La Feria del Real empieza en el propio camino hacia ella. Durante las fiestas, y a vista de pájaro, el Cortijo de Torres se convierte en el epicentro de un reguero de malagueños y visitantes de diferentes puntos del mundo que, a música de talón, llegan hasta alguna de las tres portadas del recinto, siendo siempre la fachada de la Aduana la favorita para inmortalizar el momento.

Muchos son también los que sabiamente escogen el autobús como medio de transporte para atreverse con el vino dulce y el rebujito sin temor a nada, más que a la resaca de rigor. Una vez llega la lanzadera a su destino, empieza la juerga.

Tras el arranque del jolgorio y el encendido del alumbrado, el Real amanece tarde, bien pasadas las doce de la mañana. A esas horas empiezan a sonar ya las primeras rumbas y algún tema de reggaeton que acabará repitiéndose a lo largo del día (y de la noche). De las casetas no solo emana música, sino la prueba de que el almuerzo feriante promete: un aroma a paella, callos, papas a lo pobre... que dando las dos de la tarde se traduce en una degustación gratuita, todo un reclamo para los viandantes.

«Los mediodías son muy cortitos, entonces hay que ir ofreciéndole a la gente para que entre», explica Ignacio, de la caseta El Sombrero, con más de 14 ferias a sus espaldas, que ofrece a todo el que pasa un plato de paella gratis y buena música.

Mientras tanto se va adentrando el mediodía, y las calles entran en estado de efervescencia. Aparecen los volantes, las flores y los abanicos. «Llevamos casi dos meses preparando. Primero eligiendo el color, después eligiendo el volante, la falda... Hoy la feria la inauguramos nosotras», presume Susana, portavoz de un grupo de ocho malagueñas, abanico en mano, ataviadas con una falda corta de lunares y la indiscutible flor en el pelo.

La Feria de siempre

A quien se le pregunte, coincide. El ambiente del Real es sinónimo de tradición, de la Feria de «toda la vida» y también la preferida por las familias.

«Empezamos la Feria ayer [por anteanoche] con los niños, los cacharritos y el encendido. Y hoy a seguir, lo que el cuerpo nos dé», cuenta Laura en la peña La Paz, donde dentro de un rato baila su hija. Siempre ha sido de centro, pero ahora prefiere El Real porque, según cuenta, el ambiente da más juego para los niños.

Y si algo es símbolo añejo de la Feria es el paseo de enganches y caballos, el momento más esperado para los amantes del mundo ecuestre, una pasión que tiende a enamorar desde la infancia, como es el caso de Paula Matas, subida a lomos de un equino desde que tenía meses. «Este es mi quinto año yendo a la Feria a caballo y me pone muy contenta. Para mí es como una diversión más, es una cosa sagrada», confiesa Paula, una joven jinete de 15 años que no faltará a su cita con la Feria estas semanas, acompañada de su yegua Morena.

En las primeras horas de la tarde, los caballistas lucen sus galas como si el tiempo no hubiera pasado por ellos: traje de campero, polainas y sombrero inclinado al más puro estilo andaluz, una combinación tan ancestral que resulta casi exótica para los turistas, quienes no pueden evitar la tentación de ir a hacerse una foto. «Ayer entraron 540 caballistas. Este número se mantiene. No hay una tendencia a la alta o a la baja. Influyen muchas cosas», explica el subinspector de Policía Local de Málaga, Rafael Martín, destinado en el Grupo de Caballería, quien asegura que tras la estampa del jinete y la amazona existe un gran control para que todo vaya bien

Con el almuerzo y unos cuantos bailes, el sol va aflojando y cobran vida los cacharritos. Algunos se marchan ya, otros aprovechan para descansar, pero la jarana sigue y seguirá. Vayan a comprobarlo, esta Feria no duerme.