El de los Heredia es uno de esos clanes familiares a los que poco le importa lo que pase a su alrededor. Tienen sus negocietes y van tirando para salir adelante, viven al día y no piensan en el futuro, hasta ahora no les ha hecho falta porque venían viviendo de las rentas que los anteriores gestores del clan habían ido acumulando, pero ahora parece que la realidad le está dando la espalda y no tienen poder de reacción.

El patriarca se encarga de intentar callar las voces de cualquiera que ponga en duda su autoridad y su liderazgo. Sin embargo, dentro del clan cada vez hay más miembros que se rebelan contra el patriarca. Éste, por más que saca conejos de la chistera, empieza a estar asustado aunque no lo exterioriza y de puertas hacia fuera mantiene un discurso de normalidad: «La culpa no es de mi clan, es de la crisis que nos maltrata». Aunque él no quiera darse cuenta, muchos empiezan a verlo como un cadáver y ríen a su alrededor, como hienas esperando el momento final. De una parte los jóvenes no confían en un líder que no ha sido capaz sino de hundir más a un clan ya herido. De otra, los veteranos lo ven con recelo, ya que a medida que iban cumpliendo su función el patriarca los relevaba por otros elementos más fieles.

Desde fuera del clan se ven las cosas desde otro punto de vista. Los Heredia se están pegando el carajazo padre y no quieren abrir los ojos ante los zarandeos de sus cada vez menos afines. Da lástima ver cómo el patriarca y los conejos de sus chistera dan por perdida cualquier guerra, no se sabe bien si por inoperancia o por inanición. Lo único importante, parece, es aferrarse al sillón de mando. El problema que se está gestando en el clan de los Heredia va camino de convertirse en una metástasis que termine emponzoñando incluso a los miembros sanos de la comunidad.