Las fotos no hacen justicia ni a su inolvidable mirada ni a su sonrisa, pero tampoco a la vitalidad de una luchadora comprometida hasta el final con los problemas y reivindicaciones sociales y políticas del mundo, que siempre sintió muy de cerca.

La malagueña Clotilde (Toti) Vega Carrillo, de la cosecha de 1922, fue una niña feliz, hija de un ebanista de la calle Císter y de una madre que decidió divorciarse de su marido y marchar con su hija a Madrid, donde les sorprendió la Guerra Civil y los terribles bombardeos.

En 1937 , junto con miles de niños, Toti tuvo que dejar a su madre y marchar sola a Valencia. Dos años más tarde, la marcha de la contienda le obligó a cruzar a pie y en pleno invierno los Pirineos, donde casi pierde la vida al caer por un precipicio, para alcanzar al fin Francia, donde fue alojada en un campo de refugiados.

Las penurias no acabaron ahí porque al cabo de tres meses dejó Francia y como otros 15.000 niños españoles, fue dada en adopción en Ostende (Bélgica) y estuvo viviendo con la familia de un antiguo corresponsal de guerra en España. La casi inmediata invasión del país por la Alemania de Hitler le empujó a colaborar con la resistencia belga para luchar contra los nazis y se encargó de repartir el correo «entre los camaradas que estaban escondidos», recordaba a La Opinión en 2014, cuando hizo un repaso a su vida. Entonces comentaba que se valía de un código visual para engañar a los soldados alemanes a la hora del reparto de las cartas.

No fue hasta 1942, con muchas peripecias, y en unas naves de Auxilio Social en Fuenterrabía, cuando pudo regresar a España y ver a su madre, tras cinco años de separación. En 1948 regresó a Ostende para formarse en Bélgica y fue allí, de regreso a su ciudad de adopción, cuando en el transcurso de un baile conoció a quien durante más de 60 años se convertiría en su marido, Paul Mandeville. La pareja tuvo dos hijos.

La increíble vida de Toti Vega proseguiría durante 13 años en África, la mayoría del tiempo en el antiguo Congo Belga, en Leopoldville (hoy, Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo), donde Paul Mandeville fue destinado como funcionario, y en donde asistieron al proceso de descolonización del Congo, que la pareja apoyó siempre con ardor. También haría lo propio Paul Mandeville, durante un tiempo más breve, en otras dos colonias gestionadas por Bélgica: Ruanda y Burundi.

Como recordaba ayer a este periódico Pablo, uno de sus hijos, Toti Vega nunca olvidó su dura experiencia de refugiada durante su adolescencia y siempre se entregó al apoyo de refugiados e inmigrantes en todo tipo de situaciones.

Antifranquista y republicana de corazón, en su casa de El Palo recibió durante muchos veranos al poeta Marcos Ana, encarcelado durante 23 años por las autoridades franquistas, así como a su pareja Vida Sender.

El pasado sábado tuvo lugar su sepelio en el Cementerio de El Palo, en una sencilla y emocionante ceremonia, en la que sus restos estuvieron cubiertos por la bandera republicana.

Además de su familia y amigos, asistieron representantes de la Asociación de Vecinos de El Palo, del Ateneo de Málaga, y de colectivos como Al Quds, de apoyo a los pueblos del mundo árabe y en especial a Palestina, tres entidades a las que Toti Vega estaba muy unida, aparte de que ella y Paul eran unos incombustibles ateneístas.

Quizás por eso, no faltaron los versos de Inés María Guzmán, responsable de la Vocalía de Poesía del Ateneo ni por supuesto los de Marcos Ana. Al entierro también asistieron el portavoz del grupo municipal Adelante Málaga, Eduardo Zorrilla, y el expresidente del Ateneo y exsenador socialista Antonio Morales.

Pablo Mandeville, acompañado por su padre, Paul y su hermana, María del Carmen, dedicó a su madre unas sentidas palabras que resaltaron la huella de esta mujer, auténtica memoria de la resistencia: La resistencia ejemplar cuando se presenta la injusticia. Descanse en paz, Toti Vega.