Ya ha cumplido seis meses como director de la Real Academia Española (RAE), de la que era secretario desde 2009 y en la que ingresó en 2008, con 58 años. Darío Villanueva, hijo de un asturiano de Vegadeo y de una gallega de Villalba, localidad lucense en la que él mismo nació en 1950, es de hablar sosegado y seguro. Dirige una institución con una historia de 302 años que custodia la lengua española y que, como tantas otras, atraviesa una época difícil, en la que su protagonismo panhispánico -su autoridad en los países de habla hispana es incuestionable- se combina con los cambios que trae la época digital y un desajuste presupuestario de 2,5 millones de euros. Darío Villanueva afronta esta etapa con ánimo y decisión. Y con proyectos. Catedrático de Teoría Literaria y Literatura Comparada de la Universidad de Santiago de Compostela, de la que fue rector, continúa vinculado a la institución impartiendo cursos de doctorado. Vive entre Madrid y Santiago. «No puedo decir que tenga nostalgia de mi tierra porque no me he ido», afirma.

¿En qué cambia la revolución digital a la Academia y a la lengua?

En muchos aspectos, pero no en los fundamentales. La misión de la Academia sigue siendo la misma por la que se fundó hace 300 años, y es la de contribuir, mediante el estudio y la proyección de lo que hacemos, a la unidad de la lengua y al mantenimiento de las virtudes del español. Lo que nos obliga a cambiar es la metodología para cumplir esas funciones. Y es algo que ya venimos haciendo hace muchos años. La Academia Española fue pionera en la aplicación de la tecnología informática al trabajo de la lexicografía y de la gramática, y esto ya desde el final de los años ochenta. Lo que ocurre es que a esa revolución informática se añade ahora la digital, que incorpora nuevas posibilidades y nuevas formas de comunicación de nuestro trabajo verdaderamente sorprendentes y extraordinarias.

Imagino que se refiere al Diccionario digital.

Nosotros hemos hecho 23 ediciones del Diccionario, que empezó en 1780, todas de papel. La vigésimo segunda, la anterior, hace diez años que se digitalizó y se puso en la red. ¿Qué ocurre? Que ahora la consulta mensual en la red del Diccionario está en una media de 44-45 millones. El Diccionario digital ha revolucionado su influencia en el uso del idioma. Porque el de papel, por muchos ejemplares que se hubiesen vendido, no puede competir con esa intensísima frecuencia de consulta que se da. El cambio de la sociedad y las posibilidades tecnológicas nos obligan a renovar profundamente nuestros procedimientos.

Ha llegado a hablar de hacer un Diccionario de nativos digitales.

Es, como usted dice, una manera de hablar. El Diccionario del nativo digital significa simplemente un Diccionario pensado ya desde la mentalidad de los que han nacido dentro de la burbuja digital y que no son personas refractarias a los libros, pero su primera relación con la información generalmente la tienen en la red.

¿Han encontrado ya alguna empresa que patrocine el Diccionario digital?

Estamos en conversaciones avanzadas, pero no puedo adelantar nada.

¿El nuevo lenguaje digital les causa problemas a la hora de incorporarlo al Diccionario? Estoy pensando, por ejemplo, en palabras como selfie o trending topic.

No son problemas, son hechos. La Academia no considera que ninguna palabra que exista y que los hispanohablantes usen es un problema, es un hecho lingüístico y nosotros no somos jueces, somos notarios que registramos lo que los 500 millones de hispanohablantes quieren para el idioma. Hemos estado discutiendo sobre la palabra selfie, estamos esperando porque a veces algunas de estas palabras responden a modas bastante efímeras. Por eso, el Diccionario se da siempre una demora para incorporar términos nuevos. Lo que sí es cierto es que la tecnología digital y de la sociedad de la comunicación procede fundamentalmente del mundo de la comunicación y cada una de las prácticas, de las máquinas o de los dispositivos que vienen con esto trae su palabra en inglés. Hay que advertir contra el riesgo del papanatismo lingüístico, que consiste en entregarse sin ningún tipo de discriminación ni control a los términos que vengan del inglés, cuando en muchos casos es muy fácil encontrar un equivalente español. El ejemplo más claro que se me ocurre es que la gente siga diciendo el tablet o la tablet en vez de decir tableta, que es lo que hay que decir en castellano y que además está en el Diccionario.

El Diccionario se ha convertido en un medio tan popular que numerosos colectivos sociales se han dirigido a la Academia para que revise o cambie definiciones. ¿Cómo abordan esas peticiones?

Tenemos una unidad interactiva del Diccionario en donde recibimos muchas propuestas, todas son registradas y se acusa recibo. Algunas son aceptables y otras, sin embargo, por una razón u otra, no encajan. La Academia no puede renunciar a hacer un Diccionario con sus propios criterios. Lo que usted me comenta es una cuestión delicada, que es la irrupción de lo que desde los Estados Unidos se ha dado en llamar la corrección política en el Diccionario. En eso, la Academia mantiene una postura muy firme: el Diccionario no promueve palabras, simplemente registra las que existen y de esas palabras algunas son buenas pero otras no lo son. Decía Aristóteles en La política que las palabras sirven para lo justo y para lo injusto, para lo conveniente y para lo que no lo es. Un Diccionario donde no haya palabras que sean insultos sería un Diccionario censurado y en consecuencia fraudulento. Nosotros no podemos cometer ese fraude, pero no promocionamos ni fomentamos palabras, siempre vamos por detrás y cualquier cosa que se diga tendrá que ocupar su espacio. Luego será cada uno de los hablantes el que conforme a su criterio, a su educación y a su civilidad utilice o no ese tipo de palabras. Cuando la Academia hizo el primer Diccionario, el llamado Diccionario de Autoridades, en 1526, el prólogo dice: «Este Diccionario no contendrá palabras que designen desnudamente objeto indecente», es decir, era un Diccionario censurado, donde no había palabras relacionadas con el sexo, con el cuerpo, con la escatología. Hoy eso no tendría sentido, no podríamos admitir un Diccionario en el que se aplicaran criterios de corrección política.

¿Qué palabra es la más consultada?

Depende, varía de un mes a otro. Por ejemplo, hace ahora un año fue abdicar, por razones obvias. Una que se mantiene con mucha estabilidad es la palabra cultura, pero a veces hay fenómenos muy curiosos. En el año 1992, cuando empezaron las elecciones venezolanas, de repente la palabra más consultada fue majunche, que es un insulto venezolano que equivale a boludo o pelotudo en Argentina y que era la manera en que Chaves siempre se dirigía a Capriles. Nuestro Diccionario no sólo recoge los términos del español general sino que también tiene un espacio muy destacado para términos específicos de las distintas regiones de América.

Una de las fuentes de ingresos de la RAE siempre ha sido la venta de sus publicaciones, pero el papel también está en crisis, como se ha visto con la última edición del Diccionario. ¿Cómo piensa abordar el desajuste presupuestario?

Estamos en ello, es uno de mis empeños fundamentales. La Academia no tiene deudas, es parca en gastos y de la época de una economía más boyante ha salido con un remanente que le permite afrontar esta etapa. Eso sí, llevamos tres ejercicios en déficit presupuestario y uno de mis cometidos, y no es el menos importante, es el de contribuir, junto a mis compañeros, a un equilibrio entre ingresos y gastos que garantice la sostenibilidad de una institución que, por otra parte, lleva funcionando 302 años.

En los últimos tres años el Gobierno ha rebajado su aportación en unos 2 millones de euros. Necesitarán muchos mecenas.

El descenso no sólo nos ha afectado por la asignación del Gobierno que, en el momento mejor, nunca supero el 50 por ciento del presupuesto. Nosotros también estamos afectados por las ventas de los libros, el mundo editorial está experimentando también la crisis, y, luego, otra de las fuentes de financiación procede de la Fundación pro RAE, que tiene un capital importante; generalmente, atiende todos los años los gastos de la Academia con una cantidad relacionada con sus rendimientos financieros, y estos rendimientos también han bajado. Es decir, la situación de crisis de la Academia es explicable por la confluencia de tres fenómenos de crisis, lo que nos sitúa en la misma posición en la que está toda nuestra sociedad. Nosotros tampoco queremos exagerar la conciencia de nuestra crisis institucional porque estamos en un país donde las familias, las personas, las empresas y las propias instituciones también la están viviendo.

Se habla mucho de la creciente importancia de la lengua española en los Estados Unidos. ¿No cree usted que en realidad siempre habrá un techo social para el español en un país de apabullante dominio del inglés?

Acabo de estar en Nueva York, en Boston y en Chicago. Conozco bien los Estados Unidos desde hace varios decenios, he sido con frecuencia profesor allí. Puedo decirle que la consideración social de la lengua española ha mejorado extraordinariamente. Hace 30 años, cuando empecé a ir, la comunidad hispana a veces se sentía estigmatizada por el hecho de su lengua. Hoy en día ya no. El español tiene medios de comunicación propios muy potentes, como la cadena Univisión, y en algunos momentos tienen más audiencia que las cadenas en inglés. Hay periódicos escritos en español, el mundo de los espectáculos está lleno de artistas que se expresan en español, en el deporte ocurre tres cuartos de lo mismo. En la política hay candidatos de procedencia hispana y, sobre todo, los partidos tienen muy en cuenta al electorado hispano, y luego, económicamente, está subiendo mucho el nivel de vida de la comunidad hispana, de modo que su poder adquisitivo se está incrementando. Todo esto son factores sociolingüísticos muy importantes para confirmar y consolidar la presencia del español en los Estados Unidos.

En los últimos años la Academia está incorporando a mujeres, pero siete de cuarenta y seis miembros todavía es una cifra escasa. ¿Se propone mejorar estas cifras?

Hay que ir poco a poco. Yo ingresé en la Academia en el año 2008 y hasta ahora prácticamente han entrado el mismo número de mujeres que de hombres y muchas más de las que habían entrado hasta entonces. La primera fue Carmen Conde, en el año 1977; por cierto, un año antes de que Marguerite Yourcenar ingresara en la Academia francesa, que fue la primera mujer allí. La última elección que hemos hecho hace dos semanas ha sido la poeta Clara Janés. La tendencia natural de las cosas es ésa. La preterición de la mujer en la Academia en épocas históricas fue profundamente injusta, un error absoluto y con episodios verdaderamente flagrantes, como fue el de Gertrudis Gómez de Avellaneda o el de Emilia Pardo Bazán. Ambas tuvieron sus partidarios en la Academia, pero no consiguieron convencer a una mayoría de académicos que, en mi opinión, se equivocaron.