DISCO, IBIZA, LOCOMÍA

Dirección: Kike Maíllo

Guión: Kike Maíllo, Marta Libertad

Reparto: Jaime Lorente, Alberto Ammann, Blanca Suárez, Alejando Speitzer, Pol Granch, Iván Pellicer, Vito Sanz

¿Qué película quiere ser 'Disco, Ibiza, Loco Mía'? ¿Una farsa sobre un grupo de destalentados que alcanzaron el éxito mundial, un descacharre a propósito de una de las historias de auge y caída más delirantes de la industria musical? No se atreve del todo, aunque resulta evidente que su director, Kike Maíllo, no se toma demasiado en serio a los personajes, a los que maneja como muñequitos sin demasiado significado. Consciente del cachondeo que siempre ha rodeado al grupo de Xavi Font, a veces decide reírse un tanto de ellos (la escena de la grabación del seminal himno que los dio a conocer) y lanza habituales guiños al espectador que también quiere una carcajadita a costa de lo excesivos que resultaban aquellos señoritos de los abanicos. 

Quizás se haya querido, simplemente, hacer una película pop, ingenua, sin complicaciones, fácil, divertida, con su personaje secundario bufonesco, torpe y absurdo, como en las cintas de The Beatles o los Hombres G, ese Vito Sanz que, pobre, no sabe dónde meterse; con sus gracietas simpáticas sobre rayas, sus espantosos cameos de dobles (por llamarles algo: no se parecen en nada) de Julio Iglesias, Tina Turner o Freddie Mercury.  

Podría ser, pero es que hay cierto aire de importancia en los procedimientos que traiciona la ligereza con la que a veces se toma la película a sí misma. Al fin y al cabo, el guión emula la estructura de 'La red social' y se vertebra, como el de la cinta de David Fincher, a partir de una mesa de conciliación entre las partes para no llegar a juicio por incumplimiento de contrato. Por no hablar de esa pirueta final realmente asombrosa en la que van los guionistas y nos quieren vender a los que hacían playback mientras sonaba 'Locovox' como los responsables de la liberación sexual de una generación de adolescentes gays.  

Entonces, descartado el biopic desopilante y también la película súper pop, ¿hablamos de una historia con mensaje, que quiere capturar ese hedonismo luminoso y desprejuiciado que alimenta a aquellos valientes que deciden por libre? Algo de eso pretende, por ahí van los tiros, pero si fuera realmente fuera así la escena de la orgía no resultaría tan pacata y la de la resaca y la visita por sorpresa de los padres no parecería tan de sitcom española de los años 90 (musiquita de teclado graciosa incluida). 

Lo que está claro es que Maíllo y su equipo han hecho una película sólo con cielo, sin infierno. Sólo eso podría explicar que no se haga mención alguna al escándalo de Xavi Font y su encarcelación por tráfico de popper (tampoco, algo realmente increíble, se cuenta de dónde narices surgió la idea de los abanicos, total para qué). A mí me parece un error absoluto (¡privar al espectador de la imagen de Jaime Lorente con la calva totalmente tatuada con tribales!), pero peor es retorcer y ajustar el relato de Locomía desde los tiempos actuales, preocupados por encontrar ídolos y precursores (aunque no sean genuinos) de los valores y tendencias de hoy; o prescindir de contextualizar, tratar de explicar cómo narices era aquella España de entonces, que sucumbió a ese big bang de horterismo cromático ibicenco. En cualquier caso, sea la película que quiera ser, si es que sabe cuál de todas quiere ser (o, peor, ser todas a la vez), 'Disco, Ibiza, Locomía', a mí no me has puesto el body movin'.