Opinión | Málaga de un vistazo

Domingo por la tarde

La tarde dominical actúa como un cristal que refleja nuestra orilla oscura: pensamientos que pasan inadvertidos durante la semana y en esas últimas horas de atardecida se tornan en un periplo melancólico

Hay prójimos, situaciones, tertulias las cuales hacen alterar la pesadumbre, inquietud y la demasía de reflexión cargada de desazón que más de un 80% de la población padece los domingos por la tarde, donde nuestro ente está presente pero el ánimo ya viaja hacia el mañana; un paseo, según los expertos, el cual genera una sensación de «ansiedad anticipatoria». Calles vacías, negocios cerrados… el domingo por la tarde está señalado por la inactividad no deseada y se convierte en un intervalo vespertino que nos obliga a encararnos con nosotros mismos. La tarde dominical actúa como un cristal que refleja nuestra orilla oscura: pensamientos que pasan inadvertidos durante la semana y en esas últimas horas de atardecida se tornan en un periplo melancólico alrededor del pasado o por la congoja de un futuro siempre incierto. En definitiva, se trata de un mal connatural. Hace apenas unos días, una de esas personas quien me hizo romper con la nostalgia de un domingo por la tarde fue Paco Podadera. Farmacéutico, incansable viajero, ávido lector, enólogo de la existencia e intenso tertuliano, en ese lapso crepuscular nos relató su última estancia en Lisboa; con sus descripciones siempre precisas y coloristas, vivimos junto a él su caminar por la ciudad triste y alegre, de cuestas empedradas, de acercamiento agobiante y de una lejanía apreciada desde el alto mirador. Una ciudad en pausa donde todo el mundo parece que habla cantando de estar contento de una melancolía esperable y deseada. La feliz tarde de domingo culminó con Pessoa y su ‘Libro del desasosiego’ comprado en la mítica librería Bertrand. Gracias Paco por desactivar la tristeza de un domingo por la tarde paradójicamente con el deleite de Fernando Pessoa. Muito obrigado. n