Reconozco que aún no me lo creo. Demasiadas cosas buenas para ser verdad. Acostumbrado a vivir en un sobresalto permanente, en una angustia casi constante, lo vivido el domingo en el Palau Sant Jordi de Barcelona cuesta explicarlo. Sobran las palabras. Afloran los sentimientos.

Sentimientos por los que nos dejaron hace meses después de luchar toda su vida por el deporte que tanto amaban. Cazorla, Cisco, un trozo del mundial seguro que va camino del cielo. Por los que hoy prepararán su bolsa para ir a entrenar con un pedacito de esa felicidad en su interior. Probablemente les costará lo mismo, pero lo pagarán agradecidos. Agradecidos de pertenecer a un deporte que tras la final no concentró a nadie en las calles. Pasó sin hacer ruido. Como la gente del balonmano, callada, trabajadora, humilde, entregada. Auténtica. Apasionada de lo que hace. Orgullosa de lo que trasmite. Fiel. Mi primera felicitación para todos ellos. Para los que entrenan y juegan desde el anonimato soportando buena parte de todo este peso. Hoy seguro que sois menos invisibles. Enorme vuestra dedicación y vuestro esfuerzo.

Confieso que la noche del domingo, cuando los jugadores levantaban la Copa, me acordé y mucho de José Luis Pérez Canca. De la fuerza con la que está llevado su particular competición. De los García-Recio, de los hijos de Feliciano, de Maristas, de Boli y de Hormigo, mis hermanos balonmaneros, de los «culpables» de que hoy esté aquí, al frente de muchos frentes. Allí se infiltraron, en Sant Jordi, con la discreción que les caracteriza. Sois grandes. Gracias amigos.

De Antonio Carlos Ortega. Un lujo trabajar con él. De nuestro paso por Antequera. De su amargo final. Pero también de los grandes momentos. Allí crecí. Allí me he sentido verdadero gestor de mi deporte. Y me acordé su despedida. Triste. Injusta. De su sencillez. De su estilo. Otro grande que seguro traerá muchas alegrías a nuestra tierra. De los muchos y muchos deportistas malagueños obligados a emigrar por falta de recursos, de profesionalidad, de seriedad, de apoyos, de instalaciones, de medios.

Reconozco que la emoción llegó a empapar mis ojos minutos antes de arrancar la final. Que las pulsaciones subían y bajaban sin control. Que pude estar en el comité organizador de Sevilla y que por circunstancias terminé viendo los partidos en la grada. Con mi gente. Como uno más. Con los que me rodean en la Malagueña. Discretamente. Sin más compromiso que la amistad. La lealtad. La responsabilidad de devolverle a nuestro deporte lo mucho y bueno que nos ha dado. Partidos de un mundial austero, marcado por la crisis, que el domingo destapó toda su esencia para demostrar al mundo entero que con muy pocos recursos somos capaces de dar enormes alegrías. Que necesitamos oportunidades. Confianza. Que estamos dispuestos a seguir trabajando sin miedo. Que tenemos muy claro hacia donde caminamos y donde está nuestra meta.

¡Qué locura lo vivido en Barcelona en las horas previas! Autobuses llenos de aficionados españoles y daneses. Banderas, caras pintadas, camisetas… emoción y pasión, todo un sueño. Sin la necesidad de separar aficiones. 14.000 almas unidas por un deporte noble. Sin incidentes. Sin incidencias.

Mi agradecimiento sincero a todos los que de una u otra manera me felicitásteis tras el partido. ¡Qué alegría recibir esos mensajes! A los amigos de los medios de comunicación por proporcionarme ese espacio cada vez que os lo he pedido. No nos olvidéis. Os necesitaremos siempre.

Mi gratitud a Valero Rivera. A los #hispanos. A Juan de Dios Román. Pero también a Luis Vallejo, Carlos, Dani, Alfonso, Raúl, Torrente, Javi, Juan, Francis… Personas anónimas para los primeros. Vitales en mi día a día al frente de la Delegación. El domingo desperté de un sueño. Tan real como la vida misma. Gracias balonmano. Gracias por todo lo que me estás dando.

Por cierto Alteza, este año ya tiene a quién entregar su premio…

Raúl Romero, delegado de la Federación Andaluza de balonmano en Málaga