Málaga se echó a la calle para arropar a su patrona, la Virgen de la Victoria, en una luminosa tarde de septiembre en la que se demostró que esta procesión cada vez recaba cada vez más apoyo popular. Miles de malagueños se agolpaban alrededor del Patio de los Naranjos y en la confluencia de las calles San Agustín y Císter a la hora del inicio del desfile, las ocho menos cuarto de la tarde. Poco después del repicar de campanas, el trono de la Señora se hizo a la calle; dentro de la Catedral, avanzó con el Himno de España interpretado por el organista; y, ya en la calle, con el que tocó la Banda de Cornetas y Tambores de Bomberos. Un instante lleno de fervor.

No sólo en las calles del Centro Histórico, sino también en el interior de la Catedral había centenares de devotos que pedían en voz alta por sus familias, por «la paz en España» e incluso lanzaban vivas y aplausos «a la Madre de los malagueños», todo ello contemplando cómo el trono embocaba la Puerta de las Cadenas para hacerse al patio de los Naranjos.

La petalada fue inmensa, al igual que los aplausos, y el incienso envolvía a la Virgen en una estampa de gran belleza estética que plasmaron los numerosos fotógrafos aficionados y profesionales que se dieron cita en el enclave. El cortejo estuvo formado por los batidores a caballo de la Policía Local y, tras éstos, representantes de la Federación Malagueña de Peñas La Alcazaba, y miembros de las hermandades y cofradías de pasión y de gloria, así como otros colectivos ciudadanos. También hubo una amplia representación institucional: varios ediles, entre los que destacaban Luis Verde, que por ser el más joven de la ciudad portaba el pendón; y el teniente de alcalde Damián Caneda, que suplía la ausencia del alcalde, Francisco de la Torre, de viaje en Buenos Aires para apoyar la fallida candidatura de Madrid a los Juegos Olímpicos.

El presidente de la Agrupación de Cofradías, Eduardo Pastor; la rectora de la Universidad, Adelaida de la Calle, o el pregonero de la Semana Santa de este año, Rafael Pérez Pallarés, formaron parte del desfile. Para hacer la compleja maniobra de entrada a Duque de la Victoria pasando por Císter y San Agustín, la Banda de Música de la Expiración interpretó en dos ocasiones Málaga a su Virgen de la Victoria; las mecidas fueron constantes, al igual que los aplausos y los vivas, vencida ya la tarde. En Duque de la Victoria, sonó Triunfal. Y la patrona de los malagueños seguía muy arropada. Mucho público en una tarde noche que se vio favorecida porque hoy, lunes, es fiesta. El obispo, Jesús Catalá, por cierto, no formó parte del cortejo y se le pudo ver charlando con los fieles sobre su brazo izquierdo escayolado.

Para celebrar el Año de la Fe, la Virgen lucía un lazo burdeos y blanco, y varias feligresas repartían estampitas a los devotos. En el recorrido hubo varias petaladas: la de la salida, otra en la Torre de la Catedral, y una última en la calle Victoria, desde la sede de la Federación de Peñas, además de otras organizadas por cofradías o comerciantes.

El trono iba magníficamente exornado, sobrio y elegante: nardos y las ofrendas realizadas a lo largo de la mañana. Mención aparte merecen los hombres de trono, bien liderados y con acierto en las maniobras. Las mecidas eran la pauta y el dulce avance de la Señora hizo las delicias de los fieles. La Virgen, como todos los años, portó la Medalla de la Ciudad, y el cetro y la corona -así como la corona del Niño- donadas en 1943 por su coronación canónica. Al filo de la medianoche, la patrona llegaba en el Santuario de la Victoria.