Ahora que conmemoramos (hasta la saciedad) el medio siglo de la llegada del Hombre a la Luna, permitan ustedes, y de paso la familia del astronauta Neil Armstrong, la utilización de su frase más famosa («Un pequeño paso para un gran hombre pero un gran paso para la Humanidad»), para aplicarla a lo sucedido en el Parque Litoral, en una acción municipal de escasos precedentes.

Para que se sitúen, se encuentra en el Parque Litoral o del 25 de noviembre, en la zona en la que se encuentra la escultura de acero corten de una gaviota que, cuando se inauguró, algunos malintencionados identificaron con la del Partido Popular, cuando estamos ante una gaviota apolítica.

Junto a esta obra escultórica, simbólicamente repleta a su vez de cagadas de gaviota, sobrevivían dos pérgolas en semicírculo de las que le gusta instalar al Ayuntamiento, sin nada encima, para que de esta manera pierdan su razón de ser: dar sombra y refrescar el entorno.

Porque, aunque la peatonalización de la Alameda Principal vaya en contra del 'raciocinio botánico' y reciban más sombra los coches que los peatones, lo cierto es que toda cubierta vegetal regala sombrita, por escueta que sea y hay que promoverla.

Esto es lo que sucede en el Parque Litoral, en donde en este rincón tiran para arriba las plantas trepadoras, posiblemente unas glicinias, así que hay que felicitar al Consistorio por su osadía a la hora de reproducir prácticas milenarias para bajar la temperatura ambiente.

Cierto que un segundo grupo de pérgolas del parque, en la parte más próxima a la calle Villanueva de Algaidas, sigue desnuda, pero en estos de las plantas, no pidamos peras al olmo. Lo cierto es que, concienciar a nuestro Consistorio para que no tire el dinero instalando pérgolas que no sirven para nada es una tarea hercúlea que puede durar décadas.

A este respecto, uno de los ejemplos más sangrantes lo tenemos en la plaza de la Biznaga, en el corazón de la barriada de García Grana. Como publicamos hace unos meses, para combatir el riesgo de insolación en la zona el Ayuntamiento y sus sagaces estrategas idearon unas pérgolas con el aspecto de tendederos de ropa gigantes, pero sin ropa ni por supuesto plantas que valgan.

Si a eso sumamos un segundo grupo de pérgolas de diseño distinto pero en idéntico estado de indigencia, el resultado es que la plaza se vuelve intransitable, por inhóspita, durante muchos momentos del año.

El hermoso gesto municipal de plantar glicinias en el Parque Litoral entronca con una tradición que ya se ponía en práctica en tiempos de Grecia y Roma. Nada tan práctico y, por lo que parece, tan trabajoso en este siglo XXI, que cubrir con vegetación una pérgola. Ánimo.