No sabía nada sobre la estancia de Rubén Darío en Málaga hasta la noche del 14 de noviembre de 2018. Manuel Bellido entrevistó en Una de cine, en Canal Sur, a Laura Hojman, joven y brillante realizadora, que se disponía a presentar en Huelva, en su Festival de Cine Iberoamericano, un documental titulado Tierras solares. El sueño español de Rubén Darío.

Laura Hojman se basó para su precioso documental en el libro homónimo de Rubén Darío, Tierras solares, cuya edición a cargo de Noel Rivas ha publicado con mimo Renacimiento. A finales de 2018 los editores españoles rindieron un merecido homenaje a Abelardo Linares, fundador y alma mater de la editorial sevillana que tantas alegrías reparte entre los lectores más curiosos e inquietos por conocer mejor el pasado reciente de este país.

Rubén Darío, viajero impenitente, habría recorrido a lo largo de su vida un gran número de países, en América, Europa y África. Como señala Noel Rivas Bravo en el estudio introductorio a Tierras Solares, «Darío fue durante toda su vida un escritor profesional, un hombre que se ganó el diario sustento con la pluma en la mano. No en balde con él y su ejemplo se inicia en América Latina un nuevo modo de entender la vocación de escritor, vocación que tiene que ser de entrega total y sin contemplaciones a la propia obra». Nacido en Nicaragua en 1867, precoz y brillante, desde finales de siglo es contratado por La Nación, el gran periódico de Buenos Aires, que en 1898 lo envía a España para dar cuenta del declive de la madre patria, derrotada en la guerra de Cuba frente a los Estados Unidos y expulsada de las Filipinas. Desembarca en Barcelona a finales de año y sus crónicas de aquellos momentos de crisis nacional, de convulsión social y política han sido recopiladas en otro libro imprescindible, España contemporánea, que también publicó la editorial Renacimiento en el año 2013.

Más tarde, Rubén Darío ejerce en París como corresponsal de La Nación. Eran otros tiempos, la edad de plata del periodismo, cuando las redacciones fichaban a los mejores y ofrecían contenidos cosmopolitas. Desde París, Rubén Darío mantiene una copiosa correspondencia con sus amigos y discípulos, entre ellos Juan Ramón Jiménez, que conocería a su ídolo el 13 de abril de 1900, en Madrid. JRJ promete «devoción y ejemplar fidelidad"«al poeta nicaragüense, y deja escrito lo siguiente de aquel su primer encuentro en la capital de España: «tenía a mi lado al primer rey de mi vida: Rubén Darío».

La admiración de nuestro premio Nobel, Juan Ramón Jiménez, por el vate americano daría lugar a un libro estupendo, Mi Rubén Darío, que en su sabia edición a cargo de Antonio Sánchez Romeralo (autor de la reconstrucción, el estudio y las notas críticas) permite recuperar el viaje andaluz y solar del nicaragüense. En su intercambio epistolar, el 24 de julio de 1903 le dice al de Huelva una idea que el otro no sigue: «le aconsejo, a propósito de un párrafo de Helios, que se quite la R. Sea Juan como el Arcipreste, y Jiménez como el Cardenal».

El 20 de octubre, desde París, Rubén le dice a JRJ que va a pasar el invierno a Andalucía, a Málaga, y que su salud no va bien. El cónsul de Colombia en Málaga, Isaac Arias, buen amigo suyo, será decisivo en la elección de la ciudad andaluza. En carta de 29 de octubre escribe de nuevo: «mi mal es duro pero no inminentemente grave. Es una neurastenia del demonio. A Málaga me voy porque cada invierno me amenaza aquí una congestión pulmonar. Voy por el sol. No pasaré por Madrid: me voy por Marsella y por el mar. Saldré a finales del mes entrante si Dios quiere». En su última misiva desde la capital francesa, de 20 de noviembre de 1903, de nuevo envía novedades sobre su viaje: «Me voy, por fin, el 30, a Barcelona y de allí a Málaga. No pasaré a la vuelta por Madrid; pero si usted quiere nos podemos encontrar en Granada. Y eso será bello y grato». Todo parece indicar que Rubén Darío embarcaría en el crucero Patricio de Satrústegui, que hacía por entonces la ruta indicada, y que llegó a Málaga procedente de Barcelona el 7 de diciembre de 1903. Sin embargo, cambió de planes a última hora y desde Barcelona viajó a Madrid sólo para ver a su amigo Juan Ramón, y de la capital viajó a Málaga en tren. Así lo recogen ambos en sus diferentes escritos: «He venido a Madrid sólo a verle a usted». le dijo el americano al onubense al entrar en su casa. «Pasó entonces de prisa, camino de Málaga, a curarse una bronquitis alcohólica en el clima inocente», dejaría el andaluz para el recuerdo en sus anotaciones. La amistad entre ambos fue muy sólida. En Málaga seguiría el incesante contacto.

Rubén Darío en Málaga

Escribe Noel Rivas en la introducción a Tierras Solares que «sabemos que el 9 de diciembre de 1903 el poeta ya está en Málaga, noticia que recoge la prensa local». Hace referencia Rivas a las Efemérides malagueñas de José Estrada Segalerva, editadas en 1951. Pues bien, la fecha exacta de la llegada de Rubén Darío a Málaga, desconocida hasta ahora, fue la del sábado 5 de diciembre de 1903. Así lo pone de manifiesto una breve noticia publicada en la portada de La Unión Mercantil del lunes 7 de diciembre, cuyo texto dice lo siguiente: «Rubén Darío. Desde anteayer se encuentra en Málaga el ilustre escritor argentino (sic) Rubén Darío, corresponsal de 'La Nación', de Buenos Aires en París. Rubén Darío que tiene un partido muy numeroso en la juventud literaria española, viene a Málaga huyendo de las crueldades del invierno de París. Es un escritor universal cuyas crónicas de 'La Nación', son muy leídas y celebradas. Como poeta tiene una personalidad que difícilmente puede confundirse con la de escritor ninguno. Desde esta redacción donde se le admira y se le quiere damos la bienvenida al literato argentino que tanto ha contribuido al brillo de la lengua castellana».

A su llegada, Darío se instala en el Hotel Alhambra, que según los anuarios de la época estaba ubicado en el número 2 de la céntrica calle de Moreno Monroy. Desde allí escribe una carta el 13 de diciembre a su amigo Juan Ramón Jiménez, en la que da cuenta de sus paseos a la orilla del mar, de su deseo de viajar a Marruecos y de su encuentro con los poetas malagueños Arturo Reyes y Ramón Urbano, muy simpáticos. Por su correspondencia con Juan Ramón también se sabe que ya el 17 de enero de 1904 estaba ya instalado en la casa de la calle Fernando Camino, número 9, en La Malagueta, donde vivía con la «Princesa Paca», Francisca Sánchez, su gran amor de aquellos años, a la que conoció paseando por la Casa de Campo con Valle Inclán en 1899, y con la que tendría tres hijos. La periodista Rosa Villacastín, nieta de Francisca Sánchez, ha escrito junto con el poeta y escritor jerezano Manuel Francisco Reina un libro asombroso, Princesa Paca, que incluso ha dado pie a una película documental sobre aquella historia de amor contracorriente.

En Málaga establece Rubén Darío su base de operaciones durante cuatro meses. Su actividad es frenética: escribe, viaja, pasea, ama. Disfruta de estas tierras solares y hospitalarias. Le apasiona el marisco y es un gran bebedor de whisky con soda, como muy bien sabe su amigo Juan Ramón. Andalucía es para él la esencia de España. Francisco Sánchez Castañer, en un memorable artículo académico (Andalucía en los versos de Rubén Darío) señala que antes del viaje, «ya torturaba Andalucía los versos de Darío. ¿Qué extraño imán tenía lo andaluz para atraer hacia sí al poeta de Nicaragua? La contestación está relacionada con una de las características del movimiento modernista: lo exótico».

En Málaga escribe cuatro largas crónicas para La Nación, publicadas en Argentina entre el 20 de enero y el 27 de febrero de 1904. En ellas el poeta describe lo que ve, los claroscuros de la ciudad acogedora de clima inocente. «Escribo a la orilla del mar, sobre una terraza a donde llega el ruido de la espuma. A pesar de la estación, está alegra y claro el día, y el cielo limpio, de limpidez mineral y el aire acariciador». Así empieza la primera de las crónicas que Darío escribe en Málaga y sobre Málaga, en la que habla de Arturo Reyes, «el primero de los portaliras malagueños», de Antonio Fernández y García -director de La Unión Mercantil- y de sus primeras impresiones. La ciudad, dice, es toda de los Larios. Y no escatima críticas tampoco: «lo pintoresco no quita la sensación de miseria, entre calles y callejuelas llenas de malos olores, de charcos pestilentes, de focos de enfermedad. Me explico la abundancia de pálidos rostro, de colores marchitos en las más hermosas facciones».

Para Darío, «hay necesidad en las clases pobres, hambre en el pueblo». De la mujer malagueña dice que es «indudablemente la primera en hermosura en todo el reino de la belleza que es la tierra de España». «La malagueña es sultana u odalisca. O impera con la mirada o halaga con la sonrisa». Le gusta ver sacar el copo, pasea por La Goleta, el Perchel y la Trinidad. Una noche acude a un espectáculo flamenco, al que era muy aficionado, al Café de España, siguiendo las sombras de Juan Breva, al que había llegado a conocer en su viaje anterior a España. Sale del mismo «fastidiado y aburrido» por la mala calidad del cante y la miseria palpable de las gentes allí reunidas.

Además de estas cuatro crónicas ya referidas, en las que rinde homenaje a Cánovas, al que le habría gustado conocer en Madrid durante su otra estancia española, Darío escribe diversos poemas y otros textos, como La tristeza andaluza, fechado en Málaga en febrero de 1904 y publicado en La Nación el 20 de marzo de ese mismo año, según nos cuenta Noel Rivas. Pero quizás su obra más importante escrita en la ciudad sea la Oda a Roosevelt, nacida de la indignación del autor por la creación artificial del país de Panamá, y publicada en la revista Helios, que dirigía Juan Ramón Jiménez.Oda a Roosevelt

El 3 de noviembre de 1903 nace un nuevo país en Centroamérica: Panamá. Los grandes intereses comerciales derivados de la posible construcción del canal que permitiría conectar el Atlántico y el Pacífico a través de aquellas tierras, entonces colombianas, llevaron a los Estados Unidos a intervenir militarmente en la zona apoyando el movimiento secesionista. Rubén Darío recibió la noticia en París, en vísperas de su viaje andaluz. El impacto fue mayúsculo.

«¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman, / que habría que llegar hasta ti, Cazador! / Primitivo y moderno, sencillo y complicado, / con un algo de Washington y cuatro de Nemrod. / Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor / de la América ingenua que tiene sangre indígena / que aún reza a Jesucristo y aún habla español». Los primeros versos de la Oda a Roosevelt dejan ver la profunda indignación de Darío con la intervención estadounidense, pero también su clarividencia. Desde entonces se sucederían sin sosiego los hechos de armas, los golpes de estado, las operaciones encubiertas y la aplicación descarada de la doctrina esbozada por el presidente James Monroe ya en 1823: «América para los americanos».

Los versos flamígeros escritos por Darío son enviados a Juan Ramón Jiménez, que de manera constante y vehemente le reclamaba poemas inéditos para su revista. Juan Ramón los recibe y acoge con entusiasmo: «desde allí [se refiere a Málaga] me mandó para la revista Helios la soberbia 'Oda a Roosevelt'. Francisco A. de Icaza lloró de emoción cuando yo, en un tranvía, le enseñé el manuscrito de la obra».

Sobre la marcha de Rubén de Málaga, de nuevo quedan apenas pistas. Se sabe que el 10 de marzo ya está en París. Este artículo contribuye también a poner fechas a esos pequeños y olvidados episodios: el diario malagueño El Popular, en su edición del 4 de marzo de 1904, página 2, publica la siguiente noticia local breve: «el notable poeta argentino (sic) Rubén Darío, que ha permanecido una temporada en esta ciudad, salió ayer en el express con dirección a París. Le despidieron en la estación el cónsul de Colombia, don Isaac Arias; el de la República Argentina, Sr. Martínez Iruño, y don Enrique Rivas Casalá». Rivas era uno de los más afamados periodistas de la época: también poeta, fue director de la Revista de Málaga y de El Correo de Andalucía.

Finaliza así la estancia de Rubén Darío en Málaga, la ciudad esdrújula. Es difícil que el poeta encontrara una ciudad unánime, desde luego, aunque disfrutara quizás de sus playas ubérrimas. Lo que sí está claro es que observó con cuidadoso deleite sus hermosos súcubos y que paseó con desagrado por sus calles paupérrimas. No dejó la ciudad gran huella en él, si hacemos caso a su autobiografía, La vida de Rubén Darío contada por él mismo. Sus crónicas malagueñas y europeas de aquel año se publicarían en Madrid a finales de 1904, en la imprenta de Leonardo Williams. Atrás quedó la ciudad Mediterránea, «indolente, poética y llena de cálida gracia». Merece la pena recordarlo.