Crónica negra

El macabro crimen de Los Tilos: un exorcismo casero que acabó en una carnicería

Miguel Martínez, un profesor especializado en ciencias naturales, asesinó a su mujer realizando un brutal ritual

Sus ideas delirantes desembocarían en una auténtica tragedia que marcaría esta urbanización de Santiago de Compostela

El autor del crimen, Miguel Martínez acompañado de su abogada.

El autor del crimen, Miguel Martínez acompañado de su abogada. / ECG

David Suárez

Un 4 de abril de 1988, hace 36 años, la crónica negra de Santiago escribía una de sus páginas más macabras con el suceso que ocurría en la entonces novedosa y próspera urbanización de Los Tilos. Corría la segunda mitad de los años ochenta y la capital gallega estaba en pleno crecimiento demográfico. Esta zona residencial, a las afueras de la ciudad, se había puesto de moda entre los compostelanos de la época.

La historia estuvo protagonizada por una joven pareja que, después de contraer matrimonio en abril de 1983, decidió irse a vivir a un piso ubicado en la urbanización. Será allí donde comiencen a crear una familia. Él, Miguel Martínez Martínez, era profesor de EGB especializado en ciencias naturales, y su esposa, Genoveva Ferreiro Antelo, una mujer inteligente y de carácter fuerte, enfermera y militante del Bloque Nacionalista Galego. Al año siguiente de asentarse en Teo tendrán a su primera hija, Catarina, y la más pequeña, Andrea, nacerá en 1987. Será la única protegida de una realidad proyectada por una mente enferma.

El comienzo de todo

Miguel Martínez tenía 22 años cuando empezó a presentar una personalidad psicopática por la que necesitó atención psiquiátrica regularmente. Pocos años después del diagnóstico, en 1979, Miguel conoce a Genoveva y en ella encuentra una fiel compañera, manteniendo un noviazgo de cuatro años antes de casarse, durante los que desarrollaron una relación normal, exceptuando momentos puntuales en los que él sentía la necesidad de aislarse y estar solo.

Vivienda en la urbanización de Los Tilos en la que ocurrió el macabro asesinato.

Vivienda en la urbanización de Los Tilos en la que ocurrió el macabro asesinato. / ECG

Cuando ya la pareja estaba residiendo en Los Tilos, Miguel entra en una profunda fase depresiva. Su mente, que por momentos creaba realidades paralelas, le llevó a cometer uno de los crímenes más sonados de la época y que desconcertó a sus vecinos, compañeros de trabajo, sus alumnos y su familia.

Miguel está un largo tiempo sometido a tratamiento psicoterapéutico pero lo abandona en las Navidades del año 1987. Su médico no le volvería a ver más, hasta que su foto se publica en portada de todos los diarios tras el macabro asesinato. Antes del suceso, Miguel comienza a “observar” una serie de 'hechos diabólicos' entre sus familiares. Según veía y creía, su suegro estaba ejerciendo un dominio total sobre su mujer, mientras que ésta, Genoveva, intentaba hacer lo mismo con la hija mayor de ambos. Estaba convencido de que su sobrina Araceli, de cuatro años, había traído la posesión a su casa durante una de sus visitas.

El día del crimen

Sospechando en su mente cada vez más de que su pareja estaba interviniendo en la “confabulación diabólica”, Miguel decide en la mañana del 4 de abril de 1988 ir a casa de sus suegros para explicar el caso a su madre política, pero no se decide a contárselo dada la presencia de su suegro. Creía que también estaba poseído.

Miguel regresa entonces a su casa y ya en su domicilio su mujer le dice que puede bañar a la niña mayor mientras ella sube al trastero para poner a secar la ropa. Durante el baño, decide realizar un ritual de “purificación” que consistió en derramar por todo el baño y la cocina, colonia, champú y jabón; elementos necesarios para la purificación y limpieza de un ambiente hostil y peligroso, al mismo tiempo que decide invocar a los arcángeles, según afirmó durante el juicio oral.

Genoveva se lo encuentra realizando este ritual. Tiene miedo y decide llamar a sus padres para contárselo. En ese momento, Miguel, que creía que su suegro también estaba poseído por el demonio, corre hacia su mujer y, antes de que llegue al teléfono, la detiene y la arrastra hasta la cocina, donde le asesta varias puñaladas con un cuchillo, ocasionándole gravísimas heridas que le causarían la muerte. Los gritos de la mujer alertaron a los vecinos que llamaron a la Guardia Civil, movilizando más tarde a la Cruz Roja y a los Bomberos de Santiago. El hombre, convencido de que Genoveva estaba poseída relató: “Pensaba que era imposible que tuviera sangre, y no vi sangre” sino un líquido de color verde, propio, según creía, de los demonios y vampiros como ella.

Portada de El Correo Gallego recogiendo el brutal asesinato.

Portada de El Correo Gallego recogiendo el brutal asesinato. / ECG

El rito

Tras asesinar a su mujer, Miguel continuó con su afán de liberarla de su posesión: “Como no tenía una estaca, utilicé un cuchillo y una tabla” de cortar carne, declaró entonces. El hombre, absolutamente convencido de tener una importante misión entre manos, decidió comprobar que el cadáver de su mujer no tenía corazón, claro signo de haberse convertido en un ser sobrenatural.

Para ello, seccionó su pecho, y extrajo los pulmones, colocándolos a un lado del cuerpo. Por otro lado, también extirpó el corazón, que previamente había confundido con los pulmones, y que le causó una gran sorpresa pues, según él, los demonios y los vampiros no podrían tenerlo. Además, para impedir la continuación de sucesivas dominaciones, también le arrancó los ojos, porque “era lo que utilizaba para dominar a Catarina”, su hija mayor.

El cadáver también fue encontrado con diversas incisiones por todo el cuerpo, todas ellos con forma de una cruz cristiana, como símbolo de protección contra del diablo.

“Esperen, que aún no terminé”

Eran las tres y media de la tarde del lunes cuando llegaron los agentes de la Guardia Civil al domicilio. Le exigieron a Miguel que abriese la puerta. Desde el interior el hombre les respondió: “Esperen, que aún no terminé”. Según se conoció en declaraciones posteriores, Miguel tenía un 'importante trabajo' que terminar: exorcizar a su mujer extrayéndole los ojos, los pulmones y el corazón. Cuando terminó dejó acceder a la vivienda a la Guardia Civil y a varios vecinos. Se encontraron a Miguel sereno y satisfecho de haber cumplido su misión, encomendada por Dios, para acabar con el “maligno” que habitaba en el interior del cuerpo de su mujer. Le dijo a los agentes: “Pónganme las esposas, hice lo que tenía que hacer”.

Miguel Martínez fue trasladado al depósito municipal. Allí sufrió una reacción paranoide aguda con amnesia que motivó su ingreso en el Sanatorio de Conxo, donde manifestó a los médicos que “mejor es que mis hijas estén huérfanas que poseídas por una madre endemoniada”.

La médica forense que lo atendió declaró en el juicio que Miguel estaba obsesionado con la imagen que había dejado tras el suceso, y que al ser preguntado la definía como “ciertamente dantesca”. Lo expresaba con una gran frialdad y se declaraba ausente de ese acto.

Durante el procedimiento judicial celebrado en la Sala Segunda de la Audiencia Provincial de A Coruña, Miguel Martínez fue absuelto del delito de parricidio, atendiendo a la eximente de enajenación mental “al haber realizado el hecho con sus facultades intelectivas y volitivas totalmente anuladas por el episodio esquizofrénico que sufría”.

El trastorno mental que padecía fue admitido por los informes de los cinco peritos, psiquiatras y médicos forenses que colaboraron en las evaluaciones, por lo que la Sala decretó el internamiento de Miguel Martínez en un psiquiátrico penitenciario.

Artículo de El Correo Gallego del día que Miguel Martínez fue absuelto por enajenación mental.

Artículo de El Correo Gallego del día que Miguel Martínez fue absuelto por enajenación mental. / ECG

Piso maldito

La vivienda en la que se produjo el horrible crimen se convertiría en una casa maldita y serían varias las empresas inmobiliarias que trataron de venderla sin éxito. Había salido a subasta pública por algo más de cinco millones de pesetas a finales de la década de los noventa, pero eran muchos los pujadores que se volvían atrás una vez que eran informados de lo que había ocurrido en el siniestro piso. Además, tampoco era aceptado para alquiler una vez que se conocían sus detalles.

En cuanto a Miguel Martínez, no hay ninguna pista suya al respecto. Si todavía vive, tendría en torno a unos 67 años. Todas ellas se perdieron en la noche en que fue condenado a la reclusión en un centro psiquiátrico.