Limónov pertenece a ese grupo de autores interesados en que no se pueda distinguir entre su vida y su obra porque consideran que su mejor obra es su vida y «[e]n la vida —escribe Tania Mikhelson en el epílogo—, como en la literatura, todos los géneros son buenos excepto los aburridos. Y Limónov los barajó y los probó sin prejuicios, cambiando de género cuando este empezaba a cansarlo; es decir, a fallarle como estrategia vital». Adornados con fantasías y sueños, el protagonista de estos relatos —un narcisista que lucha contra la soledad y el anonimato en el que la mayoría de los lectores quieren ver al propio Limónov— se mueve entre el desprecio por el género humano y la necesidad de su reconocimiento. «El gesto de la chica se hizo más afable. Habiendo publicado tres libros, uno puede seguir siendo el rufián, el ladrón y el asesino que era antes de haberlos publicado, pero empieza a despertar en los demás un misterioso entusiasmo». Arrogancia, soberbia, sexo y delirios de grandeza que dan paso al vacío cuando el dinero, la atención, se acaba. «Había confiado demasiado en mi salud y en mi equilibrio, hundiéndome en la soledad hasta profundidades que nunca había frecuentado antes».

Limónov, que escribe como habla, aquí no escribe, dispara, convirtiendo «cada relato en una novela instantánea», dijo en una entrevista en 1991. Con Gogol como modelo, y para hartazgo de los fieles de Chéjov, escribió estos ocho relatos que ahora pueden leerse, de manera autónoma o como crónica de un periplo vital. «Los periodistas y los editores, e incluso los lectores, se empeñan en que todo escritor debe tener una biografía. Si por mí fuera, habría preferido no tener ninguna, o tener media docena de biografías a elegir. Es muy fácil manipular los hechos, y un lote de seis vidas puede contener mucha más verdad que una sola biografía» dispara, en otro de los relatos, Limónov. Gracias al profuso y documentado 'Corpus L.' escrito por Tania Mikhelson y que incluye este libro, cualquier lector podrá saber quién es quién en estos ocho relatos. Porque ningún texto puede coincidir con la realidad que representa, igual que un cuadro hiperrealista no puede sustituir la naturaleza muerta que evoca, o una fotografía no puede robar nuestro alma. Las reglas del juego, por muy artista (o ruso) que uno sea, no lo permiten.