La dieta mediterránea está avalada mundialmente como una forma de alimentación que reduce riesgos de enfermedad. Lo que se come suele ser clave en estos casos, según los expertos. También el ejercicio físico. Y el clima... Todo esto contribuye a llevar una buena vida. Y en Málaga, por lo general, se vive bastante bien. Nadie sabe precisar si existe el secreto de la longevidad, pero los datos del último padrón del Instituto Nacional de Estadística (INE) señalan que Málaga es una de las capitales con mayor proporción de nonagenarios de toda España. Uno de cada 151 habitantes tiene más de 90 años.

En la ciudad residían en el mes de enero, cuando el INE publicó esta información, 3.768 personas mayores de 90 años. Y de ellas, 266 tenían más de 100 años. El promedio es mayor que el de la provincia. De hecho, de los grandes núcleos de población, sólo Fuengirola y Mijas lo superan. En estas localidades de la Costa del Sol Occidental, hay un vecino mayor de 90 años por cada 127 y 116 habitantes, respectivamente. En el resto de ciudades de la provincia, cabezas de comarca incluidas, esta cifra no es comparable.

Haciendo un análisis comparativo de los datos que ofrece el INE, en Estepona vive alguien con más de 90 años por cada 183 vecinos; uno por cada 239 en Marbella; uno por cada 228 en Vélez Málaga; en Torremolinos, uno por cada 181 habitantes; por cada 152 en Ronda; uno por cada 217 en Benalmádena; en Antequera un mayor de 90 años por cada 183 vecinos; o uno por cada 373 residentes en Alhaurín de la Torre.

Málaga, con 568.479 habitantes, 3.502 nonagenarios y 266 personas que superan los cien años de edad, puede considerarse una de las ciudades más longevas. La ratio así lo atestigua. Es mayor incluso que en Lanjarón (Granada), con fama de ser uno de los municipios con mayor esperanza de vida. En esta localidad de la sierra granadina hay un mayor de 90 años por cada 237 habitantes.

Entonces, ¿qué hace de Málaga una de las ciudades con mayor proporción de mayores? «Ojalá llegara yo a su edad tan bien como está usted», se oye a menudo cuando algún mayor echa de menos las condiciones físicas de las que disfrutaba cuando era joven. En realidad, superar las nueve décadas de vida no es nada fácil y no es que haya ningún secreto. Quienes lo han hecho, al menos con quienes este periódico ha hablado, presumen de que no se pueden estar quietos. Es importante, por tanto, mantener una vida activa y una alimentación saludable. Los expertos sostienen que la dieta y el clima ayudan, pero no más que en otros municipios de la provincia con características similares.

Jesús Delgado, del departamento de Geografía de la Universidad de Málaga y profesor del aula de mayores de la institución académica malagueña, explica que esta situación es fruto de una confluencia de factores. Los primeros, precisamente, geográficos e históricos. Hay que recordar que el crecimiento experimentado por la ciudad de Málaga entre 1960 y 1981 fue sobresaliente. Espectacular. En este periodo duplicó el número de habitantes (64.850 en sólo una década, la de los años 60, según los censos existentes). Este crecimiento estuvo provocado por la inmigración del campo a la ciudad y a raiz del plan de estabilización económica del Régimen, con el apoyo del Gobierno de Eisenhower. Legiones de jornaleros llegan a la ciudad para cambiar el campo por la fábrica o el andamio. O trabajar como camareros y ganar un jornal suficiente. El interior empuja a la capital. Aquellos jóvenes cabezas de familia que entonces tenían 30 años ahora tienen 90 y son los mayores de hoy.

Concentración de mayores

Esto hace que en Málaga la concentración de mayores sea mayor, no que la esperanza de vida sea superior que en otras ciudades.

Por otro lado, Málaga y la franja costera es una zona que concentra muchas segundas residencias. Muchos jubilados del interior de España y de otros países han optado por abandonar sus países de origen, normalmente fríos y del norte de Europa, para establecerse en la Costa del Sol. «Son personas que se encuentran bien físicamente para decantarse en recorrer más de 2.000 kilómetros y fijar su residencia tan lejos. Y con solvencia económica, que aunque ya se sabe que el dinero no da la felicidad, es verdad que ayuda», señala Jesús Delgado. El dinero ofrece mayores posibilidades de ocio y, en caso de enfermedad, terapias más caras.

También es significativo el factor de la reagrupación familiar. Es decir, de hijos que han venido a trabajar y a vivir a la capital y que, cuando sus padres se hacen mayores, se los traen de sus respectivos pueblos para que vivan con ellos y poder cuidarlos. También las residencias geriátricas, «que se sitúan en lugares con clima agradable y buenas conexiones e infraestructuras», concluye.

La natación, el secreto de su longevidad

Manuel Caro

Con 94 años, nada todos los días entre 1.500 y 2.000 metros en la piscina del Club Mediterráneo. Es pionero de este deporte en Málaga, ya que empezó a dar brazadas en los años 30 y ha ganado muchas competiciones

El despertador de Manuel Caro suena cada mañana a las ocho. Se levanta y desayuna tranquilamente mientras escucha la radio o lee el periódico con su mujer, Pilar. Queso, pan, mermelada... A sus 94 años acude aún a diario, desde su residencia en La Cala del Moral, a las piscinas del Club Mediterráneo para nadar. Su gran pasión de siempre y que, según considera, puede ser el secreto de su longevidad.

«Yo tengo 94 años, pero cuando me tiro al agua es como si volviera a tener 18», sentencia. Es más, asegura que la natación es la base para poder practicar cualquier otro deporte. De hecho, a lo largo de su dilatada vida ha hecho remo, tenis, vela, rugby, frontón... «Me permite elasticidad y es un deporte que practico a mi ritmo, de forma suave», asegura este malagueño que comenzó a nadar en los años 30 y ha ganado distintas competiciones, incluido el torneo de nonagenarios de toda España. Y eso que tiene problemas de rodilla. «Me afecta para andar, pero no para nadar», asegura.

Caro sigue siendo deportista. La clave para conseguirlo es llevar a cabo una vida sana y natural. Y recomienda a los de su quinta que también hagan deporte. No quizás al mismo nivel, «eso es imposible a estas alturas si no han nadado desde que eran más jóvenes», reconoce. Pero sí que pueden, como dice, «caminar en una piscina baja, con la resistencia del agua, sentarse en el bordillo y hacer ejercicios con los pies metidos en el agua y moverse».

Sus hijos han seguido su ejemplo desde que eran pequeños. Y sus nietos. Ahora lo echa de menos, porque lleva una temporada que no nada, debido a una reciente operación en la oreja.

Tiene Manolo Caro el honor de ser el ganador de la primera travesía a nado del puerto de Málaga que se celebró en 1941, una de las citas que no se pierde y donde le gusta mantener el espíritu competitivo que le ha acompañado a lo largo de toda su vida. Desde 1983 participa también en los torneos masters. Según explica, en toda España tan sólo habrá una decena de nadadores en su categoría, entre los 90 y 95 años, pero aun así recuerda con cariño todos los lugares de la geografía española en los que ha nadado con el paso del tiempo.

Ilicitano tan malagueño como el Cristo del Amor

Jaime Fenoll

«Un añito más compadre, un añito más». Jaime Fenoll salía todos los Viernes Santo a la puerta de su casa en el Jardín de los Monos para despedirse del Cristo del Amor, una imagen por la que profesa una gran devoción y a la que acompañó como nazareno en su juventud. Pero desde hace dos años, que se mudó al barrio de Carranque, sólo ve la Semana Santa en la tele. La Semana Santa y el fútbol. Y el ciclismo. Don Jaime, de 91 años, nació en Elche pero se siente malagueño, ya que cuando apenas contaba con año y medio ya llegó a la ciudad con sus padres, que tenían un negocio de cordelería y zapatos. Y se establecieron en la Victoria. «En mi carné rezo que soy ilicitano, pero yo soy de Málaga», insiste. En sus inicios él también estuvo trabajando en el mundo del calzado hasta que se colocó en una empresa de construcciones y luego en otra de frutos secos, donde trabajó en la oficina, encargado de las nóminas, hasta su jubilación. También estuvo trabajando cinco años en Melilla.

Se casó con su mujer, Loli, cuando tenía 31 años y ella 17. Tuvieron cinco hijos y ahora además tienen siete nietos y una bisnieta, Rocío, «para comérsela». Victoriano, por tanto, en distintas etapas, de Cristo de la Epidemia y café en el Caracol. Del patio junto a San Lázaro y ahora de la avenida de Herrera Oria. Es tan de Málaga que es del Málaga, pero ya no va a La Rosaleda. Recuerda a Viberti y a Migueli pero dice que «hoy se juega mejor al fútbol».

Pasó el tiempo entre costuras como modista

Oliva Muñoz

Es de Mollina y allí ha vivido toda su vida, hasta que se ha mudado a la casa de una de sus hijas, en Málaga capital. Ya se reconoce dependiente. «Me cuesta trabajo hacer muchas cosas y necesito ayuda», explica esta modista que ha pasado el tiempo entre costuras, trabajando para un sastre en su pueblo de la comarca de Antequera, haciendo los cuellos de las chaquetas de los trajes. «Me cundía mucho», recuerda. Ahora, sin embargo, sólo hace zapatitos de croché, que regala a sus conocidos, porque ya no acierta a enhebrar el hilo en la máquina de coser. Es una distracción que le permite no estar quieta, eso sí. Ella heredó el oficio de su abuela y también el de su madre, «que cosían para la calle». Aunque su madre murió muy joven, con sólo 34 años. Oliva y sus cinco hermanos se quedaron con su abuela Dolores Velasco, hasta el punto de que en Mollina nadie la conoce por su apellido, Muñoz, sino como Olivita Velasco. Olivita aún, con sus 93 años cumplidos el pasado mes de mayo.

Se casó con un hombre del campo que tenía algunos estudios y logró aprobar unas oposiciones de escribiente en el Ayuntamiento de Mollina. Pese a casarse, no abandonó su profesión, como hacían la mayoría de mujeres de la época. Oliva siguió cosiendo, ganando cinco pesetas al día.

Ahora ya es bisabuela. Haciendo memoria y pidiendo la ayuda de su hija Conchita, dice que tiene 20 bisnietos y 15 nietos.