Los patinetes eléctricos son la forma más sana de no hacer deporte. En lugar de estar repantingado en el sofá frente a la tele o el móvil, el usuario de un patinete puede recorrer las calles del Centro de Málaga y contemplar monumentos en directo, sin necesidad de cambiar de canal, de ahí que el gasto de energía sea mínimo.

Todo lo hace un motorcito eléctrico. En este caso, puede decirse que los patinetes son los descendientes directos de las literas romanas, mucho más aireadas y a la intemperie que los coches de nuestros días.

La proliferación del patinete a motor y sus derivados, los segways (más proclives a los turistas) y el monopatín eléctrico (con más ususarios infantiles) sin duda aumentará la proporción de malagueños gordos en las próximas décadas.

No parece un caso de vagancia sino de prisa. En la era de la mensajería instantánea muchos malaguitas en edad de trabajar echan de menos la teletransportación, así que, en lugar de procesionar por las carreteras en atascos perennes, optan por algo más económico y que no hace falta aparcar en doble fila.

Las últimas modificaciones del tráfico, por las obras en la Alameda, es muy probable que hayan provocado la subida de ventas de estos cacharros.

El problema es por dónde deben circular, pues te los encuentras por cualquier sitio. El pasado jueves, en calle Bolivia, dos jóvenes sin camisa y con pelado a lo Cristiano Ronaldo se desplazaban en patinete eléctrico por la carretera con el desparpajo de quien va de romería en un coche de caballos. Los conductores trataban de no rozarlos.

La proliferación de calles peatonalizadas en el Centro Histórico hace posible además que muchos de estos patinadores las recorran con el ímpetu y la velocidad de Fernando Alonso, aunque con un motor más fiable.

Esta misma semana, un servidor pudo contemplar a un usuario subido a un segway, que se abría paso mediante agudos pitidos por el túnel de la Alcazaba; por supuesto en el estrecho pasillo reservado para los peatones quienes, nada más escuchar la señal, daban un respingo.

En este asunto de los pitidos y los timbrazos por las aceras y calles cerradas al tráfico hay un profundo malentendido: en ningún caso estos transportes, bicis incluidas, son ambulancias; es decir, no tienen por qué ir molestando a los peatones para que se aparten, como el Mar Rojo ante un gesto de Moisés. En una palabra: no tienen preferencia, así que deberían esperar un momento propicio para pasar a nuestro lado en lugar de comportarse como si fueran a las urgencias del Clínico.

Se está poniendo chungo pasear por el Centro sin el riesgo de ser atropellados por estos ahorradores de pasos.

Llegarán a tiempo a sus centros de trabajo pero, algunos de ellos, por encima de nuestro cadáver.