El espejo roto. Así titulé un artículo que gracias a la gentileza del grupo EPI, los editores de los periódicos de esta casa, se pudo leer en toda España el 25 de junio del año pasado. Aquel texto fue un «cri de coeur», un grito desde el corazón. El referéndum del Brexit había terminado con una ligera mayoría de votantes británicos a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Lo escribí mientras me llegaban a través de la BBC los resultados finales de la consulta. Lo leo de nuevo y lamento que un servidor de ustedes, anglófilo de toda la vida, haya acertado. Algo más de un año después, una gran nación europea como el Reino Unido se debate dentro una auténtica crisis existencial. Su economía, incluso su unidad están tocadas. Las patrañas y la demagogia oportunista de los chamanes del Brexit en la campaña y el daltonismo ético e intelectual de no pocos de los conservadores ingleses -no de los escoceses- siguen siendo para la Gran Bretaña e incluso para Europa un desastre político y moral sin paliativos.

En un reciente escrito de Bagehot en The Economist del 5 de agosto, nos avisa este brillantísimo columnista, siempre anónimo, que «el verdadero problema de los Brexiteers es que no pasan el tiempo necesario estudiando la historia. Desde la mitad del siglo XVII los británicos han desconfiado de los cambios radicales. Prefieren que sus revoluciones sean glorious, tuteladas desde arriba y con cambios graduales». Hasta ahora. Los partidarios de la salida de la Unión Europea se han encontrado con una victoria pírrica, con unas consecuencias imprevisibles. Por primera vez en su larga historia, los prudentes ingleses han dado un salto hacia el vacío. Estas piruetas parecían destinadas a pueblos más insensatos y calenturientos.

Por la temible incertidumbre que genera el Brexit (y nada es más aborrecible para el mundo del gran dinero que la incertidumbre) muchas de las grandes instituciones financieras internacionales de la hasta ahora augusta City de Londres ya se ven obligadas a trasladar una parte importante de su capital humano a la Europa continental. Especialmente a Frankfurt.

Mientras que el más visceral de los Brexiteers, Nigel Farage, caudillo del Brexit primigenio y palafrenero británico de Donald Trump, exhorta estos días a los jóvenes ingleses a que no se pierdan «Dunkirk». La excelente película de Christopher Nolan dedicada a la heroica evacuación desde las playas de Dunkerque de las Fuerzas Expedicionarias Británicas, derrotadas por el ejército alemán. Como no podía ser de otra forma, para Nigel Farage la Unión Europea es el Tercer Reich de Adolf Hitler. Y los turbios apóstoles del Brexit como él son los herederos de Sir Winston Churchill. Como apostilla Bagehot, «los conservadores de extrema derecha preferirían ver su partido destruido antes de que se toquen las esencias de su Brexit». Dios salve a Inglaterra.