El australiano Julian Assange ha vivido siempre muy deprisa. Tanto que, sin haber cumplido los 40 años y sin disparar un solo tiro, ha conseguido situarse en el punto de mira del Pentágono, el departamento de Defensa de la mayor potencia militar del mundo. Héroe o villano, este antiguo violador de redes informáticas –lo que se llama un hacker negro– es el alma de Wikileaks, el sitio web que ha sacado a la luz 75.000 documentos militares secretos sobre la guerra de Afganistán y amenaza con publicar otros 15.000.

Assange, un nómada que vive en los aviones y en las casas de sus amigos, es un activista social empeñado en desvelar los secretos que, según sostiene, permiten a gobiernos, empresas e iglesias de todo el mundo conspirar contra los individuos. Sus últimas filtraciones no sólo han encabritado a EE UU sino que, además, han abierto un debate sobre las nuevas modalidades de periodismo, la legitimidad de divulgar información secreta y los límites de la reserva gubernamental de documentos.

«La gobernanza ilegítima es, por definición, conspiratoria y la generan funcionarios que colaboran en secreto y trabajan en detrimento de la población», afirma Assange en su opúsculo La conspiración como gobernanza, escrito poco antes de fundar Wikileaks en 2006. Apasionado lector de Kafka, Solzhenitsyn y Koestler, Assange acababa de vivir su enésimo choque con las burocracias, en este caso con la académica, mientras estudiaba Física en la universidad de Melbourne. El encontronazo hinchó su vena reflexiva y le llevó a formular que «cuando se perturban las vías de comunicación interna de un régimen, el flujo de información entre conspiradores se reduce y, cuando el flujo tiende a cero, la conspiración se disuelve. Las filtraciones», concluyó, «son un instrumento de la guerra informativa».

Filtraciones

Desde que escribió estas líneas, Assange, que cambia cada poco de dirección de correo y de móviles, no ha dejado de publicar filtraciones en internet. También ha recibido cientos de amenazas de demanda, pero casi ninguna ha llegado a los juzgados. En Wikileaks empezó, a modo de prueba, con una orden de asesinato de los rebeldes islámicos somalíes y pronto comprobó que su idea funcionaba: en todas las organizaciones hay gente descontenta dispuesta a filtrar material comprometedor. Comenzó a recibir secretos y a colgarlos en su sitio web: procedimientos operativos de Guantánamo, saqueo del tesoro público de Kenia por el presidente Moi, manipulación de datos sobre el cambio climático de la universidad británica de East Anglia, fraudes de bancos suizos, correos de Sarah Palin, manuales secretos de la Iglesia de la Cienciología...

Documentos

Wikileaks, presentada al mundo en enero de 2007 en el Foro Social Mundial de Kenia, asegura tener 1,2 millones de documentos secretos en sus archivos. Hasta donde se sabe, la página, descalificada por un antiguo colaborador como un instrumento de la CIA, se financia con donaciones. Ni publicidad ni subvenciones. Tampoco sede o empleados fijos. Sólo un pequeño grupo de activistas, todos con un temible pasado como hackers, liderado por un sanedrín de tres a cinco personas coronado por Assange. La clave de su éxito es la confidencialidad absoluta, que, sin embargo, denuncia el antiguo colaborador de la web, la condena a ser infiltrada por espías tarde o temprano.

Wikileaks, o sea, la Wiki de las filtraciones, utiliza los sistemas de encriptación más seguros para borrar pistas y garantizar el anonimato de sus fuentes. No en vano Assenge es un consumado criptógrafo que presume de haber publicado más documentos clasificados que toda la prensa mundial junta. Además, sus servidores principales están en Suecia y Bélgica, países con una legislación muy estricta sobre el secreto de las fuentes informativas. En total, Wikileaks utiliza más de 20 servidores y un centenar de dominios en todo el mundo. Assenge se vanagloria de que, hoy por hoy, es imposible borrar un documento de su sitio web porque, para hacerlo, habría que desmantelar internet. Sin duda lleva algo de razón, porque el Pentágono todavía no lo ha logrado y el pasado viernes le exigió que borrase él mismo los ciberpapeles.

Assange concibió su web, que ha sido calificada de sindicato del crimen y célula terrorista, en unas semanas frenéticas de 2006 en las que, encerrado en una casa de Melbourne, apenas comía o dormía. Tan sólo se concentraba en cubrir de complejos diagramas las paredes de la vivienda. Crear Wikileaks era la culminación lógica de una biografía peculiar que arranca en 1971 y sobre la que él suele dar pocas pistas.

Vivir la vida

Julian Paul Assenge, apellido de origen chino pese a su aura gala, nació de una jovencísima australiana inconformista que, tras haber hecho una pira con sus libros escolares, se escapó de casa en moto para vivir la vida. De acuerdo con la semblanza publicada por la revista The New Yorker el pasado junio, Assenge fue educado por esta hippie en el ansia de conocimiento y en el desafío a la autoridad. Cambió de domicilio 37 veces hasta los 14 años y vivió en la clandestinidad desde los 11 hasta los 16, ya que su madre había tenido una relación tempestuosa con un músico y, tras la ruptura, temía perder la custodia de un bebé. Como consecuencia, Assenge es en parte un autodidacta que se educó en casa y en las bibliotecas siguiendo el particular plan de estudios que lleva de un libro a otro por las notas a pie de página.

Hacia 1987, cuando tenía 16 años, Julian era ya un consumado hacker, capaz de romper las protecciones de muchas redes informáticas. De hecho, sus cabalgadas cibernéticas vertebran, junto a las de otros pioneros, un libro de culto, Underground: cuentos de hackers, locura y obsesión en la frontera electrónica (1997), en el que figura como Mendax, mentiroso en latín, un apodo que tomó de sus lecturas de Horacio. Underground refleja muy bien las reglas de oro de la temprana cultura hacker: una de ellas es compartir la información obtenida.

Sus desafíos informáticos le costaron a Assenge, que formaba parte del grupo International Subversives, un juicio del que logró salir casi indemne. Acusado de 31 delitos, sufrió una fuerte crisis de personalidad durante los tres años que tardó en sentarse en el banquillo, pero sólo tuvo que pagar una pequeña multa.

Activista

Mucho más dura fue su lucha de años para conseguir la custodia compartida de un hijo que había tenido a los 18 con otra adolescente mientras vivían de okupas en Melbourne. Tras la primera experiencia judicial, esta segunda batalla contra los baluartes de la burocracia le transformó en un curtido activista, ducho en grabar conversaciones, conseguir denuncias anónimas de funcionarios descontentos o gestionar bases de datos. Ganó tras largos años de pleitos, pero para entonces su pelo se había vuelto completamente blanco. Estaba quemado hasta la médula.

Esta trayectoria hizo que crear Wikileaks fuese sólo una cuestión de tiempo. Sin embargo, su momento de gloria no llegaría hasta el pasado mes de abril, cuando colgó en la red el vídeo Asesinato colateral, una grabación que recoge la muerte de una docena de civiles desarmados, entre ellos un periodista de la agencia Reuters y su ayudante, atacados por un helicóptero de EEUU en julio de 2007 en Irak. Wikileaks tardó tres meses en desencriptar unas imágenes cuya difusión concibió como un ataque sorpresa al Pentágono. En apenas 72 horas, el vídeo fue visto por 3,2 millones de personas. La organización recibió 200.000 dólares de donaciones en pocos días.

Ahora, apenas tres meses después, el ataque se ha reproducido a gran escala para denunciar lo que Assange no duda en calificar de «crímenes de guerra». La ingente masa de documentos desvela el asesinato nunca declarado de casi 200 civiles o los excesos de las fuerzas especiales encargadas de liquidar a jefes talibanes. También denuncia el apoyo de los servicios secretos pakistaníes a los talibanes o la presencia de iraníes en las filas rebeldes. Demasiado para el Pentágono, que ha acusado a Wikileaks de tener «las manos manchadas de sangre», porque los documentos, al detallar prácticas militares, ponen en peligro a los soldados, al igual que a los colaboradores afganos cuyos nombres se citan.

Daños colaterales

«Serían daños colaterales», ironiza Assange desde algún lugar del Reino Unido cuando se le pregunta por estas posibles muertes. Su voz queda es grave y pausada. Sus gestos son parcos. Sus ojos grises, que destilan sangre fría, se anclan en una tez mortecina enmarcada por una precoz melena cana. "Esperamos que la publicación de los documentos conduzca a una comprensión profunda de lo que es la guerra en Afganistán y proporcione la materia prima necesaria para cambiar su rumbo. En cualquier caso, sólo hemos rascado la superficie", añade en referencia a los 15.000 ciberpapeles pendientes de publicación.

El ex hacker asegura no temer que agentes de EEUU acaben con su vida. Considera que Washington perdería con ello más de lo que ganaría. Los más enganchados a los ciberpapeles han localizado un misterioso archivo rotulado Insurance (Seguro). Muchos hackers apuntan que podría albergar la totalidad de los documentos. Insurance estaría listo para explotar como una supernova y diseminarse en caso de un ataque fatal contra Wikileaks.