Opinión | Tribuna

Antonio Porras Cabrera

El día después

El resultado electoral del 9 de junio deja una panorama muy parecido al que ya había, pero con algunas consideraciones

Vista de un colegio electoral en Málaga este  9 de junio de 2024

Vista de un colegio electoral en Málaga este 9 de junio de 2024 / Rocío Ruz (EP)

Estamos acostumbrados a la jornada de reflexión previa a las votaciones, pero también entra en juego el día posterior, ese en el que se han de analizar los datos y leer la voluntad popular, a la vez que se toma conciencia del estado de esa voluntad para ver la valoración ciudadana sobre lo que ha hecho el político y en qué situación queda.

El resultado electoral del 9 de junio deja una panorama muy parecido al que ya había, pero con algunas consideraciones a tener en cuenta, tanto a nivel nacional como europeo. A nivel europeo sube la extrema derecha de forma alarmante. Francia y Alemania se tambalean y, en un acto reflejo, Macron ya ha convocado elecciones legislativas, pero la coalición de gobierno actual puede reeditarse.

En España la derecha sube al aglutinar el PP a Ciudadanos, que certifica su defunción, y sumar algún otro diputado, aunque lejos de sus expectativas. Sube la extrema derecha incluyendo la aparición de un anómalo partido como ‘Se acabó la fiesta’, que parece más que nada un grupo de descontentos con el sistema unidos artificialmente por las redes sociales; mientras la izquierda del PSOE pierde un diputado al segregarse en Podemos y Sumar, que más bien parece restar. Los independentistas de Junts se quedan con el 33% de lo que tenía (1 de 3) y los demás se mantienen en la línea anterior. El PSOE resiste en el envite con cierta solidez, ya que solo pierde un diputado con relación a las anteriores elecciones.

Para mí, lo más llamativo es ver el coste social y democrático que se está pagando por esta forma de hacer política. Me refiero al clima social de confrontación y polarización que han sembrado, que, bajo mi punto de vista, no deja de ser atentatorio contra los principios de ética y ejercicio democrático. Lo hemos enfangado todo para alcanzar el objetivo del ejercicio del poder, mas no todo vale. Es aquí donde creo que debería pararse el PP a reflexionar sobre su estrategia, secundando al propio Vox con ella. La confrontación, a veces irracional y podo ética, no lleva a buen puerto casi nunca. Vox, al igual que toda extrema derecha, intenta aprovechar el descontento y si no lo hay lo cultiva, porque en ese río en donde pesca mejor. Si el PP lo acompaña en ese objetivo el gran beneficiado será Vox.

La crispación, la descalificación, el insulto y el no reconocimiento del resultado que emana de las urnas, es una de las formas más desestabilizadoras de un sistema democrático. Un defensor de ella nunca puede, ni debe, recurrir a esas técnicas porque está socavando el suelo que él mismo pisa. Si un político provoca la confrontación entre la ciudadanía más allá del debate respetuoso con la diversidad de ideas, con la intención de alcanzar el poder y resolver un problema, acabará siendo él mismo el problema para esa sociedad, que solo pretenden convivir en paz y concordia.

Creo que ha llegado el momento en que el PP cambie su estrategia de acoso y derribo, para vender su mejor oferta para una sociedad en desarrollo de cara al futuro, sin demonizar a nadie, sino haciendo una mejor oferta electoral que el contrincante, regenerando las propias instituciones y no degradándolas.

He de reconocer que cuando Feijóo aterrizó en Madrid como líder del PP, me infundió un hálito de esperanza. No venía a insultar, sino a ganar al PSOE, decía, cosa muy loable; parecía que se resolvería una anomalía inconstitucional como era la renovación del CGPJ, que estaba tocándose ya con la punta de los dedos con Casado, y un nuevo estilo de hacer política se oteaba en el horizonte. Al fin el sosiego y debate racional se podría instaurar en el Congreso.

Pero qué pasó, ¿por qué no fue así? Creo que hay diversos factores que merecerían un análisis más profundo del que yo pretendo aquí, dado el espacio. Pero se encontró con un poderoso discurso ya instaurado y domeñado por Ayuso, que acababa de cobrarse la cabeza de Casado, a la que había que temer. Por otro lado, él no estaba avalado por un congreso del partido que le otorgara el poder, sino por una llamada de la cúpula del propio partido, a la que se adaptó como medio de salvación ante la crisis de autolisis de los populares. Por tanto era consciente de cierta interinidad que requería superar el examen final.

Y es aquí donde navega, con sus vaivenes más que cuestionables, deslices, alguna que otra falacia y afloran mensajes confusos, que redefinen su estrategia inicial sosegada, a la vez que aparece una contundente oposición, para alcanzar el poder. Logra excelentes resultados en las municipales y autonómicas y, a la vista de ello, cae en la trampa de aliarse con Vox, cosa que siempre había negado hacer. El error de formar gobiernos autonómicos y municipales con Vox surge nada más aparecer los pactos y las exigencias de la coalición. Sánchez, al que no se le puede negar sagacidad y resiliencia, da un golpe de mano y lo pone en evidencia ante las urnas del 23J del pasado año, frustrando su aspiración de poder formar gobierno, aunque hubiera ganado las elecciones por mayoría relativa.

Creo que Feijóo ha hecho una mala digestión de esa derrota y no ha sabido sacar conclusiones adecuadas, pues se ha lanzado a una guerra, o confrontación, donde la crispación se ha sembrado entre la propia sociedad, como ya he mencionado. El ciudadano, desde el sentido común, rechaza esa dinámica, salvo que al final se cree un clima ‘guerracivilista’ con todo el peligro que conlleva.

Pienso que el PP y le PSOE deben establecer cauces de entendimiento, dentro de sus lógicas divergencias, para erradicar esta forma de hacer política tan lesiva para la democracia, de lo contrario puede que estén haciendo un harakiri que todos pagaremos, y Vox acabe pescando en ese río revuelto.

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