Que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullece las que he leído». Esta frase resume muy bien mi relación con la literatura. Si hubiera de elegir, yo elegiría leer en vez de escribir. En mi vida es lo que he hecho más y mejor. He echado cuentas. Artículo arriba o abajo, habré escrito en mis treinta años de ejercicio del periodismo unos 8.000, y no meto todas las noticias redactadas, todas las notas transcritas, todas las entrevistas de mayor o menos calado. Además he escrito cuatro novelas, tres volúmenes de relatos, dos de turismo, uno de arte, un par de centenares de poemas€ Pero he leído muchísimo más porque me parece muchísimo más interesante.

Yo empecé a leer muy precozmente. Nosotros éramos unos pobres con libros en aquella España de los sesenta. Vengo de esa generación a la que nos gustaron los tebeos, la lectura comprada por entregas semanales en los kioscos de barrio, los domingos por la mañana, con la paga recién cobrada, o alquilada en aquel portalillo de calle Carril, a mitad de semana, cambalache de urgencias para no quedarte sin saber de tus héroes. Los tebeos nos llevaron a los libros, y los libros me han traído hasta aquí.

Cuando, debido a mi pertinaz insomnio, me desvelo de madrugada y sé que ya no voy a dormirme otra vez, y que a la noche aún le quedan muchas horas, y todo lo que me rodea es el silencio de la casa, ese silencio que no es un silencio absoluto, sino que es un silencio habitado por las respiraciones de los que tienen la suerte de dormir, y del zumbido del motor del frigorífico, y del ladrido de algún perro lejano y asustadizo, nunca me da por escribir. A esas deshoras desvelo a alguien de la familia, de esa inmensa familia de papel que me he ido construyendo con los años, con los insomnios, con los ocios y los placeres, para que me haga un rato de compañía y me dé calor.

Leer es una de las mejores cosas de este mundo. Y sin embargo, uno de cada tres paisanos nunca lee. Lo dice el CIS, ese análisis que cada cierto tiempo nos hacemos los españoles para saber que seguimos teniendo muy alto el colesterol de la incultura, que somos un país donde las presentadoras de los programas más vistos gritan entre el barullo: «esperarze, esperarze», y donde uno de cada tres ciudadanos con derecho a voto y mando a distancia se muestra orgulloso de los libros que nunca ha leído y nunca leerá.