La visita de tres jóvenes estudiantes de Periodismo, que querían saber cómo fue la aventura periodística de Sol de España, ha traído a mi mente algunos conceptos de los que ya apenas se habla y que, sin embargo, siguen siendo trascendentales a la hora de ejercer una profesión tan vocacional como la nuestra. Habré escrito unas mil veces que el primer requisito para ser periodista es querer serlo de verdad. No me importa decirlo una vez más, por el convencimiento que tengo de que en el camino hacia la profesión se van quedando, las más de las veces, jirones de vida desperdiciada estérilmente justo en la edad de las ilusiones. He sido testigo de frustraciones personales de jóvenes que, al segundo día de redacción, descubrieron que esto no era lo suyo y tuvieron que decir adiós tristemente a cinco años de penosa carrera. Resulta difícil admitir que se tarde tanto tiempo en saber que has equivocado el camino. Otros, por el contrario, vieron la luz cuando, sin grandes esperanzas, entraron de lleno en la profesión y se embriagaron de ella y empezaron a vivir de verdad.

El periodismo es una actividad multidisciplinar. Puedes ser un comentarista político, un especialista en deportes, un locutor, un reportero, un diseñador, un crítico cultural, un corresponsal, un jefe o un redactor de a pie y en todos los casos las responsabilidades y las materias que ejercen son muy distintas entre sí. Pero todos son periodistas y todos están conectados por un espíritu muy especial que los diferencia de otros profesionales. Ese espíritu es la propia comunicación, motor que activa un factor determinante al que llamamos vocación y que yo denomino destino. Además, es fácil que un especialista en política se reconvierta, por pura necesidad y de forma inmediata, en reportero o en crítico deportivo.

Otro concepto básico en el ejercicio de la profesión periodística es la pasión. Recuerdo que la Transición significó el despertar de la prensa española, acomodada y perezosa hasta entonces.

El mejor periodismo afloró cuando España vivió el cambio de un sistema totalitario a un sistema democrático. La calle era un hervidero social. Había hambre de libertades. Hasta entonces, sólo unos pocos diarios y revistas venían apostando por la libertad, aún a costa de sufrir persecución política y hasta cierre temporal de la publicación. Ese fue precisamente el caso de Sol de España, que por desmentir un rumor sufrió el castigo de estar quince dias sin publicarse. Hoy, tantos años después, los ciudadanos españoles vuelven a inquietarse, pero esta vez no para conseguir que la democracia nos facilite el acceso al bienestar, sino justo por lo contrario, para defender con uñas y dientes que no nos quiten los derechos sociales conseguidos tras el afán de todo el pueblo. Sin embargo, y lo digo como lo siento, no veo al periodismo con el mismo ardor que hace treinta años. Y no solo porque la prensa haya sido amordazada económicamente. También porque el corazón no late con la misma intensidad en los profesionales. Debe ser que se arrastra un periodo excesivo de comodidad, o que la crisis llegó como en un suspiro y no se sabía muy bien contra quién dirigir las andanadas.

Sin embargo, a pesar de todo, y como he dicho infinidad de veces, los estudiantes actuales parece que llegan con ímpetus y con ganas. Al menos, eso he detectado en Celia Fenoy, Miriam Fernández y Javier G. Angosto, los jóvenes que han venido a verme para que les cuente mi batallita de la Transición.

*Rafael de Loma es periodista y escritor

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