Veinte años no es nada, dice el bolero, aunque seis y medio, según para qué caso, sí que lo son. Y si no que se lo pregunten a algunos de los 86 acusados del caso Malaya –a nueve se les retiró en junio la acusación– que ayer ejercieron su derecho a la última palabra en este transatlántico procesal. Bueno, realmente sólo 17 hicieron uso de esta prerrogativa judicial, algunos muy afectados y ante decenas de periodistas. Seis sollozaron de lo lindo. Por lo pasado, y por lo que se les viene encima. Si Malaya fuera ficción, la película se llamaría lágrimas, cintas de vídeo y fotos.

Marisol Yagüe, exalcaldesa de Marbella, no habló, pero se le vio muy afectada. El llanto dominaba su cara, y es que la depresión que sufre desde su detención en el proceso, en marzo de 2006, le ha pasado factura. Ya lo pasó mal en la cárcel, cuando ella y García Marcos eran conocidas como las Chaneles. Una se desmoronó tras seis meses en prisión preventiva, y la otra, la más fuerte, salió a flote como el corcho emerge en medio de la marea.

Sin embargo, García Marcos habló ayer con elegancia y contundencia, haciendo gala del florido verbo que la adorna desde siempre, pero la voz se le quebró varias veces. De hecho, reconoció que si ha llegado hasta aquí, «con salud mental», ha sido por su marido.

Rafael Gómez, promotor cordobés que siempre se ha jactado de llegar a la cima desde sus orígenes humildes, también hizo del sollozo su más firme aliado, mientras que el tasador José Mora, que atraviesa una grave enfermedad, demostró su enorme emoción sin ambages.

Todos, de una forma u otra, mencionaron el ataque a su honor que ha supuesto el proceso, y muchos aseguraron estar recibiendo tratamiento psicológico para superar el trance. La pena de banquillo, previa, o no, a la cárcel, ya ha hecho mella.

Hubo unanimidad en el papel jugado por la Sala, tanto por el presidente, como por la secretaria –hay quien dijo que la iba a echar de menos– y las funcionarias. Roca se acordó de los nombres de todas, un detalle que revela su memoria fotográfica.

Los agradecimientos fueron continuos, y tras la vista los abogados y el tribunal posaron para diversas fotografías que adquirirán más épica con el paso del tiempo, puesto que Malaya es la mayor causa de corrupción jamás juzgada en España; y el juicio oral que más ha durado.

Los comentarios de pasillo hacían referencia a la necesidad de que los protagonistas escribieran libros al respecto, narrando la epopeya procesal de llevar semejante transatlántico a buen puerto en una audiencia de provincias. Hubo besos y abrazos entre los procesados, pero la diáspora de togados, que han hecho de la ya mítica sala cuatro de la Ciudad de la Justicia su casa durante casi dos años, fue rápida. Se dispersaron tal y como llegaron un 27 de septiembre de 2010.

El café se llenó por última vez de malayos, pese a que aún queda en el horizonte el caso Pantoja con todo su tufo rosa. Ningún procesado posó para las fotos, más allá de las que se hicieron los juristas entre sí; pero las lágrimas unen más que las imágenes.