España acaparó dos de los cuatro maillot del Tour de Francia, el verde, el de la regularidad que lució Óscar Freire, y el amarillo, el más valorado, el que portó Carlos Sastre. Son la mitad de las recompensas de la carrera ciclista más importante del mundo, que cuenta además con tres españoles entre los diez primeros -Samuel Sánchez es séptimo y Alejandro Valverde noveno- y donde los hispanos han sumado cuatro etapas, el país mejor representado, la bandera que más se muestra, un triunfo como nación que contrasta con el revuelo que se levantó en torno al ciclismo español en los primeros días de competición.

España dominó de principio a fin: Valverde vistió el primer amarillo de una ronda que comenzó sin líder por la ausencia de Contador y Sastre completó la faena al enfundarse el jersey definitivo, el que le acredita como el ganador del 95 Tour.

Pero también fueron hispanas las tres primeras manchas del Tour. Dos españoles que corrían en equipos extranjeros y un extranjero enrolado en una escuadra española controlados positivos por EPO. Manuel Beltrán abrió el triste recuento, seguido de su compatriota Moisés Dueñas y redondeado con el más sonado de todos, el del italiano Riccardo Riccó, el ciclista del futuro que cayó en las redes de los vicios del pasado y que se llevó por delante al Saunier Duval.

Un veterano al final de su carrera, un joven en busca de un contrato más largo y una estrella ascendente, una promesa a punto de consagrarse. Tres ciclistas diferentes relacionados, de una u otra forma, con España.

Tantas coincidencias en torno a un país abrieron la caja de Pandora de las críticas, animadas por el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), Patt McQuaid, que consideró que España es "la última frontera en la lucha contra el dopaje". Acababa de conocerse el positivo de Dueñas, el segundo del Tour tras el de Beltrán, ambos por EPO, y el ciclismo comenzaba a temer otra edición manchada por el dopaje.

El médico de la Française des Jeux, Gérard Guillaume, atizó la crítica: "España es la plataforma del dopaje europeo para todos los deportes". Más leña al fuego, más descrédito para el ciclismo español mientras el Tour trataba de quitarse de encima el estigma del escándalo. "Hay tres tramposos menos en el pelotón, todo va bien. Un tramposo es un tramposo, no importa cual sea su nacionalidad", repetía el director del Tour, Christian Prudhomme.

De menos a más. Luego el Tour se calmó y el ciclismo español comenzó a dar que hablar por sus buenos resultados y no por el dopaje. Alejandro Valverde, primer líder del Tour, cayó en los primeros repechos serios, pero Sastre aguantaba el tirón mientras Freire se marcaba como objetivo convertirse en el primer español en verde en los Elíseos, un nuevo reto para el cántabro acostumbrado a coleccionar gestas poco habituales.

Al final el triunfo español fue total, en la línea de los dos años anteriores, con Pereiro y Contador, que también se impuso en el pasado Giro. En París sonó el himno español, como en los cuatro últimos Roland Garros, gracias a Rafael Nadal.

Sastre se llevó las alabanzas aunque no logró deshacerse de la sombra de la sospecha. Se ha recordado su vinculación con Manolo Saiz, su primer director profesional, apestado por su vinculación a la Operación Puerto. Se ha vuelto a hablar de que Bjiarne Riis, su director actual en el CSC, que reconoció haber tomado EPO en el Tour de 1996 y que dirige a un equipo que ha tenido en sus filas a Ivan Basso, también implicado en la red de dopaje desarticulada en 2004.