Con una pancarta o con tres monedas iguales en la mano. Con gritos reivindicativos e indignados o con el silencio y un leve murmullo como únicos acompañantes. Manifestaciones masivas, aunque las cifras siempre vayan acompañadas de su inseparable baile, y colas ordenadas en su desorden y que serpentean recorriendo la ciudad. Unos, contra los recortes y la reforma laboral; otros, a favor de que el Cristo de Medinaceli haga el milagro de los tres favores. Tres peticiones reducidas a la única causa que de verdad importa en estos tiempos, tener trabajo. Ahí está el punto común. Manifestantes o devotos o las dos cosas a la vez. La peregrinación hasta la iglesia de Santiago, una vez al año.

Las manifestaciones, concentraciones y protestas, una o más cada día y en cada rincón del país. Imágenes radicalmente diferentes pero que se entremezclan en mi percepción de la realidad. La primera me impacta por lo que implica de fe; la segunda merece un capítulo propio.

Marchas viscerales, variopintas y algunas enturbiadas por la violencia. Imágenes de jóvenes estudiantes en las calles y cargas policiales que abren los informativos y retrotraen a muchos al pasado. Y la crítica continua y el debate que no cesa. No me gusta contemplar un día tras otro cómo la calle arde sin remedio y suma adeptos con cada nuevo parado. Pero me gusta menos aún ver la manipulación por parte de unos y otros. No tengo recuerdos propios de las manifestaciones de hace más de treinta años de las que muchos hablan de nuevo ahora, pero sí de las de hace unos cinco o seis, cuando los que ahora mandan no mandaban y rechazaban lo aprobado por los que mandaban. Entonces el PP «utilizaba» a la Iglesia o viceversa en aquellas manifestaciones contra el aborto o «a favor de la familia». Era su respuesta a unas determinadas políticas sociales, abanderadas por unos y otros en posiciones opuestas.

Ahora es el PSOE el que «utiliza» a los sindicatos o viceversa para criticar la política económica del PP. Motivos muy distintos para un comportamiento similar. Tal vez incluso pudieran intercambiarse las críticas lanzadas por unos y otros en cada momento sin que apenas se note el cambio. El derecho de manifestación no se cuestiona en público pero se utiliza según conviene. Y si se mezcla con un tema tan sensible como el terrorismo y las víctimas, ya resulta el cóctel perfecto. El debate está servido: ¿Es adecuado convocar una manifestación contra la reforma laboral en el octavo aniversario de los atentados del 11-M? Me niego a entrar al juego, pero éste ya ha empezado y todos participan. ¿Para qué hablar de lo importante pudiendo divagar sin tregua?

El ministro del Interior acusa a los sindicatos de falta de respeto a las víctimas; el PSOE exige no utilizar a las víctimas para deslegitimar las manifestaciones de los sindicatos; los sindicatos no ven incompatible la protesta y el recuerdo a las víctimas, ya que «tampoco se suspenden los partidos de fútbol», y las víctimas, depende de a quién se le pregunte. Y el ganador es… un nuevo debate absurdo que probablemente ningún ciudadano hubiera pensado si alguien no lo hubiera sugerido convenientemente. Una discusión interesada que se extenderá hasta el día en cuestión y que será la que desvirtúe tanto un acontecimiento como el otro. El 11-M versus la reforma laboral. De locos.