La de Javier (nombre ficticio) es una historia con final feliz. Hace doce años que puede decir que superó una enfermedad que le enfrentó con el miedo, la preocupación y la desesperación. Todo comenzó cuando le diagnosticaron un tumor en la base del cráneo. Estaba en un sitio complejo y, además, el tipo de tumor tendería a metastizarse.

Tras más de diez horas en un quirófano de Carlos Haya el neurocirujano que le operó, Miguel Ángel Arráez, logró extirpárselo. Después llegó la consulta de Oncología, donde Ismael Herruzo le sugirió la posibilidad de someterse a un tratamiento experimental -protonterapia- en París. La Seguridad Social correría con todos los costes y debería vivir durante cinco meses en París.

«No tengo palabras para agradecer el trabajo que hicieron conmigo Arráez y Herruzo. La protonterapia me salvó la vida», cuenta este malagueño, que recuerda que el tratamiento le debilitó mucho y le hizo perder el cabello. «Doce años después estoy aquí. Y todos con los que mantuve el contacto tras compartir tratamiento también se curaron», dice el hombre, que recuerda que cuando los médicos del Centro de Protonterapia de Orsay vieron la operación que le habían hecho en Málaga le preguntaron dónde estaba la ciudad, asombrados del gran trabajo del neurocirujano.

Tenía 40 años y mucho miedo. Había leído en internet cómo curarse y llegó a informarse para tratarse en Alemania o Turquía. «Pero no hizo falta, me pagaron hasta el avión y la vivienda, soy muy afortunado», dice Javier.

Durante cinco meses recibió sesiones de radioterapia y protonterapia alternas todos los días de la semana. Le implantaron cinco bolitas de oro en la cabeza y le personalizaron una estructura de bronce para darle el haz de protones. «Era muy cansado, horroroso. Me ponían una máscara que no me permitía mover ni una pestaña mientras me radiaban durante doce minutos». Recibió 72 grados en total y le hacían controles periódicos. También los recibió en años sucesivos, pues debían comprobar que el tumor no se había reproducido.

Tras leer el caso de Ashya King, Javier no puede más que solidarizarse con este niño y con todos aquellos pacientes que quieren recibir la terapia y no pueden. «No sé si es por los recortes o por otros intereses, pero todos merecen la oportunidad».