Pese a que en las escuelas se habla a los alumnos de "neutralidad" y "no beligerancia" de España durante la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que muchos españoles vivieron en sus carnes la locura del führer y sus ansias de exterminio, entre ellos, cientos de malagueños.

En total, 4.427 españoles perecieron la vida en los campos de concentración de Mauthausen y Gusen, de los que más de un millar eran andaluces y, entre ellos, 148 fueron malagueños de todos los rincones de la provincia. Así figura en el listado publicado hoy en el Boletín Oficial del Estado, con el objetivo de facilitar a los familiares el registro de sus seres queridos en el Registro Civil Central como fallecidos.

En Málaga, desde 2007, y a modo de homenaje a las víctimas, los jardines de La Térmica (antiguo Centro Cívico) dan cobijo a un monumento conmemorativo al centenar de vidas que Málaga perdió en Mauthausen. En la piedra de este pedestal, esculpido por Rafael Álvarez, pueden leerse los 148 nombres, junto a sus lugares de nacimiento y la fecha de defunción.

De Istán a Mauthausen

Los horrores del Holocausto llegaron hasta el corazón de Málaga, colándose en la vida de muchas familias que nada tenían que ver con la barbarie que entonces asolaba a Europa. Del centenar de historias que se deshilan del nuevo listado del BOE, una ocurrió en Istán, y el pueblo lo recuerda en el libro "El agua de la memoria", de Miguel Ramos, donde se relata la historia de dos hermanos, Gonzalo y Francisco Granados Ortiz, de 43 y 32 años, molineros en río Verde, que tras pasar un año y medio soportando el exilio en campos de concentración galos, fueron enviados a luchar contra los nazis y allí desapareció su libertad.

Ambos fueron enviados a Mauthausen, donde pasaron juntos un tiempo, compartiendo esclavitud y extenuación en las canteras de granito y cristal, hasta que el 17 de febrero de 1941, los hermanos fueron separados. A Gonzalo Granados se le destinó a Gusen, a pocos kilómetros de Mauthausen, provisto de cámaras de gas y crematorios, donde perdió la vida. Francisco es enviado a Hartheim, un castillo del siglo XVII convertido en campo de exterminio, donde pasaría sus últimos días.

"Ana me dirás cómo lo pasas por esa, si los niños van al colegio y si aprenden mucho, que me acuerdo mucho de ellos, me dirás si vives donde antes. No te podrás figurar los deseos que tengo de veros a todos", escribió Gonzalo a su esposa Ana Macías, quien tras cinco años de separación y apenas unos meses después de fallecer su marido, recibió una misiva del Comité de París de la Cruz Roja de la República Española en la que se confirmaba el fallecimiento, como cuenta Miguel Ramos. Rezaba así: "Estimada compatriota: su esposo, el prisionero de Guerra Gonzalo Granados Ortiz, nacido el 22 de marzo de 1896 en Istán [...] transformado por las autoridades alemanas en deportado político, fue trasladado el 25 de enero de 1941 al K.L. Mathausen de donde fue transferido el 17 de febrero de 1941 a Gussen, falleciendo en este último campo [...] Rogándole acepte usted nuestro mas sentido pésame, nos reiteramos suyos afectísimos".

Vivió y lo contó

Desafortunadamente, la historia de Málaga, como la de muchas tierras, está ligada a Mauthausen y hubo quien vivió para contarlo. En 2014, este periódico recogió la historia de José Bravo, un trinitario nacido en 1913 cuya vida quedó marcada por las penurias de dos contiendas, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial.

En 1939, empujado por el forzoso repliegue republicano, José abandonó una España fratricida para pisar suelo francés. Un año después fue detenido por los nazis, emprendiendo así el camino hacia una penosa estancia en Austria, en el peor de los hospedajes: Mauthausen-Gusen.

Tal y como explica nuestro cronista, Alfonso Vázquez, José Bravo soportó toda suerte de atrocidades y situaciones inhumanas, y vivió para contarlo. En sus memorias habla del triángulo azul que todos los españoles debían llevar en su uniforme a la altura del pecho, los trabajos forzosos, las brutales y arbitrarias palizas, el miedo a enfermar, el hambre... Ni tan siquiera aferrarse a los recuerdos estaba permitido en aquel lugar pues, para conservar una foto de su mujer, Antonia Fernández, José tenía que esconderla dentro de su boca cada vez que había un registro. Pese al esfuerzo, acabó perdiéndola.

En mayo de 1945, José Bravo fue liberado junto al resto de supervivientes españoles por el ejército americano, aunque, todo apunta a que este malagueño decidió unirse a la resistencia francesa para eliminar del todo la presencia nazi en el país. El libro "Yo estuve allí", del historiador Antonio González, recoge la vida de José Bravo, nutriéndose de todos los manuscritos que él mismo escribió y que su familia decidió ceder para la reconstrucción de esta historia tan increíble como real.