­La única ventaja con la que cuento para enfrentarme al papel en blanco más cruel de cuantos he completado es que Manuel Becerra fue en vida un generador de unanimidad. Eso me exime de calibrar en cuántos lugares comunes me apoyo o en qué tópicos incurro al llorar estas líneas, teñidas, en ese orden, de rabia y de tristeza.

Manolo era un metro noventa de corazón, el mismo que nos lo ha arrancado en menos tiempo del que se tarda en redactar un breve. Eran las 14.20 horas de ayer y estaba en el periódico. Murió a los 44 años, rodeado de compañeros que le querían. Se lo había ganado. Siempre. Porque Manolo recibió lo que ofrecía: Un trato amable, cercano y cálido con todo el mundo. El becario era para él tan importante como el más prestigioso de los periodistas.

Fue un referente en infraestructuras y obra pública. Su buen hacer le supuso ascender a editor en el Sur y en los últimos tiempos aquilataba la edición digital. Y trabajaba como el que acaba de llegar y tiene que hacer méritos. Siempre fue así desde que llegó en 1995, al poco de licenciarse en la Complutense.

Manolo era un apasionado, era todo lo contrario a un hombre estímulo-respuesta. Una de sus grandes pasiones era el rugby, lo que cristalizó en un blog de referencia en Sur.es. Seguía jugando con los veteranos. Tenía cuerpo para ello. Dudo de que haya en su trayectoria deportiva ni la más mínima pelea, ni un mal gesto. El gran Manolo era también un apasionado del Málaga. Y este año estaba pletórico con el proyecto deportivo. Le gustaba jugar al golf, salir a correr por la Cala, las partidas de cartas, las barbacoas, las reuniones con amigos, las redes sociales… Malditas redes sociales que capturan conversaciones, fotografías, comentarios que siguen ahí tras el mazazo. Muestran un baile ahora macabro de bromas entrecruzadas, de momentos compartidos. Pero también son el muro de las lamentaciones de los cientos de personas que quisieron a Manolo y han querido firmar en esa suerte de libro de condolencias. Anoche, su perfil era la mejor ofrenda.

Mientras escribo, sobrevienen a mi mente disparos, fogonazos de decenas de anécdotas y vivencias que compartimos y que atesoro con orgullo. Pero estas líneas son para Manolo, el mejor rival y amigo, el hombre competitivo pero empático. Siempre bromeábamos con que el tenía ya un nombre de estación de metro. En Madrid. Pero, sin duda, en el AVE, en la Segunda Ronda, en el aeropuerto, en el metro… En todos los grandes proyectos de Málaga vive Manolo. Su firma y buen hacer están guardados junto a cada tramo para siempre en las hemerotecas.

No era dogmático. Respetaba todas las opiniones. Sabía escuchar. Y sabía felicitar y ser felicitado. Pero, sobre todo, nunca perdía el sentido del humor. No lo hizo cuando hace unos años su corazón le dio un susto del que se repuso. Tampoco cuando un ministro no le identificó como periodista durante la primera piedra de una autovía (lo había confundido con algún expropiado molesto). Ni cuando vino a cenar a casa hace poco, rompió una silla y aseguró, tras caer al suelo, que los cimientos del bloque eran buenos. Cualquier broma la devolvía con una sonrisa sincera.

Manuel Becerra tenía sólo 44 años. Todo el mundo se va muy pronto. El bofetón ha sido brutal. Manolo vivía su momento más dulce. Llevaba meses casado con una mujer maravillosa, Carmen. Y tenía tres vidas por delante: la suya, la de ella y la del bebé que esperaban, una persona que podrá sentirse orgullosa de su padre: Un metro noventa de corazón.

Descansa en paz Manolo y un abrazo infinito para su mujer, familiares, amigos y compañeros de Sur y la profesión periodística.