús, ahora vale con andar unos minutos para reactivar un sueño juvenil: ser grumete. Es un lujo mirar el lujo. Somos la envidia de algunas ciudades. Quizás. También por recibir millonarios. Bienvenidos sean, aunque al zarpar y alcanzar otros lejanos puertos, donde también habiten aprendices de grumete, tal vez no recuerden el nombre de la anterior escala. El nombre de tan simpática ciudad.